El valor de la minoría disidente

En estos días de exaltación de las bondades de las mayorías, toca recordar que las voces minoritarias además de ser la esencia de la libertad de expresión siempre han sido fuerza motriz del progreso humano.

Hablar de minorías supone adentrarse en un complejo mundo de diferencias en el que, cada elemento diferencial ya sea raza, sexo o credo, entre otros muchos, puede originar una minoría. Tanto es así que no sólo cada individuo constituye la minoría más pequeña sino que las presuntas mayorías no dejan de ser agregaciones de minorías. Así pues cabría inferir que la mera diferencia no justifica la existencia de una minoría. Para alcanzar dicha condición es preciso que lo diferente entre en conflicto con lo prevalente.

Desde esta perspectiva cabe afirmar que, entre las minorías más genuinas, destaca la que hoy me ocupa; la minoría disidente. La que osa separarse de lo comúnmente aceptado asumiendo los riesgos que conlleva. Esa minoría que, por su propia naturaleza, entra en conflicto con el poder establecido al no asumir sin disensos el estatu quo imperante. Una minoría que, por atreverse a dudar y a expresar sus dudas, siempre ha constituido el mayor peligro para los poderosos y gobernantes. Porque mientras que la mayoría, viviendo el día a día, apenas percibe como se le van imponiendo reglas y conductas acostumbrándose a ellas, la minoría disidente quiebra esa pauta alzando su voz, propiciando el contraste de ideas y manteniendo viva la razón y la libertad.

Algunos dirán que, en las llamadas sociedades democráticas, las minorías disidentes gozan de protección. Que gracias a la institucionalización de la tolerancia pueden actuar y expresarse libremente siendo los riesgos de sus disidencias escasos. Y así debiera ser, pero la realidad es otra. Porque, conforme el grado de discrepancia aumenta y la temática abordada es más sensible, la tolerancia merma, cuando no se desvanece aflorando censuras y silenciamientos. Al fin y a la postre no cabe olvidar que tolerancia no es sinónimo de libertad y que, quien tolera, parte de una posición de superioridad respecto del tolerado; dos pequeños matices con notables efectos negativos para las auténticas minorías disidentes.

Y digo bien al referirme a auténticas minorías disidentes porque las hay domesticadas. Sí, esas que han sido asimiladas por el sistema, a las que los poderes permiten existir dentro de un orden y que incluso son exhibidas como muestra de su magnánima tolerancia. Son esas minorías que han dado por buenas las reglas del juego y que, si bien en ocasiones manifiestan alguna discrepancia, nunca de fondo, rápidamente se alinean con el pensamiento predominante cuando es preciso. Son aquellas que anteponen la utilidad a cualquier otra consideración.

Al contrario, las auténticas minorías disidentes, siempre en peligro de extinción, no se avienen a limitarse a los términos del debate impuestos. Opinan sobre lo que estiman oportuno incluidos aquellos temas que el pensamiento único ha proscrito y que hoy en día ni son pocos ni menores. No dan por perdidas batallas ni asentadas como inamovibles ideas e ideologías que no comparten por mucho respaldo modernista, europeísta y mundialista que tengan. Acierten o no, sean sus alternativas mejores o peores, su extraordinario valor radica en que se resisten a renegar de su entera libertad de pensamiento y opinión atreviéndose sencillamente a dudar y disentir.

Alguien dijo que la duda ha existido siempre como minoría pues todo lo pone a prueba y especialmente el pensamiento prevalente. Y esa es justo la principal seña de identidad de la minoría disidente, que todo lo pone a prueba, empezando por ella misma; soportando ataques, críticas, cancelaciones, errando y volviéndose a poner en pie. A eso están llamadas las minorías disidentes, a ser probadas como hoy lo son por el discurso dominante que a diario pone a prueba creencias, convicciones y conocimientos.

De ahí que, a lo largo de la historia, la disparidad de fuerzas nunca haya acallado las voces discrepantes precisamente porque su razón de ser es poner y ser puestas a prueba. Esas voces capaces de negar la mayor, de plantear otras alternativas, de resistirse a dar algo por válido por el mero hecho de que lo sustente la mayoría, tienen un extraordinario valor; más allá de la utilidad coyuntural, hoy tan sobrevalorada, la minoría disidente es bastión de la libertad y dignidad de la persona, fuente de ingenio e innovación a la que la humanidad debe su progreso; junto a notables errores sus más grandes logros.

2 comentarios sobre “El valor de la minoría disidente

  1. Qué verdad Javier. Yo lo compruebo todos los días.
    El que se las da de tolerante, demócrata etc, es el que menos tolera que se opine distinto. Enseguida claman al «eres un nazi extremista, carca, intolerante….»

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    1. Gracias María. Lo cierto es que ser una minoría forma parte de las pruebas que conlleva ser cristiano. Cuando nos resulten duras basta con ver las que padecen tantos millones de fieles católicos en el mundo y las nuestras nos parecerán muy llevaderas. Lo cual en absoluto supone resignarse.
      Abrazo

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