Infoxicación posvacacional

Si en vacaciones se logra desconectar, una de las realidades que hay que afrontar al regresar es la sobrecarga informativa; tóxica por lo general, tras un buen descanso puede resultar más peligrosa. 

Contrariamente a lo que se comenta del relajo veraniego no se vuelve con las pilas cargadas en disposición de enfrentar todas las batallas de la rutina. De hecho se precisa un tiempo de adaptación que cada cual gestiona como puede. Y entre las diversas lidias que acompañan a a la rentrée, como dicen los franceses, una no menor es la inmersión de nuevo en el mundanal ruido de la información. Primero porque el fenómeno de la saturación informativa es una realidad palpable y, segundo, porque, si para descansar se ha practicado un saludable asueto informativo, se regresa con las defensas bajas.

Hablo de aquello que en la década de los 90 el físico Alfons Cornellá denominó infoxicación; neologismo acuñado para definir un exceso de información difícil de procesar. Como toda sobrecarga, la informativa puede tener una influencia perniciosa, es decir, puede resultar tóxica. Así, cuando la cantidad o intensidad de información supera la capacidad de procesarla provoca disfunciones. Riesgo que, con el uso masivo de los múltiples medios y redes de información existentes, además de  evidente tiende a agravarse.

Pero si los síntomas asociados a la saturación informativa son de por sí nocivos, véase entre otros estrés, confusión, ansiedad o  desmotivación, hay factores que acentúan los peligros que conlleva. Uno es la falta de prevención, o, dicho de otro modo, no estar alerta, que es justamente lo que ocurre cuando volvemos de vacaciones con la guardia bajada. Y otro, particularmente insidioso es el abuso interesado que de este fenómeno hacen quienes lo aprovechan torcidamente para sacar beneficio.

Que el pertinaz bombardeo informativo al que estamos sometidos genera un entorno propicio para que prolifere tanto la desinformación como la mala información es evidente. Un ambiente que acostumbran a explotar ventajistas y mediocres de toda condición para medrar. Y no sólo porque entre tanto bullicio informativo cabe de todo, especialmente lo malo, pues ofrecer continua y masivamente informaciones de calidad es imposible, es que, además, ante tal avalancha, distinguir lo bueno de lo malo es muy difícil. Precisamente la dificultad para seleccionar información relevante y la pérdida de capacidad para evaluar críticamente la recibida son efectos asociados a la infoxicación.

En este contexto, en el que todo vale, nos vemos avasallados por oleadas de informaciones variopintas que, las queramos o no, se cuelan por todos los resquicios posibles llegando a saturarnos. Informaciones que las más de las veces son inútiles, mediocres, reiterativas, inexactas y molestas, cuando no meros cebos, bulos, o mentiras  para captar la atención, vender algo, fidelizar, desacreditar al adversario o sembrar alarmismo.

Buena muestra de los daños colaterales que produce la saturación informativa es lo sucedido durante la pandemia. ¡Cuántas personas desprevenidas, confiadas y apegadas a los medios de comunicación sufrieron angustias y miedos desproporcionados!  Cada día, sin ser tan evidente como el ejemplo, muchos son los que sufren la infoxicación. Y, entre ellos, no pocos, en demasía crédulos, hacen a su vez de correa de transmisión, especialmente de informaciones negativas, contribuyendo a eso que ya se conoce como infodemia, término derivado de unir las palabras información y pandemia.

Así pues, cuando uno regresa de unas felices y plácidas vacaciones y se ve obligado a sumergirse en un entorno informativo tan saturado como agresivo, no es de extrañar que se resienta. Dirán que existen muchas alternativas y es cierto, desde desconectarse del mundo hasta convertirse en ermitaño, pero no a todos nos alcanza para ello. Como tampoco es solución ni mudar en escéptico redomado, pues hay informaciones muy buenas y valiosas, ni pasar de la credulidad más ingenua al negacionismo rampante, porque los extremismos tampoco son aconsejables y tienden a la injusticia.

Lo que si procede es tomarse esto de la rentrée informativa con mucha calma y cautela y no poca distancia. Evitar a toda costa caer en ese estado en el que uno queda reducido a vasallo de la información, mero oyente que traga todo lo que le echen, porque es altamente probable que acabe idiotizado. Se trata más bien de ser selectivo, escoger aquello que uno puede escuchar y digerir y aplicar lo que sabiamente recomienda el refranero: A palabras necias, oídos sordos.  

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