El perdonavidas

“Solamente aquellos espíritus verdaderamente valerosos saben la manera de perdonar. Un ser vil no perdona nunca porque no está en su naturaleza” Laurence Sterne.

Leo que Pedro Sánchez, tras las elecciones catalanas, afirmó: “Teníamos razón. El perdón tiene efecto sanador.” No es de extrañar que uno de sus fieles palmeros de guardia haya dicho que su jefe es “el puto amo”; sin duda lo es del amaño y el enfangue porque hace falta ser todo un maestro de lo torcido para manipular y enlodar algo tan noble como el perdón.

Alcanzo a entender que el respiro que le ha dado a Sánchez el resultado del PSC le haya llevado de su doliente retiro a la euforia, pero no ha sido para tanto y menos aún para autoproclamarse redentor.

Lograr el 27,7% de los votos ha permitido al PSC ganar las elecciones, pero considerando que los 872.959 votos obtenidos sólo suman el 15,98% del censo de votantes residentes (5.460.332) el resultado no es para tirar cohetes. Visto en términos de representación de la soberanía popular catalana, el “triunfo” resulta más bien pobre. Eso sí, cada cual es libre de celebrar los resultados de la “fiesta de la democracia” como le plazca. No obstante, constatando que de nuevo ha ganado por goleada la abstención, tanto el PSC como el resto de los partidos deberían hacerse mirar porqué un 42% de los invitados a tan importante festejo han decidido no acudir. 

Dejando aparte que el cacareado “triunfo” tiene muchos matices, lo que hoy me ocupa  es el notable efecto placebo que ha tenido en el afligido Sánchez.  Aunque como tal placebo carece por sí mismo de acción terapéutica para los males íntimos que sufre, habiéndolo recibido convencido de que posee realmente dicha acción, ha producido tal efecto favorable en el dolido presidente que, en un alarde de egolatría, ha atribuido el “triunfo” al poder sanador de su capacidad para perdonar. ¡Ahí es nada!

Que Sánchez y sus acólitos lleguen a creerse que amañar un pacto es lo mismo que perdonar es una cosa, también están convencidos de que mentir descaradamente equivale a cambiar de opinión, pero que pretendan que los demás lo aceptemos es otro cantar. Aunque hoy se lleve mucho la neo verdad y se asuma con frivolidad la manipulación del lenguaje, todo tiene un límite. Lo que ha hecho Sánchez con los secesionistas nada tiene que ver con el perdón. Ha sido un oscuro cambalache con el único propósito de mantenerse en el poder. No sé en qué medida habrá influido en las elecciones, pero si ha rendido votos dice muy poco de quienes han comprado mercancía tan averiada.

Perdonar es otra cosa. Significa renunciar generosamente, no por conveniencia, al daño ocasionado por otro. Conlleva dejar de lado aquellos pensamientos negativos que nos causaron dolor o enojo. Sólo es auténtico y sanador cuando sale de lo más profundo de nuestro ser, pues el perdón es una expresión de amor. Perdonar no implica restar importancia a lo sucedido ni darle la razón a quién te lastimó. Nada tiene que ver con pactar, a cambio de algo, que el daño jamás se produjo y menos aún despojarlo de su carácter delictivo que es justamente lo que hace la ley de amnistía. De hecho, donde no hubo daño, no ha lugar para el perdón.

Tiene toda la razón el novelista y humorista inglés del XVIII Laurence Sterne; para saber perdonar hay que ser valiente y un ser vil no perdona nunca porque no está en su naturaleza. ¿Desde cuándo quién ha hecho del odio y el enfrentamiento arma política, quien gusta de reabrir heridas del pasado y levanta muros entre españoles, tiene autoridad moral alguna para presumir de los méritos de su capacidad para perdonar? ¿De qué valentía puede preciarse quién sólo reconoce la culpa en sus adversarios, abusa de los sometidos y se pliega ante aquellos de los que depende?

De lo único que sí puede alardear Sánchez es de ser un perdonavidas que, como define el diccionario, es persona que presume de lo que no es y se jacta de valiente.

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