Dicen los expertos que la baja productividad es un grave problema de la economía española y apuntan diversas causas. Entre ellas no suelen figurar dos que deberían tener más en cuenta; la creciente falta de pundonor y de vergüenza.
Siendo tantas, tan diversas y de fuentes tan dispares las voces que se alzan en ámbitos económicos sobre la mala situación de la productividad en España, será cierto. Tampoco es que haga falta ser muy ducho en la materia para aceptar los argumentos esgrimidos. Tecnicismos aparte, la existencia de muchas de las causas aducidas por los expertos pueden constatarse en el día a día.
Raro es el que, en su vida profesional o privada, no sufre vivir envuelto en una densa y compleja maraña regulatoria crecientemente invasiva y de baja calidad, una alta inestabilidad política y una elevada litigiosidad agravada por la lentitud de la justicia. Factores que, según los expertos, malogran en mayor o menor medida la productividad, al igual que otras causas y disfunciones ya endémicas de las que tanto hemos oído hablar; por ejemplo el bajo esfuerzo en investigación e innovación, la temporalidad en el empleo, el tamaño de las empresas, la estructura productiva o la fragmentación del mercado.
A todas esta razones habría que sumar otras muchas aducidas al analizar el pobre desempeño de la productividad. Entre ellas cabe subrayar las relativas al sempiterno problema de la educación. Considerado por los analistas factor clave a abordar para mejorar la productividad, resulta curioso que no pocos de los diagnósticos sean paradójicos a la par que algunos aspectos sean escasamente considerados cuando no directamente obviados.
Comenzando por lo paradójico, mientras unos alegan que la falta de personas con titulación universitaria o formación profesional es un serio obstáculo para incrementar la productividad, otros hablan de elevadas tasas de sobre cualificación. De hecho, según dicen, España es el país de la UE con mayor tasa de trabajadores sobre cualificados para su puesto laboral.
Por ello, quizás más que de sobre cualificación de lo que habría que hablar es de un déficit de cualificación y un exceso de “titulitis”. Esa suerte de mal que tanto ha arraigado en España en forma de todo tipo de especialidades, másteres, cursos y cursillos de especialización que hoy conforman una industria muy lucrativa. Porque, lo que al parecer no ha logrado mejorar tamaña oferta “educativa” es paliar el problema del nivel de competencias al que aluden los expertos cuando hablan de educación y productividad.
Por otra parte, además de que el modelo educativo no sea capaz de salvar la brecha entre acumulación de titulaciones y el grado de conocimientos y habilidades para desempeñar correctamente un trabajo, parece que tampoco presta la atención debida a otro aspecto no menos relevante a la hora de ser más productivos; la promoción de la cultura del esfuerzo, la calidad y la excelencia. Y si lo hace no aparenta tener demasiado éxito. Cualidades que, por cierto, sí forman parte de ese talento de cuya fuga de España también tanto se habla.
¿Será que esa cultura no acaba de cuajar porque el clima, el ambiente social, más que favorecerla la dificulta? No me extenderé en ejemplos ni en causas, todos hemos sufrido esa carencia de interés en hacer las cosas bien y a tiempo. Esa dejadez que en ocasiones raya en apática displicencia con la que tantas veces nos tratan desde las administraciones y empresas hasta pequeños comerciantes y toda suerte de oficios.
Parece como si el pundonor, ese sentimiento que impulsa a conservar la buena fama y a superarse estuviese cayendo en desuso. Frente a lo que debería ser la norma, cuantas veces exclamamos sorprendidos lo bien que nos han tratado en una ventanilla, en un punto de atención al cliente, en un bar o en un comercio o nos felicitamos de lo puntual que ha sido un operario y lo bien acabado que ha dejado su trabajo.
Pero lo peor es que, cuando la respuesta profesional que cabría esperar no se produce, es frecuente que el responsable no muestre una mínima turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de la falta cometida. Dicho en plata, a la creciente falta de pundonor, habría que añadir la del déficit de vergüenza. Por ello, sin saber cómo se mide, pero convencido de que inciden en la eficacia y eficiencia del trabajo, tengo claro que a esto del pundonor y la vergüenza deberían prestarle más atención los expertos en productividad.
