Viviendo en el patio de Monipodio

No sé si es acoso, pero resulta sumamente molesto e irritante estar sometido a eso que llaman “telemarketing”; una práctica que lleva visos de convertirse en peligrosa plaga.

Si un día pudo tener alguna ventaja para los consumidores, hoy la venta por teléfono es mayoritariamente insufrible. No negaré que hay empresas y profesionales que hacen correctamente su trabajo, pero ya son legión los aprovechados y sinvergüenzas. No conocen límites, son invasivos, pelmazos, inoportunos, entrometidos y muchos, amén de impertinentes y agresivos, burdos estafadores. Acaban con la paciencia del santo Job y son más persistentes que los mosquitos. Y, ojo, si te pillan despistado, eres persona confiada o mayor, es muy probable que logren endilgarte su oferta cuando no engañarte.

Ya sé que siempre cabe la opción de colgar y bloquear el número, como la de matar al mosquito, pero la picadura te la llevas y el escozor queda. Así que, no pareciendo existir mucho interés en aplicar repelentes efectivos, resulta inevitable tener que soportar llamaditas antaño ocasionales hoy habituales. Porque, junto al aumento del número de empresas que emplea esta forma tan odiosa de venta, se han multiplicado las gentes que se dedican a ello, particularmente los timadores. Como cabía esperar, al crear y fomentar un mercado tan barato, oportunista, desmedido e incontrolado los parásitos han proliferado.

Dada la invasión, el abuso telefónico debe ser una actividad tan lucrativa como atrayente para delincuentes, pues dejando aparte a una minoría seria, la mayoría de las llamadas encierran engaño. Así, poco a poco, esta forma de mercadeo ha devenido en un cervantino patio de Monipodio en el que campan a sus anchas maleantes de toda especie. Tipejos que dejan a los golfillos Rinconete y Cortadillo a la altura de meros aficionados. Porque, además de abundar los maestros en golfería y jefes de rufianes como Monipodio, en sus patios inalámbricos gozan de todo tipo de ventajas.

De entrada, a diferencia de los granujas Pedro del Rincón y Diego Cortado, que afanaban a cara descubierta, los timadores de hoy, más cobardes ellos, buscan escudarse en el anonimato de un número de teléfono. Además, para practicar su engaño a distancia cuentan con herramientas que ya hubiesen querido para si los artistas del trinque del siglo XVII. Entre ellas, una esencial; detallada información sobre su víctima. No sé de dónde la sacan, probablemente de fuentes ilegales, pero el hecho es que la tienen.

A pesar de vivir supuestamente en la era de la privacidad, de la protección de datos y no sé de cuantas garantías aparentes más, resulta que, quienes llaman, además de saber tus números de teléfono fijo y móvil, conocen detalles sorprendentes de tu vida. Cuando cambiaste de lavadora, la marca y años de tu coche, quien te suministra el gas o la electricidad y en qué condiciones, los gigas que tienes contratados o cuando te vence el seguro de la casa y si tienes o no uno de vida.

Que la codicia y el desaforado consumismo imperante ha transformado el entorno social en un zoco en el que todo vale es un mal evidente. Tanto como que muchos de quienes lo consienten y fomentan sean los mismos que predican eso del consumo responsable para salvar el planeta y se erigen en defensores de la gente. Ahora bien, que ni empresas ni autoridades mínimamente serias le hayan puesto puertas al campo a tiempo es síntoma de estupidez. Permitiendo la extensión del modelo han favorecido que el zoco también sea lugar escogido para mercadear el poder y que el engaño a distancia sea método de venta dominado por la política.

Obligar a las personas a vivir en un gigantesco patio de Monipodio en el que ya la menor de las fechorías es que te timen por teléfono, tiene consecuencias. Siempre surge un Monipodio más canalla con una cofradía más ávida y un concepto del todo vale más laxo. Así estamos.

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