De pequeños queremos ser mayores y muchos, al envejecer, anhelan la juventud. Así de contradictorios somos los seres humanos.
Entre las paradojas de la sociedad actual, la de la longevidad tiene su aquél. Mientras tantos dedican ímprobos esfuerzos y recursos a prolongar al máximo sus vidas, no pocos, al lograrlo, se resisten a admitir que son viejos; sí, a aceptar que tienen muchos años. Desde negar la evidencia hasta ocultar la edad, cualquier artimaña sirve para aparentar lo que ya no se es. Una actitud que se ve alentada por ese apego a la juventud que tanto se estila en una sociedad en la que, saber asumir que envejecer es parte natural de la vida, como el morir, parece ser una asignatura pendiente.
«¡Hay que mantenerse joven!», se oye a doquier, «no debes renunciar a nada» se proclama, poniendo énfasis en el cuidado del cuerpo, como si el estado físico fuese la clave de la felicidad y desconociendo que, si en algo consiste saber envejecer, es en aprender a renunciar. Cuidar la salud es importante, pero hay otros aspectos espirituales, culturales y sociales que requieren atención y se enfatizan mucho menos. Más valdría despejar temores sobre la vejez porque, siendo una etapa más de la vida, existen muchas razones para disfrutar de ella.
La acción del tiempo y del entorno son inexorables, no hay paso vital sin desgaste. De ahí que envejecer sea un proceso, inevitable, individual e irreversible que comienza en el mismo instante de nuestra concepción. Es lo que hay. Cosa distinta es que, en las primeras etapas de la vida, ni siquiera se piense en ello. Eso sí, al ir avanzando en la edad adulta, al hacerse más patentes las fragilidades, surgen inquietudes. Y, conforme pasan los años y la realidad se impone, la vejez comienza a dar la cara y se va convirtiendo en fiel compañera hasta el final; rechazarla es de necios, tratarla con amabilidad de sabios.
Llegado el tiempo en el que vamos conociendo a tan incondicional acompañante, a medida que el calendario marca la llegada de un nuevo año, como es hoy mi caso, vamos descubriendo sus maneras. Alguien dijo que nos hacemos viejos cuando los recuerdos pesan más que las ilusiones. Puede ser, yo, al contrario, creo que los recuerdos más que una carga son un acervo de vivencias y experiencias rico en oportunidades.
Que recordar pueda invitar a la nostalgia, a añorar personas y paisajes ausentes, ni es malo per se ni impide su provecho. Porque a medida que flaquean las fuerzas la mirada se hace más libre, la perspectiva más amplia y el juicio más sosegado. Así sucede por ejemplo que, al recordar cosas que conocimos y aprendimos en la juventud, finalmente las entendemos en la vejez descubriendo nuevas vistas, emociones y sensaciones.
Cada cual envejece y sobrelleva sus achaques a su manera; mayormente como ha vivido. Salvo raras excepciones, no creo que se cambie mucho, más bien se acentúan los rasgos; los de la cara y los de la personalidad. Según Cicerón “Los hombres son como los vinos: la edad agria los malos y mejora los buenos.” La verdad es que saber envejecer es uno de los retos más difíciles del arte de vivir. Por ello conviene aprender pronto que la vejez, salvo que lo impida la muerte, llegará y que el tiempo no puede detenerse en una eterna juventud por mucho que las modas lo dicten.
Afrontar en cada etapa los retos de la vida con naturalidad, cualidad hoy más impostada que auténtica, aprovechar el tiempo, los talentos y oportunidades, vivir el presente sin aferrarse al pasado, buscar la felicidad haciendo felices a los demás, convivir con ancianos, sin ocultarlos o alejarse de ellos y con niños, compartiendo su vitalidad y asombros, no garantiza una bella vejez, pero sí ayuda y mucho a disfrutar de ella.
No hay duda de que haber sabido sacarle partido a la vida y dado más que recibido allana el camino a la vejez. Poder mirar atrás con la tranquilidad del que lo ha intentado facilita saber replegarse, que, a la postre, en eso consiste envejecer. Permite aceptar limitaciones sin renunciar a afrontar retos, con el ánimo de no detenerse, de avanzar de otra manera. “Cuando por los años no puedas correr, trota. Cuando no puedas caminar, usa un bastón. ¡Pero nunca te detengas!” Madre Teresa de Calcuta.

¡Felicidades querido Javier!
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Muchas gracias querida Margarita.
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Muchas felicidades Javier, aunque vayan con retraso.
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Para lo bueno nunca es tarde Armando. Muchas gracias y fuerte abrazo.
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se me había pasado éste artículo. muy bonito y cierto
Yahoo Mail: Busca, organiza, conquista
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