De pactos, poder y dinero

De quienes creen que su valía depende de las riquezas y poderíos que posean cabe esperar que serán capaces de hacer cualquier cosa por obtenerlos y conservarlos.

Que el poder y el dinero siempre han ido de la mano a lo largo de la historia y que el afán por su posesión ha propiciado sus páginas más negras es una evidencia. No obstante, como todo en la vida manifiesta puntos álgidos, en los tiempos que corren tan nociva pulsión ha alcanzado cotas insospechadas extendiéndose a todos los ámbitos y a la política en particular. No es de extrañar que ideologías aparentemente opuestas, como neocapitalismo y comunismo, colaboren estrechamente movidos por un mismo objetivo; concentrar en pocas manos dinero y poder.

Obviamente la dilución de valores morales y la promoción de sociedades utilitaristas y materialistas, ha favorecido la expansión de un mercantilismo global exacerbado en el que todo puede ser objeto de compraventa, incluidas las conciencias; aquello de que “todos tenemos un precio” está en su plenitud. Entre el enfermizo interés de unos por poseer poder y dinero y el excesivo miedo de otros a perderlo, ni los primeros conocen límites para lograrlo ni los segundos para aceptar cualquier bajeza si entienden que con ello lo suyo queda a buen recaudo.

Basta ver el panorama político en el mundo y en España en particular para constatar cómo detrás de todos los pactos más infames no sólo late el ansia de poder sino su aliado más leal y letal, el dinero. ¿Acaso alguno de los acuerdos suscritos para investir al presidente del gobierno no lleva incorporado con mayor o menor visibilidad el interés económico? Más aún, cabe preguntarse si alguno de los firmantes los hubiese suscrito de no esperar obtener réditos dinerarios, no digamos si viesen visto peligrar sus ingresos. Lo mismo aplica a quienes se muestran tan equidistantes e incluso comprensivos.

Cabría poner muchos ejemplos, pero viene al caso la reciente afirmación de la  embajadora de Alemania. “Lo que se está haciendo en España creo que está dentro de la Constitución” señaló la Sra. Gosse en un alarde de burda diplomacia y no injerencia en asuntos internos. Será casualidad, pero tamaña declaración partidista se produjo tras conocerse la noticia de que el gobierno español se plantea avalar con 3.000 millones de euros a la empresa Siemens Gamesa cuya matriz es de titularidad germana. Sin entrar en lo justificado o no que esté dicho aval para evitar el colapso de una empresa con miles de trabajadores españoles, lo que no es de recibo es una opinión tan sumisa con el  poder que lo único que muestra es todo lo que el dinero puede comprar.

Si allá por el siglo IV San Basilio Magno calificó el dinero como “el estiércol del diablo” es por la maldad que se instala en las personas que viven apegadas al dinero y a todo lo que supone, poder incluido. Quienes lo han convertido en el dios al que se rinde pleitesía están dispuestos a cometer las mayores injusticias y a alcanzar los grados de indignidad que sean precisos. Eso sí, envolviendo siempre sus costosísimas e inmorales acciones en banderas altruistas; progreso, justicia social y concordia son algunas muy recurrentes.

Cuando desde el poder, con el riñón bien cubierto, burócratas comunitarios o de organismos internacionales, que cobran de los impuestos salarios obscenos, instan a quienes apenas llegan a fin de mes a apretarse el cinturón sin dar el más mínimo ejemplo, siempre lo hacen en aras de la estabilidad y el bien común. ¿Harían lo mismo si implicase rebajarse el sueldo a la mitad o reducir superestructuras prescindibles suprimiendo sus puestos?

Lo mismo cabe decir de los inicuos pactos de poder y dinero suscritos recientemente en España cuyos autores pretenden envolver en falsas banderas de reconciliación a la par que protegen sus intereses levantando un muro de odio. Como diría el cínico Maquiavelo un gobernante ávido de poder y dinero nunca carece de razones legítimas para mentir y “el que engaña siempre encontrará quien se deja engañar”. Confiemos en que, siendo tan graves los daños que causan la ambición desmedida  y la codicia, al menos sirvan para que cada vez sean más las personas que abran sus ojos y estén dispuestas a resistir y no dejarse embaucar.

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