Quienes pretenden dar por cerrado el debate en torno al cambio climático yerran. Basta comprobar cómo aumentan los disensos a medida que las políticas para combatirlo toman cuerpo en acciones que afectan a los ciudadanos. Además, de ser así, malo sería porque no es un dogma; se trata de ciencia, economía y política, campos en los que sólo se progresa confrontando ideas.
Por legítimo que sea el objetivo, las adhesiones multitudinarias siempre flaquean con el devenir de la realidad, decayendo tanto más cuanto mayor es la dosis de sentimentalismos y voluntarismo que las inspiran y menor la de conocimientos y compromiso. El reciente trabajo de EsadeEcPol titulado “Radiografía de las divisiones y consensos de la sociedad española en torno al cambio climático”, ofrece interesantes datos al respecto. Basado en una encuesta pionera, llevada a cabo a finales de abril, pone de manifiesto que la realidad ya está modulando el apoyo mayoritario al combate frente al cambio climático.
Sin entrar en detalles cabe resumir la radiografía en los siguientes términos: Siendo notablemente elevado el apoyo social otorgado a la necesidad de abordar el cambio climático, considerado un reto muy importante y prioritario, dicho respaldo presenta sin embargo serias debilidades que las circunstancias económicas agravan. Así, a medida que llegan las facturas del tratamiento aplicado, el compromiso de los partidarios merma, siendo creciente la opinión de que sean otros quienes las paguen oponiéndose a cambiar sus estilos de vida.
Efectivamente, en la parte de los consensos la encuesta evidencia que la importancia del problema y la urgencia de abordar su solución recibe un elevado apoyo, incluso con independencia de lo que hagan otras sociedades. Hasta aquí los buenos sentimientos de las buenas gentes quedan patentes. Pero este elevado grado de concienciación no parece tener bases muy sólidas pues, al preguntar sobre impuestos, subida de precios de carburantes y prohibiciones surgen las discrepancias. Salvar el planeta es importante y prioritario, pero no a costa de pagar un peaje personal. De ahí que, ante estas preguntas, los encuestados se muestren renuentes y rayando en la incoherencia opten por alternativas que no pongan en riesgo su statu quo. Claro ejemplo son las respuestas sobre fiscalidad y gasto público que evidencian esa visión mágica de tantos españoles sobre materias tan sensibles y trascendentes reflejada en otros muchos campos y particularmente en el estado del déficit y la deuda.
Paradójicamente, siendo muy pocos los partidarios del aumento de impuestos, la mayoría sin embargo sí opta por las ayudas públicas para llevar a cabo la transición verde. Pero como se oponen a que tan benigno maná salga de sus bolsillos, para satisfacer la adicción inducida a una economía subsidiada un porcentaje elevado aceptaría subidas impositivas siempre que se las apliquen a las empresas. Que el impacto negativo se traslade a la competitividad, al empleo y a los consumidores, es decir, a ellos mismos, no parece preocuparles.
Sin duda el retrato que ofrece la encuesta de la madurez de nuestra sociedad ante un reto con tanto peso en la transformación de nuestras vidas no es muy alentador, más bien resulta preocupante. Pero siendo la responsabilidad de la ciudadanía grande, particularmente en una democracia, tampoco cabe cargar las tintas en quienes a la postre tratan de bandear sus urgencias cotidianas que cada día son mayores y más apremiantes. Quienes tienen más responsabilidad son aquellos que han hecho del cambio climático una bandera ideológica, cuando no un negocio, promueven el alarmismo y adoptan medidas erráticas y precipitadas sin considerar que la realidad es cambiante y que la improvisación, amparada en la emergencia, causa muchas víctimas colaterales. Son los mismos que pretenden dar por cerrado el debate en torno al cambio climático como si de un dogma se tratase, buscando más la adhesión inquebrantable que la confrontación de ideas.
Por su indudable importancia, las cuestiones relativas al cambio climático merecen ser abordadas con menos entusiasmo oportunista y mayor sosiego, rigor y realismo sin que ello suponga menor ambición. Porque si algo muestra el estudio es que las percepciones y posicionamientos de la sociedad sobre las complejidades inherentes al reto, son tan cambiantes como las circunstancias de una realidad incierta. El recurso a las emergencias pierde fuelle cuando los ciudadanos ven agrandarse las propias, siendo el devenir cotidiano el que fija sus prioridades. De ahí que, para afrontar reto tan trascendente, sea más imprescindible que nunca promover el debate de ideas de donde surjan soluciones adaptables a la cambiante realidad. Respuestas al fenómeno que, evitando graves daños sociales, no pongan en riesgo el proceso y permitan no sólo avanzar sino hacer efectivos sus beneficios a todos los estratos de la sociedad.

Muy bueno Javier
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Muchas gracias amigo Hilario. Dada tu larga experiencia tu opinión me merece mucho crédito. Fuerte abrazo.
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