Basta con querer distinguir entre el bien y el mal

Cada vez que el mal recoge las negras ganancias de sus mentiras cunde el pasmo, el miedo y la impotencia. Pero siendo grande su poder, no justifica la desesperanza; siempre está la opción de volver a apostar por el bien.

A veces, las erupciomes cotidianas inducidas por el mal cobran una fuerza inusitada y se concentran en el tiempo. Así ha sucedido esta semana desde Madrid a Moscú, pasando por Bogotá.  No han sido las únicas sacudidas ni tienen la misma escala, pero la grave crísis del Partido Popular, la aberrante declaración judicial colombiana de ampliar el aborto libre hasta la semana 24 y la brutal invasión de Ucrania, sí tienen el mismo denominador común; la mentira.

En sus Cartas del diablo a su sobrino, escritas en la Segunda Gerra Mundial, C.S. Lewis alerta a sus lectores de que , en lo referente al diablo, la raza humana puede caer en dos errores; no creer en su existencia o sí creer con un interés excesivo y malsano. Señala que los diablos se sienten igual de alabados por ambos errores, acogiendo, con idéntico entisuasmo, a un materialista que a un hechicero y  recuerda que el diablo es el maestro de la mentira.

Si en el materialismo encuentran su casa común el capitalismo despótico y el comunismo, y en la negación de la verdad su doctrina, sus  hechiceros de la mentira son sus principlaes servidores y los tibios oportunistas sus aliados. Paradójicamente, en un mundo en el que los principios y valores de civilización se volatilizan y diluyen, en sociedades tan proclives a licuarlo todo para satisfacer sus apetitos más bajos, lo que cada día goza de mayor solidéz y fuerza es la mentira;  asiento de tiranos.

Ninguno de los sucesos citados ha surgido espontáneamente, todos han sido alimentados con la torcida intención de unos cuantos,  la anuencia interesada de no pocos y el seguidismo estúpido de muchos. Occidente, Europa y España llevan décadas asumiendo el relativismo y la dilución de la naturaleza humana en aras de una falsa emancipación. Aceptando que la verdad es la  dictada por quien ostenta la fuerza para imponerla, que el fin justifica los medios y que la dignidad de la persona puede someterse a intereses mercantiles, territoriales y políticos. Promoviendo, dentro y fuera de sus fronteras, como liberadores valores occidentales, ideologías tóxicas materialistas nacidas para diseñar sociedades vulnerables y dependientes del poder. Ideologías que han llevado a millones de  personas a cohabitar en su mente con ideas y filosofías incompatibles, sin pararse a pensar si son ciertas o falsas, racionales o no, dispuestas a aceptar toda novedad por el simple hecho de ser nueva sin discernir su bondad o maldad ni pensar en sus consecuencias devastadoras.

Con este bagaje intelectual, anestesiada la razón  y adormecida la rebeldía ética y moral, el engaño, el fraude y la corrupción campan a sus anchas posibilitando que sociedades supuestamente civilizadas, convivan, sin apenas inmutarse, con las mayores iniquidades. Véase que estos mismos días, China, estado que viola a diario todo tipo de derechos fundamentales, acaba de celebrar los Juegos Olímpicos de Invierno con el único reproche de los defensores de la libertad de un boicot diplomático; algo así como castigar al violador del barrio con reirarle el saludo. Confiemos que los fuegos artificiales de la clausura no se tornen en los que simultáneamente planeaban sobre Taiwan.

Visto el panorama cabría caer en la desesperación, pero hay razones para la esperanza y medios para alimentarla. Cierto es que  el ciudadano de a pie puede alegar impotencia frente a las siniestras maniobras del poder y de sus hechiceros. Pero el mal no seduce y embauca sólo a unos cuantos poderosos; sus mentiras requieren para arraigar un terreno previamente abonado. Necesitan de sociedades allanadas a convivir con la mentira, de mayorías de individuos dispuestos a aceptarla cuando convenga.

De ahí que, para evitar, prevenir o minimizar los efectos perversos del mal nada hay más efectivo que sociedades refractarias a la mentira, el engaño y la sin razón. Sociedades formadas por personas que en su devenir se esfuercen en procurar el bien. Individuos que en el trabajo, la familia, entre amigos, al optar en la política o en las decisiones cotidianas, no se justifiquen banalizando el mal y tengan el valor de alzarse contra lo que saben no es correcto ni justo no contribuyendo con sus pequeñas acciones, silencios u omisiones a abonar terrenos propicios para que broten los sucesos que tanto espantan. Este sí es un reto al que nadie es ajeno. A la Madre Teresa un periodista le preguntó en una ocasión cómo se podía cambiar el mundo a lo que ella contestó: comenzando por cambiar usted y yo. Esa es nuestra esperanza y en nuestra mano está alimentarla; basta con querer distinguir entre el bien y el mal.

3 comentarios sobre “Basta con querer distinguir entre el bien y el mal

  1. Magnífico artículo en fondo y forma. Un repaso a la situación actual que hace que no nos reconozcamos en ella y una esperanza abierta desde nuestra acción personal.
    Muchas gracias Javier.

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