Lo más cercano al cielo es un niño, dice la canción “Thank God for Kids”, ¿alguna vez te paras a pensar o te preguntas por qué?
Escrita por el cantautor Eddy Raven en 1976, sería llevada al éxito en los ochenta con sones country – góspel por los ya clásicos “Oak Ridge Boys” de Tennessee. Al escuchar la nueva y magnífica versión country – cajún de John Trahan & Acadiana, se siente que un crío es en verdad un rayo especial de sol en una sonrisa.
Probablemente haya pocas imágenes más decadentes que la de una persona empujando un carrito de niño con un perrito muy atildado dentro. No sé si es una moda, pero siendo insólito he visto más de una vez a gentes así, paseando tan ufanas a sus mascotas, incluso hablando con ellas. Sabía que en Madrid y en España ya hay más animales domésticos que niños en las casas y que la brecha va en aumento. Sin embargo, semejante visión, más triste que ridícula, me sigue sobrecogiendo, dejándome un regusto amargo.
Justo lo contario me sucede cuando veo niños. No digamos al estar con mis nietos; su alegría disipa todos los sinsabores. Porque como dice la canción, donde hay niños hay magia durante ese rato. ¿Cabe imaginar cómo sería el mundo sin sus risas, llantos, algarabías y silencios? Como escribió Eddy Raven, cuando miras abajo, a esos ojos confiados que te miran a ti, te das cuenta de que hay un amor que no se puede comprar.
Hay que dar gracias a Dios por habernos hecho un regalo tan maravilloso. Sin niños el mundo carecería de vida. Donde no hay niños no hay progreso. Dan sentido a todo. Son la sal de la tierra. Su presencia llena de vitalidad a los adultos. Insaciables curiosos, con el porqué, cuando, dónde y cómo a flor de piel, son todo un reto. Obligan a pensar y darnos cuenta de lo poco que sabemos. No dan tregua sin dejar lugar al aburrimiento. Agotadores, sí, pero al caer rendidos en los brazos, la cama o el sofá no hay nada que transmita mayor sensación de paz. Cuando faltan, el silencio que dejan pide al rato que regresen pronto.
Imprevisibles, los niños pasan de la inquietud al sosiego en un momento y nosotros con ellos; la angustia que nos invade al verlos en peligro se torna en súbito alivio cuando están a salvo. No son valientes, simplemente no conocen el riesgo. Por eso son temerarios, porque grande es su confianza en salirse con la suya. Como decía Chesterton: Los cuentos de hadas no les dicen que los dragones existen. Los niños ya lo saben. Los cuentos de hadas les dicen que los dragones pueden ser vencidos. Tampoco les preocupa errar; según les de se enfurruñan o ríen, pero son insistentes y al lograr su objetivo no hay satisfacción que iguale la suya.
Seres increíbles; les basta taparse la cara con las manos para afirmar rotundamente ¡ya no estoy! Son una caja de sorpresas repleta de sueños. No saben esperar, se lo piden todo. Tan pronto enfadados como alegres nos enseñan a estar contentos sin causa. Maestros del asombro, los niños hallan motivo de ilusión en lo más pequeño e insignificante. Psicólogos natos conocen bien a los adultos, y aprenden rápido qué fibra tocar. Inocentes, tiernos, a ratos adustos, no pocas veces torpes, siempre brillantes y espontáneos, son la naturalidad personificada.
Por todo ello y por tanto como debemos a estas criaturas maravillosas, digamos como la canción, “Gracias a Dios por los niños” y pidámosle que nos bendiga con muchos más.

Así es Javier. Hay más mascotas que niños y no hay más no por dificultades económicas o de horarios. Sólo hay que mirar atrás y ver cómo salieron adelante tantas familias en nuestro reciente pasado sin ningún problema. Y se sustiuía la falta de medios por ingenio y siempre con el calor del cariño. Siempre se hacía todo en familia, los Reyes, salir de excursión al campo, merendar, ir a ver a los abuelos, celebrar el coche nuevo de quien fuera, el cine. Tantas cosas. Hoy no. Hoy se separa lo adulto de lo niño. Y entonces los niños se vuelven cargas, la familia, institución carca y el calo, el escudo fsmiliar verdadero, se esfuma. Estamos ya en ese invierno, por oscuro, frío y lóbrego de la ausencia de niños. La sociedad no se da cuenta promociona la.muerte como gran solución y muchos finales van a ser peor que de película de terror.
Siempre animo a formar familia, a tener hijos, los que toquen: unos muchos y otros pocos pero siempre a fomentar una vida de familia, de amigos mezclando a los más pequeños con los adultos para realimentar un clima de amor que sólo conduce a mas prosperidad y a más felicidad y que a mi me hizo tan feliz.
Gracias, como siempre, por hacernos reflexionar con tus artículos. Un abrazo. Rafael.
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Amigo Rafael gracias a ti. Cuantas razones tienes y qué bien las expresas. Los detalles que describes son muy auténticos. Me gustó en particular el de «celebrar el coche nuevo de quien fuera» porque retrata toda una época feliz. Al hilo de esto creo y lo digo muy en serio, que deberías animarte a escribir. Por ejemplo a mi me encantaría leer cosas tuyas sobre los clásicos. Me refiero a coches claro. Seguro que podrías desasnarnos a más de uno y entretenernos con los muchos saberes que atesoras sobre características, curiosidades e historias de coches antiguos. Anímate que seguro se te da muy bien y nos dejaras muy buenos ratos. Fuerte abrazo
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