Merece un monumento

Ni es el invento más sofisticado, ni cambió el curso de la historia, pero la lavadora, ese humilde electrodoméstico cotidiano, transformó las vidas de millones de mujeres y hoy hace más llevadera las de otros tantos hombres.

Vaya por delante que con estas líneas sólo pretendo rendir un pequeño homenaje a tan gran invento y a sus inventores olvidados en las páginas del tiempo. Sí, porque por lo general, no tendemos a pensar cómo se las arreglaban antaño cuando no existían aparatos hoy ordinarios y, si lo hacemos, no resulta tan evidente la respuesta. No obstante, en el caso de las lavadoras, que irrumpieron masivamente en las casas hace apenas 50 años, no hace falta recurrir a la imaginación ni a internet.

Aparte de las viejas tinas de zinc y tablas para lavar ropa que se venden como artículos vintage, basta pasear por muchos pueblos para descubrir cómo se hacía la colada no hace tanto tiempo. Encontrarse con lavaderos públicos bien conservados no es infrecuente. Construidos la mayoría a partir del siglo XVIII, supusieron un gran avance. Con anterioridad, donde había servidumbre sea acarreaba el agua a las casas calentándola en grandes tinas, pero lo habitual era que las mujeres fuesen a la orilla de ríos, acequias y regatas cargadas con sus baldes de ropa sucia. Allí, agachadas, golpeando la ropa contra lajas de piedra, luego tablas, sacudiendo, restregando y escurriendo hacían la colada a la intemperie.

De ahí que los lavaderos, construidos de piedra y argamasa, muchos techados, supusiesen una notable mejoría. Aprovechando corrientes de agua contaban con una pila común, a veces varias, y dotados de piedras lisas o tablas, permitían hacer la labor erguidas y con menor riesgo. Además, los lavaderos públicos fueron mucho más que un lugar para lavar la ropa. Ubicados en los lugares más poblados de la zona, servían de espacio de encuentro donde las mujeres podían compartir opiniones y experiencias y enterarse de las últimas noticias. Alguno queda incluso en el que las piedras de lavar, dispuestas en círculo, permitían conversar viendo la cara de las vecinas.

Obviamente, con la generalización de la llegada del agua corriente a las casas los lavaderos comenzaron a ser abandonados si bien hasta la década de los 80 los hubo en uso. Pero siendo la disponibilidad de agua en los hogares progreso clave en tantos aspectos, en lo concerniente al lavado de la ropa el paso decisivo se daría cuando se pudo dejar de lavar a mano. Un hito que tardaría tiempo en cumplirse.

Como la mayoría de los inventos, desde que alguien tuvo la primera idea hasta que aparecieron los primeros modelos de lavadora similares a los que conocemos pasarían años e inventores. Cuentan que el primer prototipo lo construyó en 1767 el alemán Jacob Christian Schäffer inspirándose en un diseño de su coetáneo letón Gotthard Friedrich Stender.  Pastor protestante, botánico, entomólogo e inventor, Schäffer añadió a un barreño un tambor giratorio publicando su modelo con el título “La lavadora cómoda y más ventajosa”.

Finalizando el siglo XVIII y a lo largo del XIX irían sucediéndose los inventores. Los ingleses Robinson de Lancashire y Henry Sidgier, y los estadounidenses Nathaniel Briggs, James King y Hamilton Smith fueron introduciendo mejoras; añadiendo rodillos para escurrir, manivelas para reducir el esfuerzo o, lograr el lavado por el efecto giratorio del tambor. El gran salto lo daría el ingeniero norteamericano Alva Fisher al patentar en 1910 la primera lavadora eléctrica y automática incorporando por seguridad una puerta superior para evitar que el agua salpicara fuera del tambor provocando un cortocircuito.

En 1925 en Estados Unidos ya se vendían millones de lavadoras automáticas a la par que en Alemania comenzaban a producir modelos eléctricos algunos de los cuales mejorados empezarían a llegar España a mediados de los años 30 con tambor de eje horizontal, puerta lateral y un selector de calor. Pero la lavadora, tal y como la conocemos con centrifugado incluido no comenzaría a comercializarse masivamente en España hasta los años 60.

Cualquiera que haya tenido que lavar, aclarar y escurrir sábanas y toallas a mano convendrá conmigo que la lavadora es un aparato insustituible. Un invento que por revolucionar la sociedad y liberar a las mujeres de una pesada carga merece un monumento.

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