Política del qué dirán

Si vivir pendiente de la opinión ajena revela falta de personalidad, quien así actúa en política no sólo evidencia carencia de convicción y liderazgo, además se ve condenado a actuar siempre a la defensiva.

Estar atento a las opiniones de quienes nos rodean es actitud positiva que permite conocer mejor el mundo en el que vivimos. No permanecer encerrado en uno mismo sino abierto a otros pareceres y puntos de vista es esencial para conocerse mejor y perfeccionar ideas y comportamientos porque, escuchar con serenidad juicios ajenos, aporta sensibilidad y capacidad para corregir errores y rumbos. Sin embargo, cuando se pasa de prestar atención a vivir pendiente de la opinión ajena, supeditando a ella gustos, decisiones y conductas, se entra en el territorio del miedo y se acaba siendo prisionero del qué dirán.

Habrá quien crea que, llegar al a punto de vivir en un estado de prevención tal que la libre elección sea presa del miedo al qué dirán, es infrecuente y se limita a entornos cercanos. Pero habiendo niveles de dependencia, es evidente que, el seguidismo, cuando no el sometimiento, a modas, tendencias y opiniones políticamente correctas, esta muy extendido y abarca todos los ámbitos. Es un mecanismo que no conoce fronteras en las relaciones humanas pudiéndose encontrar sus huellas en todos los entornos, desde el familiar al laboral, siempre con consecuencias negativas. De hecho, a mayor grado de exposición pública mayor es su potencial, de ahí que, uno de los ámbitos en los que el miedo al qué dirán encuentra mayor arraigo y cuyos efectos perniciosos son más palpables sea el de la política.

Una cosa es conocer y respetar la opinión pública en el ejercicio de la política y otra bien distinta dejarse llevar en exceso por ella y no digamos acomodarse a la misma por miedo al qué dirán. En política tan malo es confundir las ideas de uno con la realidad como convertir en evidencias y verdades opiniones ajenas. Considerando además que la denominada opinión pública es algo muy manipulable, dándole más importancia de la debida se corre el peligro de ir asumiendo las realidades que marque el manipulador mimetizándose con él. Actitud ésta a la que, desde hace demasiado tiempo, nos tiene acostumbrado el llamado centro derecha frente al modernismo progresista cuya pericia y capacidad para recrear la realidad conforme sus intereses y manipular consecuentemente a la opinión pública y publicada a nadie se le escapa.

Pero si la inclinación a la política del qué dirán es de por sí mala, por cuanto implica renunciar a la iniciativa propia, peores son aún los efectos que retroalimenta. De una parte induce a un estado defensivo en el que la acción política se ve lastrada por la necesidad de tener que adecuar el discurso a lo que en cada momento se cree se espera de uno para evitar juicios negativos. A su vez, este permanente seguidismo genera la sensación de que las ideas propias, de existir, no son las mejores o no parecen serlo a tenor de la escasa convicción con que se defienden y la facilidad con la que mutan. Sensación que evidentemente es aprovechada por el adversario tanto para desprestigiar al sumiso como para subir permanentemente el listón de su miedo al qué dirán.

Atribuyen a Aristóteles la máxima que dice “Solo hay una manera para evitar las críticas: no hacer nada, no decir nada y no ser nadie”. Pero como en política eso es muy difícil, aunque algunos lo logran en la vida, para evitar ser estigmatizados ante la opinión pública la tendencia ha sido intentar congraciarse con el progresismo, condescendiendo con aquellos aspectos de su ideario que entienden no comprometen en demasía sus intereses más queridos. Así, practicando una política del qué dirán, salvo excepciones, han ido tomando prestados disfraces del adversario y dejando que este les marque el papel que deben interpretar y las líneas rojas que no deben traspasar so pena de serles retirados puntos del carné de demócrata o directamente de negarles dicha condición. Quizás comenzando por no prestar tanta atención a lo que supuestamente opina la mayoría pudieran retomar la iniciativa liberándose del miedo al qué dirán.

En todo caso no está de más tener en cuenta la lúcida recomendación de Mark Twain: “Siempre que te encuentres del lado de la mayoría, es hora de hacer una pausa y reflexionar”.

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