Y se quebró el silencio

Cuando quienes han callado por no significarse deciden alzar su voz, se provocan cambios insólitos. Así ha sucedido en las elecciones a la presidencia de Estados Unidos.

Guste más o menos, la victoria de Donald Trump ha marcado un hito en la historia norteamericana. Antes que él sólo un candidato había logrado la reelección tras perder la presidencia y, sólo él no había desempeñado un cargo oficial. Que un outsider multimillonario, envuelto en sombras, tan populista y desvergonzado como popular, osado y tenaz, haya triunfado, merece un detenido análisis. Que lo haya logrado enfrentándose a todo lo políticamente correcto, a unos medios abrumadoramente hostiles, a dos impeachments, múltiples querellas y un intento de asesinato, suscita muchas preguntas.

No es de extrañar que los analistas sigan sin coincidir en los motivos que han propiciado victoria tan insólita. Porque, no habiendo sido un triunfo arrollador en votos populares, sí lo ha sido sistémico, logrando el mayor giro a la derecha desde Reagan en 1980. Y es precisamente esta forma de ganar lo que más interrogantes plantea. Pues si la mayoría coincide en que Trump ha vencido apoyado por una clase trabajadora heterogénea y multiracial junto a cierta desafección de demócratas que han optado por abstenerse antes que apoyar a Kamala Harris, difieren al explicar el fenómeno. ¿Cómo es que tantos electores de grupos tradicionalmente demócratas, negros, hispanos, mujeres y jóvenes, hayan pasado a la abstención o a dar su voto a Trump?

Diversas son las causas apuntadas. Destacan el elitismo del partido demócrata, su radicalización y desconexión de las clases trabajadoras, la subida de precios y de la inseguridad, el descontrol migratorio o el hartazgo del “wokismo” y de todos sus mimbres ideológicos verdes, identitarios y de género. Pero siendo probable que todas hayan contribuido a la victoria de Trump, ¿son suficientes para explicar que un personaje con su historial haya sido reelegido? Quizás habría que fijarse más en otros factores como la confianza, la empatía y el liderazgo.

Que los americanos confían más en Trump para gestionar la economía, incrementar la seguridad, controlar la inmigración ilegal y reducir el peso e injerencia del estado en sus vidas, lo venían confirmando las encuestas. Confianza que su oponente dilapidó al ser incapaz de conciliar su pleno aval a las políticas de Biden con sus promesas de cambio.

Mientras Kamala, con una imagen impostada, proyectaba incoherencia e incertidumbre, en exceso centrada en el aborto y los peligros del trumpismo, Trump, mostrándose tal y como es, ofrecía respuestas concretas a problemas cotidianos. Podían ser propuestas más o menos populistas o viables, pero abordaban problemas específicos del votante medio, y su imagen pudiera estar lastrada por sus defectos, pero conectaba con muchos norteamericanos que se identificaban con él.

Como señaló el conocido comentarista de la CNN, Smerconish, “Trump es muy mucho parte de lo que somos”, y, preguntándose si su victoria había cambiado América o la había revelado, concluyó: “Trump nos ha cambiado revelando cuán normal y auténticamente americano es”.

Esta empatía de millones de americanos con una figura como Trump, que tantos oponentes quisieron negar, ha pesado muy mucho en su victoria. Ha permitido que  sus procacidades apenas le restase apoyos y que, las diatribas lanzadas en su contra, tuviesen un efecto búmeran; si a él le llaman fascista, racista, misógino y dictador, qué pensaran de nosotros comentaban sus partidarios. Biden confirmaría sus sospechas al llamarles basura.

Esa misma empatía, fortalecedora del liderazgo de Trump, indujo a la par un fenómeno tan esencial para su victoria como trascendente de cara al futuro; la quiebra de la “espiral del silencio”. Esa dinámica por la cual millones de personas, por miedo a sentirse aisladas, se someten en silencio a ideas que no comparten, pero que una minoría elitista, que ha logrado el control de la opinión pública, les ha llevado a percibir que son aceptadas mayoritariamente.  

No obstante, siendo la tendencia de la espiral enmudecer a los divergentes, se quiebra cuando se topa con una resistencia que, lejos de someterse, reafirma sus posiciones y no cesa en el empeño. Cuando esa oposición deja de percibirse como minoritaria, afloran millones de voces silenciadas, e ideas, aparentemente dominantes, muestran las debilidades de su falsa aceptación mayoritaria.

Ese cambio de paradigma es el que ha logrado Trump y el que le ha otorgado la victoria. A medida que resistía y su liderazgo se consolidaba, se sumaban nuevas voces, antes acalladas, que lo reforzaban, atrayendo más apoyos de personas  que ya no se sentían aisladas al ver que eran muchos los que no compartían las ideas que durante tanto tiempo las élites progresistas les habían impuesto como buenas por ser mayoritarias.

Ello explica en gran medida que tantos votantes que, según la ideología identitaria impuesta debieran votar al partido demócrata conforme el grupo al que pertenecen, hayan alzado su voz votando a Trump. También explica la profunda indignación de las élites progresistas que, más que disgustadas por perder las elecciones, están desoladas y muy preocupadas ante la quiebra del silencio que se ha producido.

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