La tentación de la impotencia

«La fe no es renegar en la oscuridad de lo que se ha visto en la luz», afirmó el filósofo  Gustave Thibon (1903 – 2001); una máxima a tener muy presente en los tiempos que corren.

Me encuentro con personas desesperanzadas; con sentimientos en los que se entremezclan tristeza, desasosiego, estupor, impotencia y rabia. Gentes normales con vidas normales que perciben que, para seguir adelante y ser felices, ya no basta con esforzarse a diario superando sus problemas cotidianos. Cada vez son más conscientes que es de su entorno, de la sociedad y de quienes la gobiernan, de donde surgen los mayores impedimentos; dificultades antes las que se sienten impotentes.

Y la verdad es que no es para menos porque la realidad de lo execrable que acaece en nuestra sociedad desborda todo lo previsible incluso lo imaginable y, lo que aún es más inquietante, no parece conocer ni límite ni fin. Porque la abyecta reacción política ante la dramática catástrofe humanitaria de Valencia no es un caso aislado sino una escalada más de una larga serie de infamias y un duro aviso de lo que está por llegar.

Si la mentira y el engaño sirvieron para desalojar a un gobierno e instaurar otro con quienes les hacían perder el sueño, blanquear a todos los que ansían desmantelar el estado, incluyendo terroristas irredentos, indultar a golpistas y corruptos, y amnistiar una rebelión contra los españoles, todo era posible. Así ha sucedido con la promulgación de leyes irracionales, la ocupación y degradación de las instituciones, la demonización de la mitad de la población y el desprecio de la ciudadanía.

Y como todo era posible, quienes conforman lo más sectario de la clase política y sus afines, esas élites privilegiadas, tan asidas al poder para abusar de él y medrar, como  incompetentes para resolver los problemas de los ciudadanos, véanse las inundaciones, acaban de darnos otra lección de ignominia. No habiendo acabado de contar muertos y desaparecidos y los vivos sobreviviendo a duras penas, ellos, dejando un rastro de muerte y desesperación a la par que de casos de corrupción, ya estaban a lo suyo, a salvar sus muebles políticos aquí y en Bruselas

Ante semejante panorama la desesperanza que percibo está más que justificada. Sin embargo, para perseguir la felicidad, que sólo se logra preservando nuestro más preciado bien, la dignidad, es esencial no caer en la tentación de la impotencia. Si sentirse engañados y maltratados es muy humano, debemos impedir que ese dolor nos desanime hasta el punto de considerarnos impotentes.

Porque la impotencia es tóxica; genera ansiedad, anula la ilusión, provoca resentimiento, odio y deseo de venganza. Mina nuestras virtudes transformándonos en lo que no somos. Por ello, lo mismo que ante una enfermedad cuya gravedad nos desborda la mejor alternativa es asumir el diagnóstico y desterrar la idea de que nada que haga podrá sanarme, igual debe hacerse frente al negro panorama que nos rodea.

Primero reconocer la realidad sin miedo, sin banalizarla para evitar desasosiegos, y menos aún ignorarla. Una vez asumida que la realidad no es como nos gustaría que fuese, es preciso tener el convencimiento de que sí tenemos en nuestras manos poder para cambiarla. Quizás esto sea lo más difícil. En un mundo en que la iniciativa individual tiende a ser anulada por el colectivismo, resulta dudoso que las personas, cada persona, pueda cambiar algo. Pero, ante esta duda, por no decir negación, cabe reiterar la máxima citada sobre «no renegar en la oscuridad de lo que se ha visto en la luz».

¿Acaso en una situación tan negra y desesperada como la vivida en las localidades afectadas por la riada, no hemos visto innumerables luces de personas cuya acción individual ha cambiado tanto la vida de otros hasta el punto de evitarles la muerte? Quizás no demos a estos ejemplos la importancia que tienen para concienciarnos de que sí está en nuestras manos hacer algo porque los consideramos propios de gentes extraordinarias. Pero lo cierto es que, si algo tienen de excepcional, es que los protagonizan personas ordinarias.

Consecuentemente, ante la tentación de la impotencia cabe recordar que las luces individuales han existido siempre y que son ellas, brillando diariamente a millones en todo el mundo, las que impiden que el mal que tanto abunda imponga sus tinieblas. Así que, lejos de sentir impotencia, cada cual, conforme a sus circunstancias y, por débil que se considere, siempre tiene la opción de cumplir lo que dice un antiguo proverbio: «Más vale encender una vela que maldecir la oscuridad».

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