Siempre, y particularmente cuando la esperanza flaquea, es buena ocasión para leer la biografía de personas grandes como los santos.
Creyendo innecesario detenerme en las bondades de la lectura, cuyos beneficios se agrandan con el singular provecho que aporta cada género literario, hoy, la “festividad de Todos los Santos” me ha llevado a fijarme en uno en particular. Alguien dijo que leer biografías es como subirse a hombros de gigantes. Quizás por ello siempre sentí atracción por conocer la vida de personas sobresalientes. Recorrer las sendas y vivencias que los llevaron a alcanzar las atalayas que conquistaron permite gozar de perspectivas únicas y elevadas.
Adentrarse en la vida de personas ordinarias haciendo cosas extraordinarias es fuente de inspiración y aprendizaje. Lo primero que revela es que el éxito no es una carrera fácil exenta de dificultades, riesgos e injusticias. Lo que hace distintos a los gigantes es que fueron pequeños que no se rindieron; aprendieron de errores y derrotas, insistieron y no se dejaron vencer. Tras cada éxito hay intentos fallidos, eso que muchos llaman fracasos, pero que ellos tomaron como lecciones. Valiosas enseñanzas cuyas lecturas, además de entretener, aportan sabiduría e invitan a la reflexión.
Si como se dice la realidad supera la ficción, las buenas biografías son libros de aventuras reales, raramente exentas de misterio e intriga, ricos en sorpresas y conocimientos muy variados. Siguiendo los pasos del protagonista, amén de conocerle, se aprende sobre temas concretos, la sociedad de su época y sus personajes, las condiciones de vida y el momento histórico que le tocó vivir. Por añadidura, mirarse en el espejo de personas notables ayuda a crecer y conocerse mejor. Sus pensamientos y experiencias ofrecen una comprensión más rica y profunda de la vida. Facilitan poner el mundo en perspectiva, salir de nuestra burbuja y, quien sabe, animarnos a transitar derroteros insospechados.
Dejado expuesto que las biografías son fuente generosa de sapiencia, la experiencia me ha enseñado que, cuando el personaje de que se trata es un santo, a los beneficios del género comentados se le añade un muy valioso plus. Dicho brevemente, pocas lecturas hay que ayuden más en la senda de la virtud. Por ello, se sea o no creyente, para aquellos que aspiren a ser virtuosos es receta muy sanadora leer vidas de santos, máxime en los tiempos que corren.
Mientras el mundo ofrece como ejemplos inspiradores, sin reparar en aspectos morales, vidas de ricos y famosos, los santos llaman a ser humildes y caritativos. Se diría que son revolucionarios, que siempre remaron contracorriente y de hecho lo son, de ahí que sus vidas, siempre apasionantes, en demasía desconocidas, hayan cambiado en tantas ocasiones el curso de la historia de la humanidad. Para todos aquellos que aspiran a superar sus debilidades, afrontar el sufrimiento, o salvar pruebas que creen inabordables, las vidas de santos y mártires son fuente de remedios espirituales para las enfermedades del alma.
Siendo que todos estamos llamados a la santidad, que aspiramos a ser mejores personas, es más que recomendable auparse a hombros de estos gigantes que, por la gracia divina, son maestros en santificación. Quienes llamamos santos fueron hombres y mujeres como nosotros. También sufrieron y tuvieron dudas y debilidades y algunos fueron grandes pecadores, de ahí que sus vidas de conversión sean magníficas guías de espiritualidad. Guías únicas por atesorar experiencias sólo a ellos reveladas que a la par aportan conocimientos esenciales para cumplir aquello que el apóstol San Pedro exhortó: “Estar siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza”. Respuestas que, siendo hoy tan necesarias, pueden hallarse en las vidas de santos con la ventaja de que, por ser tan diversa la forma en que recibieron y expusieron la gracia de Dios, permite a cada cual escoger la guía de la que aprender.
Concluyendo, si antiguamente quienes conocían el valor y la importancia de estas lecturas hacían sacrificios para adquirir vidas de santos, hoy, acceder a sus biografías, es sencillo y barato, no pocas veces gratuito en internet. Por tanto, sólo me queda animar a ejercer esta afición pues como decía San Antonio María Claret: “El bien que se puede recabar de la lectura de un buen libro no se puede calcular, y siendo ésta la mejor limosna que puede hacerse, ciertamente recibirá de Dios un premio centuplicado en la vida eterna”.

Kikón, acabo de leer tu último escrito. Me ha encantado, eres un acha. Bss Pirula 😊
Me gustaMe gusta