De tarjetas y aguinaldos

Hay tradiciones que parecen olvidadas, pero aún somos muchos quienes, llegando la Navidad, apreciamos compartir la alegría de dar y recibir saludos y detalles.

Entre las muchas señales que anuncian aires navideños algunas tienen un carácter más personal. Ayer recibí la primera tarjeta felicitándome la Navidad. Escrita a mano, como a la vieja usanza, al hallarla en el buzón sentí alegría y gratitud. Parece mentira que algo tan sencillo pueda contener tan caluroso afecto transmitiendo buenos sentimientos y suscitando recuerdos. De ahí que merezca la pena dedicarle unas líneas a conocer un poco mejor a las tarjetas navideñas cuya historia además encierra algunas sorpresas  y vínculos con otra costumbre navideña; la del aguinaldo.

Sobre el origen de las tarjetas hay variadas teorías. Algunos refieren que, durante la Edad Media, en algunos monasterios los monjes imprimían pequeños grabados con motivos religiosos para vender por estas fechas a visitantes y peregrinos. Otros hablan de breves escritos ilustrados que algunos estudiantes enviaban a sus familias. Costumbre que hoy sigue muy viva entre los pequeños escolares que, animados por sus maestros, alegran los corazones de sus padres con sus torpes letras y dibujos tan rebosantes de esforzado empeño caligráfico y artístico como de cariño.

De lo que si hay constancia es de que desde mediados del siglo XIX ya circulaban tarjetas navideñas de distintas fuentes. Por lo curioso de los casos merece detenerse en dos hitos en particular; uno acaecido en Inglaterra, que otorgaría la paternidad británica a las tarjetas que hoy conocemos, y otro netamente español que, a pesar de ser anterior y propiciar una costumbre centenaria, ha quedado más en el olvido.

La iniciativa inglesa, considerada la primera edición comercial de tarjetas de Navidad, tuvo lugar casualmente el mismo año de gracia de 1843 en el que Charles Dickens publicó su famoso “Cuento de Navidad”. El editor londinense, Sir Henry Cole, encargó a su amigo, el artista John Calcott Horsley, el diseño de una litografía que reprodujera una escena navideña para felicitar a las amistades. Y así lo hizo el conocido pintor ilustrando la tarjeta con tres generaciones de su familia brindando alegremente con vino por el destinatario  y una leyenda que se haría famosa: «Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo».

A pesar del éxito de la primera tirada de mil ejemplares que se agotó a los pocos días, con lo que no contó Sir Henry fue con el rechazo frontal de las entonces muy activas asociaciones puritanas. Escandalizadas porque en primer plano aparecía una niña tomando un sorbo del vaso de un adulto, montaron tal follón que se tardaría tres años en volver a hacer otra edición.

Lo que no sé si conocían en Inglaterra es que en España, 12 años antes, los repartidores del Diario de Barcelona habían impreso una tarjeta en 1831 felicitando las Pascuas con la sana intención de recibir una gratificación; el aguinaldo. Pronto la feliz idea se extendería a muchos gremios. Serenos, faroleros, carteros, barrenderos, lecheros, panaderos y otros tantos oficios adquirieron la costumbre de ir por las casas felicitando las Navidad y pidiendo el aguinaldo. A cambio ofrecían sus mejores deseos impresos en tarjetas, más o menos sencillas y coloridas, en las que solía destacar la figura del trabajador con su uniforme, alguna escena o símbolo típicamente navideño  y la fórmula de felicitación correspondiente que podía ser desde una frase hasta un verso.

Con el paso de los años tanto la conocida tarjeta navideña como las de los oficios así como el aguinaldo se convertirían en arraigadas costumbres navideñas. Unas, las tarjetas, que pasarían a ser conocidas como “Christmas”, se extenderían por todo el mundo a la par que sus ilustraciones irían diversificándose con todo tipo de motivos navideños, religiosos y seculares. Las otras, las vinculadas al aguinaldo, si bien con menos variaciones artísticas también perdurarían en el tiempo hasta que, a finales de la década de 1970, caerían en desuso a medida que dejo de ser habitual la visita a los hogares de los trabajadores que prestaban sus servicios a los vecinos.

Hoy en día, aunque todo ha cambiado tanto, afortunadamente la tradición que antecede a la Navidad de desear felicidad y repartir gratificaciones aún pervive. El aguinaldo hace tiempo que tomó otras formas desde pagas extra y propinas hasta compartir participaciones de lotería pasando por las consabidas cestas de Navidad. Y otro tanto ha sucedido con las felicitaciones y las nuevas tecnologías. Las redes sociales y las felicitaciones electrónicas por su mayor comodidad y menor coste han reducido notablemente el uso de la clásica tarjeta navideña.

Sin embargo, todavía somos muchos los que apreciamos ese tiempo y esfuerzo dedicado a enviar felicidades y buenos deseos mediante tarjetas de Navidad y diría que aún somos más los que sentimos una especial alegría al recibirlas. Así de grande es la Navidad.

¡Felices Pascuas y Próspero Año Nuevo!

Deja un comentario