Pasados de vueltas

Siendo que vivir para y por el cambio no es una opción racional, habernos sumido en una espiral de cambios constantes está resultando insano, costoso y peligroso.

Los mismos que no dejan pasar ocasión sin sermonearnos acerca de la vida saludable, la eficiencia, la paz y la seguridad, no cesan de promover cambios en todos los órdenes de la vida frustrando tan nobles anhelos. Si evolucionar, mejorando aquello que lo precisa, es bueno y necesario, instalarse en una suerte de revolución permanente a golpe de modas, ideologías viciadas y oportunismo político, es de locos.

Como enseña la experiencia lo que funciona bien es preferible no tocarlo, otras cosas pueden requerir ajustes y mejoras y algunas cambiarse, pero siempre con prudencia y tras la debida reflexión; tanto mayor cuanto mayor sea la trascendencia de aquello que se pretende alterar. Sin embargo, como eso de la experiencia debe oler a viejuno, habiéndose instalado en amplias capas sociales un rechazo irracional al pasado, lo de la evolución, preservando lo que funciona y lo de los ajustes y mejoras, se ve que no mola. Lo que sí parece ser guay es el revisionismo; poner todo en tela de juicio a toda costa y a toda marcha, incluidos valores y principios seculares.

Que el español tiene una inclinación natural por la mudanza y eso que llaman modernidad parece evidente. No es casual que entre los reclamos más reiterados en política sobresalgan aquellos que se refieren al cambio. Será que llamar al cambio resulta eficaz. Así, abusando de esta propensión hispana y de sus ansias de renovación permanente, no hay día que no nos sorprendan con alguna propuesta revolucionaria. Propuestas que suelen ejecutarse atizando coces al tablero ya sea a cargo del iluminado de guardia o del oportunista de turno para obtener réditos satisfaciendo ensoñaciones inquietantes propias o de terceros.  

Lo que no parecen apreciar muchos españoles son los daños ocasionados y los peligros que encierra su empecinamiento por el cambio continuo. Visto el panorama, no aparentan ser conscientes de que, tanta tolerancia, cuando no aplauso, respecto de tanto fanático de la modernidad es además de costoso peligroso. Por poner un símil de lo que conlleva este proceso de cambio revolucionarios en el que nos han embarcado, tomemos lo que le sucede a un vehículo cuando se abusa de las altas revoluciones. De entrada consume más, y contamina más. A la par se le exige un sobreesfuerzo inútil corriendo el riesgo de sobrecalentar el motor hasta fundirlo.

Salvando las distancias, algo parecido sucede con el cuerpo social y las personas que lo componen cuando son sometidas a cambios acelerados de los pilares sociales. Aflora el estrés y sus efectos colaterales, disminuye la eficiencia al aumentar los esfuerzos y costos de readaptación permanente, y, donde debería promoverse la paz y la seguridad reina el desasosiego, la incertidumbre, los roces y enfrentamientos y la litigiosidad. A ello hay que sumar las nefastas consecuencias de los graves errores que se cometen fruto de la precipitación y del desprecio de la razón.

Por si esto fuera poco, además de los perjuicios ocasionados por pasarse de vueltas descompasando velocidades, revoluciones y tempos, lo más grave es que muchos de esos cambios acelerados son tóxicos; tanto como añadir productos nocivos al combustible. No entraré en ejemplos que el lector sabrá apuntar. Sólo señalaré que, cuando se deja a iluminados y oportunistas sacar a pasear su adanismo, fruto de la soberbia, la imprudencia y la ignorancia, creyéndose que el mundo nació con su llegada, si les genera beneficio no hay cambio, por disparatado que sea, que no estén dispuestos a endosarnos.

Así las cosas, la pregunta que queda en el aire es quién arregla esto. Porque si recomponer estructuras políticas, sociales y económicas es de por sí complejo, restaurar conceptos, valores y principios que esta revolución se está llevando por delante, se antoja muy, muy difícil. Como alguien dijo hacer con un acuario una sopa de pescado puede resultar poco apetitoso, pero es sencillo, lo que ya es otro cantar es hacer un acuario con una sopa de pescado.

No obstante, como la esperanza es lo último que se pierde confiemos en que, con las pequeñas peceras que no pocos se afanan en proteger y conservar, volver a hacer un gran acuario sea posible.

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