Pensamientos playeros

Lugar curioso la playa veraniega. Algún politólogo pudiera afirmar que los concurridos arenales a la ribera del mar son paradigma democrático donde cohabitan en libertad gentes de toda condición. Para un sociólogo o quizás psicólogo estaríamos ante una magna  manifestación de desinhibición colectiva donde seres de diferente edad, sexo y raza ejercen actividades de lo más variopinto en paños menores sin el menor rubor. Aunque cierto es que, desde la mirada del paisajista, si bien algunas exhibiciones de humanidad semidesnuda realzan el entorno natural otras, no pocas, directamente lo humillan. Y, hablando de naturaleza, lo que un etólogo percibiría sería que, salvo algunas aves refugiadas en alturas no colonizadas, el resto de la fauna del litoral ha huido o se ha desvanecido quedando sólo sus rastros, conchas y caparazones y algún espécimen  generalmente molesto; véanse medusas o peces araña.

Visto desde la perspectiva del biólogo, más global u holística como dirían hoy, las playas veraniegas ofrecen la oportunidad de observar otros muchos comportamientos en las relaciones de las personas con su entorno. Sin duda hay de todo, pero, por ir al grano, me centraré en aquellos que me ha llevado a escribir estas líneas; sus conductas respecto del mar.

La más evidente es la inmersión en las aguas marinas; basta observar con un mínimo de atención para constatar que su proceder no es el que cabría esperar. Si bien a los asiduos a playas se les acostumbra a denominar bañistas, la verdad es que muchos apenas entran en contacto con el agua. Claro está que dependiendo de los calores, la temperatura del mar y otros factores, como la insistencia infantil, las proporciones pueden variar. Pero, en general, lo que se dice bañarse, más allá de remojarse en la orilla o hacer una breve incursión de alivio, no son tantas como da a entender el apelativo. Más que de bañistas habría que hablar de playeros o similar.

En cambio, hay otro comportamiento colectivo respecto del mar común a la inmensa mayoría; se trata sencillamente de mirarlo. Durante más o menos tiempo, con mayor o menor atención, muy raro es el bañista que tumbado, paseando, en píe o sentado no dedica algún rato a contemplarlo. Los únicos que apenas lo hacen son los niños. Salvo sus escarceos con las olas de la orilla o que algún suceso sorpresivo atraiga su atención, el paisaje marino les suele resultar de escaso interés una vez acostumbrados a su inmensidad. Sin embargo, los adultos sí tienden a ensimismarse frente al horizonte. Lo que ya no alcanzo a saber es que grado de abstracción alcanzan.

Observando a algunos de estos bañistas absortos, daba la impresión de que esas miradas perdidas en el horizonte marino eran expresión de una suerte de recogimiento íntimo, como de un sumirse en los propios pensamientos. Mirándoles me vino a la cabeza esa expresión inglesa que dice “a penny for your thoughts” (me encantaría saber lo que piensas), y llegué a concluir algo a priori sorprendente; en las concurridas playas veraniegas se medita. Ya digo que fue sólo una impresión, pues la casuística puede ser muy variada, pero la mera idea de que en una tumultuosa playa veraniega haya espacio para la meditación me resultó atractiva. Tanto como la de que el mar posea un potencial hipnótico capaz de inducir al sosiego en ambiente tan ajetreado y luminoso. Pero igual mis deseos me engañaron y más que a meditar, lo que provoca la contemplación marina es el aletargamiento mental. Puede ser que, las personas, en los momentos en que su vista se pierde en el horizonte, también dejan en paños menores sus mentes y no piensan en nada. Explicaría la cantidad de tonterías que se escuchan en las playas veraniegas.

4 comentarios sobre “Pensamientos playeros

  1. «…. otras, no pocas, directamente lo humillan». Una manera muy elegante de decir los espectáculos dantescos que se ven, sobretodo por parte de las mujeres, que han perdido no sólo el pudor, si no el mínimo amor por la estética

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