De un santo en Fuenterrabía

El paso del tiempo tiende a cambiar perspectivas y relatos, pero no siempre modifica lo sustancial que permanece inalterable.

Hace tiempo escuché que el monumento dedicado a san Juan de Dios (1495 – 1550), sito a la entrada del casco urbano de Fuenterrabía, responde más a una leyenda que a la realidad. Se trata de un grupo escultórico con el que su autor, José Díaz Bueno, quiso rememorar la participación del santo en la reconquista de la ciudad tomada por los franceses en 1521 y la ayuda que le prestó la Virgen al caer malherido de un caballo.

Habiendo tenido ocasión de ahondar en esta historia he constatado que, siendo el relato inspirador del monumento bastante fantasioso, en lo sustancial no deja de reflejar un hito de la vida de un gran santo que participó en la citada batalla.

Corría el año 1945 cuando el Ayuntamiento decidió construir una glorieta rematada con un monumento que prestigiara la ciudad. En 1947, coincidiendo con un congreso hispano luso, el alcalde Francisco Sagarzazu, aprovechando que en el siglo XVI había sucedido un hecho capital en la localidad protagonizado por un joven portugués, organizó una multitudinaria inauguración. Relató que, en el ejército de Carlos V que sitió la plaza fuerte para desalojar a los franceses había un joven soldado lusitano, Joao Cidade, al que se le apareció la Virgen vestida de pastora librándole de la muerte. Fruto de aquel milagro el joven se convertiría, dedicaría su vida al cuidado de los enfermos y alcanzaría fama y santidad con el nombre de Juan de Dios.

Como tantos, esta historia es la que conocía Sagarzazu de las biografías del santo basadas en la escrita por el agustino Antonio de Govea en 1624. Una obra que, aportando certezas, es más una hagiografía para justificar la santidad del joven portugués agregando adornos como el milagro de la Virgen y la conversión del joven Joao.

Y así seguiría viva la leyenda de no ser porque en 1950 se descubriese la primera biografía de San Juan de Dios publicada en 1585. Obra más rigurosa y poco sospechosa de desacreditar al santo por ser su autor Francisco de Castro, fraile destacado de la Orden Hospitalaria fundada por Joao Cidade. Gracias a ella hoy sabemos que es cierto que san Juan de Dios participó en la batalla de Fuenterrabía, que se hirió al caer de una yegua y que, condenado a la horca por negligencia, se le conmutó la pena por la expulsión del ejército. Lo que no consta es la aparición de la Virgen ni su conversión durante el sitio.

El Juan descrito por Castro es diferente al de Govea. Es un aventurero que, tras abandonar a temprana edad su casa, siendo pastor del conde de Oropesa se enrola en sus tropas acudiendo al sitio de Fuenterrabía. Tras su expulsión retorna al pastoreo volviendo a unirse en 1532  al ejército del  Emperador en la campaña de Viena contra los turcos. A su regreso tras viajar  por diversas ciudades trabajando como leñador y albañil en 1538 camino de Málaga se le apareció el Niño Jesús diciéndole, “Granada será tu cruz”, lo que le llevaría a afincarse en esta ciudad vendiendo textos y estampas religiosas.

Poco a poco se sintió movido por la piedad y la caridad y en 1539, tras escuchar un sermón de san Juan de Ávila, vivió su conversión. Y con tanta pasión lo hizo que dándole por loco le ingresaron en un manicomio donde el trato inhumano recibido le impulsaría a salir de allí para cumplir la misión de “tener  un hospital, donde pueda recoger a los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo”. Instado por Juan de Ávila peregrina a Guadalupe donde se le apareció la Virgen poniendo en sus brazos al Niño Jesús y encomendándole “Juan, vísteme al Niño para que aprendas a vestir a los pobres”.  

Conmovido por la visión afrontó su obra dedicada a la mendicidad, a erigir hospitales, salvar vidas a riesgo de la suya y fundar la hoy conocida Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Tanto esfuerzo le debilitó muriendo en 1550 entre el fervor de los granadinos. Canonizado en 1691, sería declarado por León XIII patrono de los hospitales y de los enfermos.

Aunque esta historia no era conocida por el alcalde Sagarzazu cuando inauguró la escultura, lo sustancial es que en la Fuenterrabía del siglo XVI, hoy Hondarribia, dejó su huella un ser humano de extraordinaria generosidad al que a la postre sí se la apareció la Virgen y que bien merece el monumento erigido en su memoria.

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