¿Felices Fiestas o Feliz Navidad? Sin pretender convertir la pregunta en dilema existencial como hizo con su “ser o no ser” el príncipe danés de Shakespeare, sí cabe algún comentario, pues la cuestión tiene su trasfondo.
Que una persona de un organismo público me agradeciese haberle felicitado la Navidad, me sorprendió. Tan extendido está en instituciones y empresas felicitar las fiestas sin más, o acaso con un buen deseo para el nuevo año, que añadir la palabra Navidad parece llamar la atención. Y no creo que se deba a que la mayoría de las personas de esas entidades hayan renegado de la esencia de la Navidad, más bien han asimilado la fórmula más “eclética” por aquello de no significarse quizás sin medir la importancia de su opción.
Al punto que hemos llegado cabe plantearse dónde estamos. Porque, cuando los valores entran en conflicto con nuevas costumbres, estas resultan menos sólidas, más líquidas y cambiantes dejando a las personas al albur de las fuerzas que las moldean. Así, cada vez se acrecienta el desafío de los que están dispuestos a preservar la esencia de la Navidad frente a quienes se afanan en convertirla en una suerte de festividad profana aupados por aquellos que, sin más propósito que asirse a los vientos de la modernidad, están dispuestos a sumarse a lo que toque.
Los que sí tienen un propósito claro de erradicar toda creencia o sentimiento religioso hace tiempo encontraron en el consumismo y el mercado un poderoso aliado. Basta acercarse a unos grandes almacenes para palpar el gran negocio que supone cualquier festividad desacralizada envuelta en papel de purpurina. Mientras el espacio dedicado a los belenes cada vez es más reducido, el destinado a toda la decoración roja y blanca, incluidos enanos, elfos y figuras estrambóticas no deja de crecer año a año.
No obstante, merece destacarse que, a pesar de las adversidades, la solidez de los valores que dan sentido a la Navidad junto a la perseverancia de sus valedores, mantiene vivas las raíces del espíritu navideño. Muestras de ello las hallamos a doquier siendo que en muchos lugares se han revitalizado tradiciones que parecían diluidas en el pasado gracias a múltiples acciones particulares e iniciativas como las que, entre otros, viene impulsando la Federación Española de Belenistas desde 1963.
Caso paradójico es el de Estados Unidos, origen de tanta festividad mercantilizada tan bien acogida en España igual también podría copiarse por estos lares. Porque, cuando se creía que el humilde pesebre había sido arrumbado por el recargado abeto y la felicitación navideña reducida a mera «felices fiestas», llegan noticias de que el sentido auténtico de la Navidad está más vivo de lo que parece.
Desde el año 2012 la Asociación Americana de Belenistas (American Nativity Scene) con el respaldo de la sociedad conservadora provida “Thomas More”, se propuso difundir un mensaje sencillo y concreto: mantener a Cristo en el centro de la fiestas navideñas. A tal fin se plantearon promover en Navidad la instalación de belenes en espacios públicos con un objetivo en particular; que en los capitolios de los 50 estados de la Unión se instalasen belenes, ya fuese en su interior o en el exterior. Doce años después ya son 43 los capitolios en los que se colocan cada Navidad belenes para celebrar, como ellos dicen, su razón de ser, y, de paso, proteger el derecho a expresar su fe en público.
Mucho más espontánea, pero no menos impactante, pues se hizo viral, ha sido la lección que un niño le ha dado a la primera dama de los Estados Unidos hace unos días. Protagonizando Jill Biden un evento infantil en la Casa Blanca, dio la bienvenida a los críos con un “¡Hola! ¿Cómo estáis? ¡Felices fiestas!» Y al momento un niño en voz alta y clara le corrigió: «¡Feliz Navidad!» La primera dama reaccionó con un gesto y diciendo «¡Feliz Navidad, sí!».
