Pocas sensaciones más íntimamente gratas existen que revivir un buen momento; una emoción tanto más al alcance cuanto mayor haya sido la inversión en atesorar buenos recuerdos.
El otro día volví a escuchar la canción “Awake My Soul” del grupo británico Mumford & Sons. Quizás, debido al paso de los años desde que, a instancias de mi hija la oí por primera vez en 2009, además de disfrutarla de nuevo, volver a escucharla me traslado al grato mundo de los buenos recuerdos. Esa sensación, unida a su estribillo, – In these bodies we will live, in these bodies we will die. And where you invest your love, you invest your life – me llevó a pensar en la importancia que en nuestro devenir tienen los buenos recuerdos y lo relevante que es saber crearlos pues, a la postre, son una riqueza incalculable.
Quiero creer que, hace dos mil años, un sentimiento parecido debió ser el que llevó al poeta romano de origen bilbilitano Marco Valerio Marcial (40-101 d. C), a enunciar su famosa máxima: Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces.
En todo tiempo y particularmente cuando la tristeza o la soledad acechan, los buenos recuerdos más que un placebo o un refugio son un rayo de luz y alegría; permiten sentir de nuevo la felicidad. Una felicidad íntima, personal e intransferible, porque los recuerdos, aún los compartidos, son del todo nuestros, nadie posee otros idénticos, y, como los sueños, nadie nos los puede arrebatar. Son como cabos que nos amarran a lo que más amamos, que nos anclan a lo que somos y que no dejan escapar aquello que no queremos perder.
De ahí que de sabios sea saber cultivar y atesorar buenos recuerdos a la par que arrumbar los malos. Y, para ello, nada mejor que invertir en cariño; germen de todos los buenos recuerdos. Tampoco es que se trate de hacer grandes alardes de generosidad, menos aún si se trata de cosas materiales, bien lo saben los niños, maestros en apreciar el afecto. Basta con que cada día seamos capaces de tener un detalle, un gesto, de sincero aprecio, de alegría desinteresada para que vayamos acumulando en nuestra memoria y en la de los demás simientes de lo que serán buenos recuerdos.
Entre las prisas y ajetreos diarios, agobiados por las preocupaciones e inmersos en tantas ocupaciones, tendemos a olvidar que cada cosa que hacemos va dejando su huella. Pero lo cierto es que cada amanecer nos brinda la oportunidad de no dejar pasar la ocasión de hacer algún depósito en nuestra cuenta de cariño. A priori, generalmente desconocemos el valor que puede llegar a alcanzar un momento afectuoso de nuestra vida, sólo, cuando al cabo del tiempo se transforma en recuerdo, apreciamos su auténtica valía y descubrimos cuan alto beneficio ha rendido invertir en cariño.
Mucho mejor que yo lo expresó el gran Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944): Si busco en mis recuerdos los que me han dejado un sabor duradero, si hago balance de las horas que han valido la pena, siempre me encuentro con aquellas que no me procuraron ninguna fortuna.

Y a veces nos ocupamos tan poco en hacer lo que realmente nos hace felices. Quizá llevados por el día a día invertimos en cosas que ni nos hacen felices ni hacen felices a otros. Inconscientes del altísimo valor de nuestros escasos y contados días. Como dice mi padre; «hay que tirar de la vida, no dejar que la vida tire de ti».
Gracias por tu nueva reflexión y Feliz año 2025. Rafael
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Rafael, cuanta razón tiene tu padre y qué bien expresado. Feliz 2025 y fuerte abrazo.
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