Los votos del silencio

¿Tan difícil es aceptar que la opinión dominante puede estar equivocada y actuar libremente en consecuencia? A tenor de muchos resultados electorales así parece.

Desde que Clintón barrió a Bush en las elecciones del 92 espetándole aquello de “¡es la economía imbécil!” han cambiado mucho los reclamos. Ante la marea que se le venía encima, Biden recurrió a una llamada bien distinta; “¡esta en juego nuestra democracia! y le ha dado resultado. No ha ganado, pues conservando la mayoría del Senado por la mínima ha perdido la Cámara, pero ha evitado la debacle pronosticada. En sus horas más bajas de popularidad, cuando hasta los demócratas presagiaban una “marea roja”, Biden ha resistido.

Constatar cómo se puede sobrevivir con una mayoría de ciudadanos en contra de tus políticas, sin renunciar a ellas ni a las más radicales, debería dar que pensar. Que el mismo cuerpo social que rechaza políticas que perjudican su vida cotidiana acabe posibilitando que sus promotores sigan gozando de respaldo, merece atención, particularmente entre quienes, en estos lares, no se han enterado de que, tras décadas de intensa ingeniería social, lo importante ¡es la cultura imbécil!

Si hace décadas el debate económico tenía un peso determinante, hoy, como tantas otros cuestiones, ha quedado diluido en la batalla cultural y lo que está en juego es la libertad. Tan socialmente invasiva ha logrado ser la penetración ideológica y tan poderosos los medios a su servicio, que todo puede ser manipulable y todos susceptibles de ser sometidos . Convertidos ciertos valores, creencias y prácticas en opinión pública dominante, los datos y la razón quedan anulados y lo económico, con la colaboración interesada de muchos de sus referentes, también ha pasado a formar parte del relato imperante. De ahí que cada vez han de ser más graves y dañinos los errores  para verse reflejados en el voto si quien los comete es parte de la opinión dominante.

Que las ideas y actitudes de las personas están influidas por la percepción que tengan de la opinión pública  es un mecanismo social constatado desde antiguo. Sentirse aislado no es grato, todos deseamos ser aceptados y reconocidos, por ello  es innato estar al tanto de las opiniones dominantes y reducir disonancias. Por su parte, quienes aspiran a implantar sus ideas saben que, aún pudiendo ser minoritarias, si logran hacerse con la opinión pública ganarán la batalla cultural y las impondrán, como esta sucediendo.

Partiendo de esta constatación, Elizabeth Noelle-Neumann, (1916 – 2010), desarrolló la teoría de la “espiral del silencio”, hoy plenamente vigente. La idea básica es que la opinión dominante genera un efecto de sumisión en la población dominada. Las personas, para ser aceptadas, tienden a silenciar sus opiniones si éstas chocan contra las ideas percibidas como mayoritarias. El miedo al aislamiento induce la adhesión a las posiciones que perciben como más fuertes reforzándolas, mientras que las contrarias se debilitan llevando a sus partidarios al desánimo, cuando no a cambiar de opinión si con ello se sienten más confortables aunque sean menos libres.  

Obviamente en la conformación de la opinión pública el papel de los medios  difundiendo, consolidando y haciendo que se perciban como cuasi unánimes valores culturales en sí mismos minoritarios, es decisivo. De ahí que sus promotores lleven décadas haciéndose con estos medios, colonizándo la educación y todas las formas de expresión cultural, impulsando la espiral del silencio. Un proceso que se retroalimenta con una agregación de silencios que van desde dar por finiquitadas ciertas controversias, conviertiendo en tabú la opinión divergente y aislando a sus partidarios, pasando por la ocultación selectiva, escogiendo qué se publica y qué se calla, hasta la revisión histórica a medida y la censura.

El filósofo John Locke (1634-1704) afirmaba que la presión que ejerce la opinión, reputación y moda es tan grande que no hay uno entre diez mil que pueda resistirla. Sólo librando la batalla cultural con convicción y firmeza, dando visibilidad y apoyo a quienes hoy pasan por ser minoría, rompiendo su aislamiento, podrá lograrse que la opinión pública dominante favorezca la libertad de discrepar despertando con ello los votos del silencio.

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