¿Quiénes somos?

Que personas a las que creíamos conocer nos sorprendan, para bien o para mal, no es tan infrecuente. Como tampoco el asombrarnos de nosotros mismos. ¿Será que nunca acabamos de conocernos ni conocer bien a los demás?

Es un hecho que las personas evolucionamos con los años y que las circunstancias influyen. Ahora bien, aunque unos tienden a cambiar más que otros incluso en estos hay rasgos del temperamento que permanecen. Cosa distinta es que puedan enmascararse por otros factores sociales que van conformando la personalidad como la educación, la cultura y las experiencias vitales. El resultado es que cada persona es un mundo y su biografía un pozo sin fondo.

En la novela Extremely loud & incredibly close (2005) de J. Safran Foer, un viejo y extravagante reportero, Mr. Black, muestra al protagonista, un crio llamado Oskar, su colección de fichas biográficas. Se trata de decenas de miles de tarjetas en las cuales  figuran el nombre de una persona y una palabra que la define. Según explica, comenzó la colección cuando empezó a escribir con el fin de tener anotadas todas aquellas personas que iba conociendo y que algún día pudiera querer citar. Ante las dudas de Oskar respecto de que todos podamos ser reducidos a una palabra, Mr. Black le responde que de cada persona se podría escribir un libro, pero quedarían cosas fuera y dos y más libros y seguirían faltando aspectos por contar.

También nosotros, aunque sin exagerar tanto como Mr. Black, tendemos a describir a las personas que creemos conocer con un puñado de palabras. Error no sólo evidenciado por la complejidad de la naturaleza de cada individuo antes mencionada. Queda agravado por esa inclinación a expresar nuestra forma de ser de manera distinta según el rol que interpretemos en cada momento y cómo lo perciben los demás. De ahí que, pretender acotar quien es realmente cada persona, incluidos nosotros mismos, resulte tarea imposible. A lo más, llegaremos a esbozar un perfil con muchas sombras.

A lo largo de la vida a todos nos toca interpretar muy diversos papeles en etapas vitales y circunstancias diferentes; el de familiar, amigo, conocido, compañero o cliente entre otros, con todas sus variantes. Y en cada puesta en escena, si bien afloran rasgos y conductas propias difíciles de camuflar, nos mostramos de manera distinta según sean los interlocutores, el ambiente y nuestro estado de ánimo.

Claro está que, los más naturales y espontáneos, son menos propensos a variar que aquellos más artificiosos. Ello sin hablar de la capacidad de mutación de los falsos y fingidos o de la inmutabilidad de aquellos en exceso reservados. Tan discretos estos, no siempre por interés o malicia también por pura cortedad, apenas dejan entrever quienes son más allá de lo mucho que refleja su hermetismo.

Por otra parte, en el ahondar de quienes somos no cabe subestimar cómo nos ven los demás. Y aquí se abre todo un universo de impresiones que, querámoslo o no, además de  ser múltiples, diversas y mudables, inciden en nuestra forma de ser.

¿Eres tu todo lo que otros opinan de ti?, preguntó alguien. Una cuestión esta, la de la opinión ajena, que, teniendo muchos filos y grados de influencia la verdad es que, como la publicidad, a todos nos afecta.  Porque, salvo excepciones, que las hay, ¿a quien no le gusta causar buena impresión? Basta ver los recursos y tiempo que se destinan a  intentar dar una buena imagen.

Llegado a este punto de una reflexión siempre inacabada sobre quienes somos, si, como dice la máxima atribuida a Aristóteles, El conocimiento de uno mismo es el primer paso para toda sabiduría, cabría concluir que lo de ser sabios queda muy lejos. A los que afirman conocer bien a alguien habría que preguntarles de cual de sus facetas hablan y, a quienes dicen no haberse encontrado aún a sí mismas, habría que indicarles que no es algo que se encuentre, se va descubriendo a medida que lo conformamos.

Eso sí, para ir aprendiendo a conocer quiénes somos nosotros y los demás, siendo  ejercicio muy difícil, requiere, entre otras cosas, atrevimiento, pues puede resultar tan grato como incómodo y siempre sorprendente.  

Deja un comentario