Siempre se quedan

Hoy los ecos de su entrega llegan desde Ucrania; mañana desde cualquier otro lugar. Porque allí donde haya dolor y miedo son faros de esperanza que nunca abandonan a su pueblo. ¿Cuál es su fuerza?

En estos días, bajo el fuego de la guerra, miles de sacerdotes, religiosos y laicos, compartiendo las miserias y sufrimientos de la población, ofrecen todo cuanto son y tienen, sin distinción de credos, nacionalidades o razas. En silencio, sin esperar nada a cambio, rezan, acogen, consuelan, alimentan y curan. Son hombres y mujeres con rostros y nombres concretos, como tantos. No tienen madera de héroes ni pretenden serlo. El miedo y el dolor tampoco les son ajenos. Sin embargo, allí donde habita la tristeza y la deseperación llevan la alegría y la esperanza así como la seguridad de su cercanía porque siempre se quedan. ¿De donde sacan tanto ánimo y generosidad?,¿Qué fuerza les impulsa?

La respuesta es tan sencilla como dificílmente comprensible para no pocos. Lo que distingue a estos hombres y mujeres  es su firme compromiso con su vocación; ser cauce del amor de Dios, mensajeros del Evangelio y de la esperanza de la salvación mediante palabras y obras. Ahí radica su fortaleza, en haberse abierto al amor de Cristo hasta el punto de convertirse en instrumento suyo, dejando que sea su infinita caridad la que actúe a través de ellos. Ciertamente más que explicación razonable puede parecer locura que muchos no alcancen a comprender y otros rechacen, pero esa y no otra es la fuerza que alumbra tan extraordinaria entrega.

Nadie dice que la explicación sea fácil de asimilar, por ello genera reacciones contradictorias. Así mientras la mayoría de las personas admiran las obras de estos servidores de Cristo, particularmente en casos de entrega extrema, a la hora de señalar sus motivaciones surgen discrepancias. Si para los creyentes son manifestaciones de una fe ejemplar, para quienes no creen las razones pueden ser muy diversas. Desde quienes ni se lo plantean, pasando por los que piensan que se trata de actos de bondad meramente humanos, hasta aquellos que, negando la gracia de la fe, los atribuyen a estados de alienación de seres ingenuos, desprovistos de juicio crítico, abducidos por falsas promesas hasta el grado de llevarles a poner en riesgo sus vidas.

Hablando el otro día de estas cuestiones y leyendo la página web de la sección española de la  Fundación Pontificia “Ayuda a la Iglesia Necesitada” me vino a la cabeza la película francesa titulada De dioses y hombres (2010) dirigida por Xavier Beauvois. Basada en la historia real de ocho monjes de un monasterio cistercienses en las montañas del Atlas argelino, relata su vida desde 1993 a 1996 cuando se ven inmersos en la Guerra Civil de Argelia. Dedicados a la vida contemplativa, los monjes rezan, cultivan la tierra y sirven de apoyo a la población cercana procurando aliviar sus carencias especialmente sanitarias en su rudimentario dispensario médico. Su vida transcurre en armonía con sus vecinos musulmanes asentada en lazos de amistad y respeto hasta que son amenazados. Entonces deben tomar una decisión que llevará a siete de ellos a ser secuestrados y ejecutados por islamistas radicales.

Dejando a un lado sus premiados méritos cinematográficos, lo relevante de la película es cómo va desvelando los debates internos, personales y colectivos, que surgen entre los monjes cuando el peligro les acecha. Muestra a los hombres que existen bajo los hábitos trapenses, personas que, con sus dudas y miedos deben escoger entre la seguridad de la retirada que les aconseja el gobierno y el grave riesgo para sus vidas de su permanenecia reclamada por sus vecinos musulmanes.

No toman la decisión a ciegas, no son seres abducidos por una llamada al martirio que de hecho rechazan. Reflexionan, debaten y valoran razonadamente las alternativas; los riesgos y sus obligaciones y creencias individuales y colectivas. Primero su instinto de supervivencia les hace sentir como pajarillos inclinándose a levantar el vuelo dada la precariedad de la rama que les sostiene. Más tarde los habitantes les harán ver que ellos son la rama que sustenta a la población. Finalmente, tomando plena conciencia de su espiritualidad trapense de amor al prójimo, fruto de la reencarnación de Cristo en su interior, gozosamente lúcidos y satisfechos deciden permanecer junto a sus amigos hasta las últimas consecuencias.

Llevados por la insondable locura del amor de Dios siempre se quedan.

2 comentarios sobre “Siempre se quedan

  1. ¡Muchas gracias por recordarnos el testimonio excepcional de los que siempre se quedan! Tengo que revisitar ‘De Dioses y hombres’, sin duda una película magistral en su recreación de la vida monacal, con su tempo particular, sus silencios y difíciles discernimientos. Sobre el martirio me vienen a la mente otros dos títulos que merecen mucho la pena: ‘Diálogos de Carmelitas’, con Jeanne Moreau, y ‘Vida oculta’, de Terrence Malick.

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    1. Muchas gracias a ti Juan por leerme. Efectivamente «De Dioses y Hombres» tiene momentos magníficos. A mi me gustó particularmente su última cena; la música, el brindis, la fotografía de los monjes…. La de «Diálogo de Carmelitas» también es un clásico que he visto muchas veces y siempre se descubre algo nuevo. En cuanto a la última que mencionas «Vida oculta» no la conozco, así que me la apunto porque viniendo de ti seguro que es buen consejo. Fuerte abrazo.

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