Lluvias mal queridas

Érase un país llamado España que sufriendo los estragos de la sequía recibe las primeras lluvias otoñales con quejas a doquier y el cartel de “llega el mal tiempo”.  ¡Curioso!

La verdad es que es un tema que siempre me ha llamado la atención para mal. No sé si es sintomático de algo y extrapolable o no a otros ámbitos de la vida, pero lo cierto es que la relación de muchos españoles con la climatología y el tiempo no deja de ser sorprendente. De una parte parecen estar muy preocupados, o eso dicen encuestas y medios, con las prolongadas olas de calor y los crecientes periodos de sequía. Pero a la par, cada vez que llegan las lluvias los mismos medios alertan de que viene el mal tiempo y el personal, particularmente los urbanitas, expresan su malestar y suspirán por los días soleados y el regreso del buen tiempo.

Para empezar nunca entendí y menos aún compartí esa manía de calificar el tiempo como bueno o malo. Supongo que sus virtudes y defectos lo serán más o menos en función de las circunstancias, pudiendo ser muy benéfico en un momento y lugar lo que en otro resulte dañino. Por ejemplo, en periodos de sequía como el que padecemos la llegada de lluvias es una bendición y lo lógico sería recibirlas con alegría y vítores; pues no, más bien se tiende a todo lo contrario. Sale uno a la calle estos días y pocas, muy pocas, son las personas que se muestran felices. Más bien con expresión de desazón, tienden a quejarse y sólo cuando se les recuerda lo mucho que hace falta el agua, algunos responden con resignación ¡sí la verdad es que sí pero que no dure mucho! 

Otro aspecto, digamos que interesante, de esta aversión tan generalizada a la lluvia es que, a pesar del aparente incremento de la sensibilidad ambiental, la fobia al líquido elemento siga estando tan arraigada. Dada la magnitud e intensidad de los esfuerzos y recursos destinados a sensibilizar a las gentes sobre las bondades del agua, cabría pensar que las lluvias se recibirían con mayor aprecio. Pero lo cierto es que ni tan siquiera las más alarmantes y urgentes llamadas alertando de sequías y desertificaciones parecen haber hecho mucha mella. Mientras el secretario general de la ONU, António Guterres, acaba de superarse afirmando que la humanidad está en «una carretera al infierno climático con el pie todavía en el acelerador» aquí la sanadora lluvia sigue percibiéndose como mal tiempo. Por lo que se ve, aunque declare himno de la ONU la canción de AC/DC «Highway to Hell» no pinta que vayan a cambiar mucho los sentimientos.

Visto el panorama a veces he llegado a pensar, y aun no lo he descartado, que cuando los deseos colectivos son tan fuertes y persistentes pueden llegar a hacerse realidad. Quizás las arideces y la escasez de lluvia que sufrimos tengan algo que ver con ese intenso deseo colectivo de gozar del sol y repudiar la lluvia. Pensando en ello me vino a la mente aquello que  el viejo que decía ser el rey de Salem en la novela “El Alquimista” de Paulo Coelho le dijo al protagonista, el pastor Santiago: “Cuando una persona desea realmente algo, el universo entero conspira para que pueda realizar su sueño.” Igual se puede aplicar a todo un pueblo.

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