Al poder jibarizando el lenguaje

Si reduciendo el número de palabras empleadas se mengua la razón, restringiendo además su significado al políticamente correcto, se facilita el dominio del poder.

No sé hasta qué punto las palabras crean la realidad, pero no sólo la modulan, además orientan la percepción que se tenga de la misma y condicionan la conducta de las personas. «Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» afirmó el filósofo Ludwig Wittgenstein. De ahí que el poder de las palabras, tanto para enriquecer los pensamientos y comportamientos como para corromperlos, sea tan grande.

Un caso paradigmático es el nivel alarmante de indigencia que ha alcanzado el debate político occidental. La confrontación de ideas ha quedado relegada por un agresivo intercambio de amenazas destinadas a estigmatizar al contrario y generar miedo en la población. Y para tan innoble combate la principal munición utilizada son palabras cuyo significado ha sido previamente ahormado para satisfacer el fin perseguido. Términos  manipulados que, a fuerza de la aceptación que da su difusión acrítica, cuando no intencionada, por los medios de comunicación, son asimiladas por la población distorsionando su percepción de la realidad.

Que la estrategia resulta eficaz para quien mejor sabe aplicarla es evidente. Basta ver cómo ha funcionado en distintas citas electorales recientes en las que la irracionalidad y el factor miedo han sido determinantes. A base de declaraciones altisonantes, propagadas masivamente por los medios, utilizando palabras huecas o con un sentido preconcebido, se ha influido decisivamente en la conducta de millones de personas; gentes que ya habían asumido que palabras tales como «populista», «extremista», «demócrata», «ultra» o «progresista» tuviesen nombre y apellido.

Es de suponer que los políticos estarán encantados de haber conseguido que la llamada democracia liberal se parezca cada día más a una patética versión del juego infantil “susto o muerte”. La mayoría de votantes tiende a escoger susto, pero sin apercibirse de que, a la postre, tanta sumisión y miedo sólo allana el camino al autoritarismo. Como enseña la historia, si emplear un lenguaje pervertido para la agitación política y lograr la hegemonía ha sido una constante, por algo será que, entre sus más fervientes partidarios, destaquen organizaciones y políticos con inclinaciones totalitarias.

En su famosa novela distópica “1984”, George Orwell denuncia magistralmente cómo la reducción y manipulación del léxico sirve para alienar y someter a las personas. En una sociedad totalitaria, dominada por el “Gran Hermano”, inspirado en Stalin, se desarrolla una “neolengua” cuyo fin es limitar la capacidad de raciocinio impidiendo todo pensamiento divergente del autorizado; tentación considerada un “crimental” o crimen mental. A medida que se perfecciona la “neolengua” se reduce el número de palabras, atribuyendo a cada una un único significado, decidido rigurosamente, estrechando así el radio de acción de la mente. La culminación de la revolución se producirá cuando la “neolengua” sea perfecta y el control de la realidad sea total. Entonces el “crimental” ya no tendrá que ser perseguido, pues habrá desaparecido la tentación de pensar.

Hace tiempo que comenzamos a vivir en una sociedad con muchas semejanzas a la “orwelliana” de “1984”. Una sociedad en la que el pensamiento único, dictado desde élites dominantes nacionales, regionales y mundialistas, busca imponerse manipulando el lenguaje y la información, reprimiendo la discrepancia y atribuyendo la condición de peligroso a todo disidente.

Considerando además que los medios hoy disponibles permiten imponer la “neolengua” de manera más sutil y asimilable y amplificar sus efectos nocivos, se multiplican los motivos para estar alerta ante los factores que lo propician. Entre estos destaca la creciente tendencia en la población a utilizar menos palabras y a conocer menos acepciones. Sea ello debido a los bajos niveles de lectura y escritura, los nuevos medios de comunicación, el arrumbamiento de las humanidades o a otras causas inducidas o  propias, el hecho es que, el terreno cada vez está mejor abonado para que arraigue la “neolengua”.

Alguno pensará que en tiempos en los que la diversidad lingüística y el enfoque identitario son tan valorados, todo lo expuesto es una contradicción. Pues no, aunque lo parezca, el pensamiento único no está reñido ni con que la misma palabra con un único significado se exprese en distintas lenguas ni que bajo tanta política identitaria se esconda el deseo de alcanzar una única identidad. Para imponer su dominio, la aspiración del “Gran Hermano” es que todos piensen a su dictado subsumiendo su identidad en la suya; jibarizar y pervertir las palabras es sólo un medio. 

2 comentarios sobre “Al poder jibarizando el lenguaje

  1. Muy bueno, como siempre. Estoy totalmente de acuerdo. De las charlas que mejor recuerdo del maravilloso P. Jorge de la Cueva, recién entrada en la Congregación, fue «la manipulación del lenguaje». Yo tenía 20 años y desde entonces y me ha servido de gran ayuda y alerta.

    Un abrazo  Yahoo Mail: Busca, organiza, conquista

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