El doble filo del miedo

Si por temor tantos renuncian a ejercer sus libertades posibilitando el ascenso de tiranos, también estos, por temor, purgan y persiguen a quienes sí están dispuestos a ser libres.

Un año más la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN) ha celebrado este mes de noviembre la semana de concienciación, información y oración por los cristianos perseguidos hoy en el mundo. Junto a diversos eventos, destaca la iluminación en rojo de más de 1.000 edificios en distintos países para llamar la atención sobre esta realidad tan desconocida y silenciada.

Son muchos los países en los que se vulnera la libertad religiosa donde seres humanos de distintas confesiones sufren la opresión a causa de su fe. Y, entre tantos, destacan, con mucha diferencia, los cristianos. Cada día, más de 600 millones de seguidores de Cristo se ven sometidos a penalidades que van desde la amenaza, la agresión y la discriminación hasta la persecución y la muerte.

Una desgarradora realidad que se agudiza año a año en un clima de impunidad e irreligiosidad auspiciado por muchos que se proclaman paladines de la libertad. Esos que miran para otro lado cuando median intereses económicos y políticos, banalizan opresiones, socavan la objeción de conciencia, toleran graves ofensas a la fe o censuran toda oposición a ideologías imperantes imponiendo la “cultura de la cancelación”.

Viendo las imágenes de los monumentos iluminados en España con el color de la sangre derramada por tantos cristianos que no han querido renegar de sus creencias, además de la admiración por su fe y valentía surgen preguntas. En particular, ¿cuál es la raíz de tanto odio y dolor? Pues, si motivos para atacar la libertad religiosa puede haber muchos según personas y circunstancias, dado que es un mal tan extendido ocasionado por gentes tan distintas de regiones tan diversas, debe haber una causa común.

Quizás sea una causa compleja, pero en su raíz anida el miedo; ese sentimiento tan común como inherente a todo ser humano. Ese temor que toda persona es susceptible de sentir por un riesgo o daño real o imaginario, cuyo doble filo tanto mal puede hacer. Por un lado paralizando, impidiendo o limitando toda acción que suponga arriesgarse y, de otro, provocando una actitud de odio a quien se teme.

El filo paralizante del miedo es tanto más afilado cuanto mayor es el reto y ninguno es comparable al de enfrentarse al ejercicio de la libertad. Ante la decisión de obrar de una u otra manera o, de no obrar, el miedo puede ser determinante. No pocas veces actúa cual espada de Damocles cuya amenaza lleva a renunciar a parcelas de libertad y a tolerar conductas execrables. Renuncias y tolerancias que, además de mutilar la dignidad personal, lo que ya es de por sí muy grave, propician que los más abyectos les dominen.

Por su parte, paradójicamente, los que asientan su dominio en quienes, debilitados por el temor, se han dejado someter, tampoco escapan al otro filo del miedo. Aferrados a su poder, basado en miedos que a su vez alimentan para perpetuarse, acaban siendo sus esclavos recelando de todo aquél que pueda socavar su potestad y muy particularmente de quienes, superando sus miedos, están dispuestos a ser libres. Y así, señalando a estos como enemigos, los tiranos, dominados por el miedo a la libertad, son capaces de cualquier cosa para sofocar y erradicar tamaño peligro.

Siendo la fe fuente de esperanza y por ende antídoto del miedo, resulta comprensible que sea tan aborrecida y perseguida. Si además, como es el caso de los cristianos, su fe está inexorablemente ligada al libre albedrío otorgado por su Creador, es lógico que quienes, aprisionados por sus miedos detestan la libertad, odien en particular a los cristianos. Porque donde la libertad ha florecido y se ha dejado espacio a que la razón posibilite el desarrollo humano ha sido allí donde el don cristiano del libre albedrío permite a las personas buscar la verdad, discerniendo y discrepando.

Gracias a Dios, que es todo lo contario a un tirano, el hombre es libre de elegir su propio destino final. Y si algo enseña el doble filo del miedo es que quienes parecen ser más débiles, los perseguidos, hallan en la fe la fortaleza para superar el miedo y ser libres; una fortaleza de la que carecen sus perseguidores, pues su poder es tan débil como fuerte es el miedo a la libertad en el que se arraiga.

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