¿También tú lo echas de menos?

Llegó la primavera y te encontró mirando a lo alto. Buscabas entre las nubes lo que las luces de abril que avivan trinos, flores  y mil tonos de verde no te podían dar. Llevas tiempo esperando, meses velando su ausencia y ansías volverlo a sentir. Pero por grande que sea tu deseo de encontrarlo allí en el cielo, su inmensidad azulada apenas te lo ha evocado.

Desengañado, una vez más has comprobado que aquello que nos dijeron de pequeños era incierto. No, lo que tanto añoras no es su reflejo. Bajando la mirada, cabizbajo,  vuelves a rebuscar allí donde atesoras lo que un día conociste y se fundió contigo. Escudriñando en lo más hondo, aspiras revivir aquello de lo que tanto te acuerdas alumbrando los secretos que hacen único  lo que en las alturas no hallaste.

Es verdad que el cielo es magnífica cúpula iluminada que amaneceres y crepúsculos tiñen de colores  con mil y un matices.  Tan cierto como que es fantástico escenario de infinitos paisajes de cuerpos celestes que marcan días y noches en el que viajan nubes y relámpagos y retumban truenos. Pero aún siendo tan vasto y grandioso no deja de ser espacio lejano, sin pulso, sin vida.  No puede ser espejo de lo que buscas.

Con lo que tú sueñas es algo mucho más cercano; se deja contemplar, oír, tocar, oler, saborear. Será frío o cálido según su temperamento, pero a poco que te acerques te hace sentir su presencia, notas que está ahí, que te estaba esperando. Y a medida que te aproximas te desvela su grandeza y su fuerza. La brisa se adelanta, llega cargada de su aroma, olor que todo lo impregna, tanto más apreciado por los de tierra a dentro. Le acompaña un sordo y lejano rumor porque todo él es movimiento.  Ya a su vera, no hay lugar para el silencio. Según esté agitado o sereno, subiendo o bajando en su vaivén eterno, suena y resuena con todas las voces que lleva dentro.   

A sus pies, te saluda su trasparencia mostrando delicadeza, dejando que lo mires y disfrutes de su enormidad y belleza. Pero a cada paso va mudando de color y de carácter: su tono vira a un difuso verde azulado  y envía emisarias vestidas de blanco y reflejos que anuncian que a su dueño hay que tenerle respeto. Entrando más a fondo en su reino va tornando a un azul que sólo es suyo, muy distinto del uniforme cielo raso. Despliega tantos matices como sólo puede hacerlo el verde de los campos pero a diferencia de aquél, no siendo tan quieto el amo, su policromía es voluble como el viento y tan rica como la vida que acoge en su seno.

Ya sea en calma, remansado, ofreciendo solaz y refugio, o encrespado, con resaca, embistiendo contra rompientes, o embravecido por la galerna, convertidas sus ondas en montañas en movimiento que tan pronto se alzan bravías como se desploman contra las rocas, lo que echas de menos amigo, como yo, no lo busques en el cielo porque es el mar.

4 comentarios sobre “¿También tú lo echas de menos?

  1. Cierto echo de menos el mar, pero includo cuando estoy junto a el, lo primero que hago al levantarme es mirar al cielo para saber si voy a poder ir al mar. Y en Madrid el cielo tampoco es manco.

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