¡Gracias, Santo Padre!

Si maestro es aquel que destaca en su campo por su perfección y valioso magisterio, el papa Benedicto XVI (1927 – 2022) ha sido un modelo ejemplar.  Recordándole me viene a la mente lo que tantas veces pensé al contemplar altas cumbres; su majestuosidad radica en la formidable belleza de su serena sencillez. A medida que fue escalando cotas de saber y responsabilidad hasta ser elevado a la cima de la Cátedra de San Pedro en 2005, Joseph Ratzinger no dejó de crecer en modestia y sencillez. Virtudes que acrecentó como cabeza de la Iglesia y en su silencioso retiro durante los últimos nueve años de su vida tras renunciar al pontificado en febrero de 2013.

No le importó la propia imagen ni la relevancia social. Sus anhelos eran más elevados. Probablemente su mejor retrato es el lema episcopal que escogió cuando Pablo VI le nombró arzobispo de Múnich en 1977: “Colaborador de la Verdad”. Una declaración de servicio confirmada en su breve testamento espiritual hecho público por el Vaticano el pasado 31 de diciembre. Precisamente, leyendo texto tan sobrio como escueto me surgió el deseo o, mejor dicho, la necesidad de cumplir aquello de que es de bien nacidos ser agradecidos. Leyendo las razones que esgrime para estar tan agradecido, constaté que similares motivos tenía yo para mostrarle a él mi gratitud. Porque como buen pastor que guarda y guía, con su ejemplo, magisterio, determinación y claridad, el papa Benedicto XVI me ha ayudado a afianzar mi fe.

En tiempos difíciles la lucidez de sus juicios, su resolución y serenidad ha sido faro seguro entre tanta confusión. Por ello, aunque mis saberes no alcanzan para resumir el extraordinario legado intelectual de quien está considerado uno de los más grandes teólogos de nuestro tiempo, sí me atreveré a reseñar aquellas enseñanzas que, de manera particular, agradezco profundamente a Joseph Ratzinger.

De una parte, son muy de agradecer sus valientes y tempranas alertas sobre los peligros del mundo postmoderno y los riesgos de la dictadura del relativismo; dilución de valores culturales y alumbramiento de posverdades contra la razón, la libertad y la vida. Alertas siempre sólidamente argumentadas que, aún expuestas con brillante claridad, sin tibieza alguna, nunca rayaban en el desaliento. Porque, como buen maestro, sus exhortaciones también alentaban la esperanza. Confiaba en la capacidad de las personas para no dejarse confundir proponiendo, como mejores armas, además de la oración, la formación y el discernimiento.

Justamente la importancia dada por Benedicto XVI a la educación, en tiempos en los que está tan desprotegida y devaluada, es otro motivo para estarle agradecido. “Tenéis interrogantes y buscáis respuestas. Es bueno buscar siempre. Buscar sobre todo la Verdad.” Son palabras de Benedicto XVI dirigidas a los jóvenes en la JMJ 2011 de Madrid. “Dios quiere interlocutores responsables. Sed prudentes y sabios.”, les dijo. Con similar énfasis y constancia exhortaría a los profesores que no limitasen el ejercicio del magisterio a la lógica utilitarista ni lo sometiesen al servicio de ideologías cerradas al diálogo racional. Sí al diálogo y la razón, dos ejes fundamentales en el pensamiento y la obra de Joseph Ratzinger cuya vida es ejemplo de amor por el conocimiento, generosamente compartido, y de espíritu dialogante en numerosos campos. Entre estos, destaca su búsqueda incansable por hermanar razón y fe y, particularmente, fe y ciencia. Un debate tan antiguo como la historia del cristianismo al que dedicaría notables esfuerzos aportando importantes luces. Tan sólo por lo mucho aprendido en sus textos recopilados en la obra “Fe y ciencia un diálogo necesario”, le debo mi agradecimiento.

Para concluir, no puedo dejar de reseñar el regalo que más aprecio y por el que me siento más en deuda con Benedicto XVI. Algunos señalan que es el culmen de su legado, no lo sé. Lo que me consta es que su extraordinaria obra sobre la figura y enseñanzas de Jesús de Nazaret, fruto de un largo camino interior, como él mismo señaló, en mi caso ha cumplido el objetivo que manifiesta en su prólogo; «ser útil a todos los lectores que desean encontrarse con Jesús y creerle.» Si salvar la perniciosa y creciente grieta entre el “Jesús histórico” y el “Cristo de la Fe” fue lo que le motivó escribir el libro sin pretender, como precisó, que fuese un acto magisterial sino únicamente la expresión de su búsqueda «del rostro del Señor», le deberé eterna gratitud por haberme servido de maestro y pastor en mi búsqueda personal. ¡Gracias, Santo Padre! Que en paz descanse.

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