Arribando el último tercio del estío, en la bahía de Chingudi se respiran aires que anuncian fiesta. Donde el Bidasoa se entrega al Cantábrico, dibujando frontera hispano franca cargada de historias y leyendas, la memoria de un pueblo y la devoción a su patrona se funden en un solemne y festivo abrazo. Desde su santuario en el promontorio de Olearso, Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe, contempla como sus hijos de la muy noble, muy leal, muy valerosa y muy siempre fiel ciudad de Hondarribia (Fuenterrabía), apresuran preparativos. Sabe que, fieles a la promesa de sus antepasados, el 8 de septiembre, día de su Natividad, renovarán el voto que le hicieron en agradecimiento por la liberación del asedio al que fueron sometidos en 1638, tras un cerco francés de 69 días.
Ni la vil pandemia que casi todo lo silenció, pudo acallar estos dos años pasados el fervor de los hondarribiarras a su tradición. Su corazón no dejó de latir; el repique de campanas, la novena a la Virgen, el solemne Te Deum, la Salve de Eslava, la renovación del voto en el Santuario y la misa en sufragio de los caídos en el Glorioso Sitio se celebraron. Pero, aun perviviendo, el sentimiento latió teñido de nostalgia porqué faltó el Alarde; la Procesión Cívico-Religiosa, escoltada por paisanos armados, que escenifica como pocas la viva expresión de un pueblo apegado a su historia.
Al regresar este año para sumarme como de costumbre a las fiestas, la atmosfera es otra. El colorido de tiendas y tenderetes con sus boinas, alpargatas y pañuelos, la novena en Guadalupe, la concurrencia en calles y plazas, las fotos de cantineras, los olores de barras y fogones, la flota amarrada y las melodías de txibilitos, redobles y parches ensayando son los de antaño, pero la expectación, la emoción que se palpa es distinta, porque el día 8 sí habrá Alarde como acontece desde 1639.
Un año más el pueblo de Hondarribia peregrinará hasta la ermita de Guadalupe para renovar el voto. Al mando del Burgomaestre, junto a su Comandante, las unidades y compañías del Batallón, con la sin par Escuadra de Hacheros al frente, volverán a desfilar. Llevado por himnos y marchas, con sus banderas y cantineras en orden de formación y los pequeños cuberos atesorando vivencias que de mayores recordarán, el Alarde regresará con olor a pólvora, envuelto en entusiasmo, y sentimientos.
Con la primera campanada que rompe el alba sonará la Alborada, el trinar de pajaritos de un botijito con agua, y, a la hora, el “Crepúsculo”, la Diana de la banda de música despertando a población y tropas. Al poco, unidades y compañías congregadas por sus capitanes, al son de txibilitos y tambores, recogerán a sus cantineras; símbolo de las vitales labores de la mujer en el asedio, vibrando con cada nota y cada paso, serán para los miles de paisanos armados el estandarte de sus emociones como el tremolar de sus banderas es orgullo de sus raíces.
Así reunidas, las tropas se concentrarán al pie de la muralla, el Burgomaestre pasará revista, ordenará el ansiado toque de “Arrancada” y las fuerzas iniciarán su marcha entrando por el Portal de Santa María subiendo la calle Mayor hasta la Plaza de Armas entre vítores de vecinos y foráneos. En el pórtico de la parroquia se incorporará el estandarte de la Virgen de Guadalupe, banda y Tamborrada interpretarán el himno Titibiliti, tronarán fusilería y artillería y, al toque del Cornetín, el Alarde, arropado por el pueblo, iniciará su marcha hacia el Santuario de la Virgen de Guadalupe bajo el repique general de campanas. Allí se renovará el voto a la Virgen se cantará la Salve y el Batallón volverá a desfilar en la Campa de la Cruz, no sin antes haber repuesto fuerzas junto a familiares y amigos, pues, a la tarde, las tropas regresarán a la ciudad para alardear de armas y victoria por sus plazas y calles.
Volver a respirar este ambiente es un lujo. No se trata sólo de poder disfrutar de la estética de la fiesta, de sus preciosas estampas e inolvidables cánticos y músicas, que también, incluidas las alegrías culinarias que no son pocas. La fortuna estriba en poder compartir sentimientos y vivencias, reencontrarse con amigos, gozar con familiares y sentirse parte de esa hermandad que inspira la mística del Alarde. Desfilar es mucho más que seguir el paso al son de las marchas, cada momento trae recuerdos, cada calle vivencias, sonrisas y saludos. Es la emoción compartida la que alegra el corazón y alimenta el espíritu. Por ello, si alardear es presumir con orgullo y alegría y celebrar compartir, el de Hondarribia es todo un Alarde.
¡Viva la Virgen de Guadalupe!

Que sepa usted Don Javier que por una vez, y sin que sirva de precedente, me he emocionado leyendolo!
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¡Qué maravilla de artículo Javier! Leyéndolo revivimos nuestros recuerdos y sentimientos.
¡Un millón de gracias!
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Expresa perfectamente lo que sentimos, sobretodo nuestros hijos que lo viven desde que nacieron y esperan con ilusión cada año
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Muchas gracias María, me alegra compartir sentimientos. Abrazo
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Precioso artículo Javier. Este año, tras dos años sin Alarde, los sentimientos de los que hablas han sido mas intensos que nunca.
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Álvaro, viniendo el comentario de una persona tan apegada y conocedora del Alarde como tu es todo un elogio. Muchas gracias y fuerte abrazo.
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