Sobreviviendo al frentismo

Alentando malos vientos, aquella “Libertad sin ira” ha devenido en un estado de ira sin libertad en el que, para conservar la dignidad, es vital evitar el odio y el miedo que engendra.

Visto el panorama político, el grado de crispación y enfrentamiento alcanzado y sus efectos sociales, cabe preguntarse cómo se ha llegado a esta situación. Siendo complejas las causas, no ha sido menor la influencia ejercida por el ambiente para su arraigo y expansión. Hablo, sin pretensión científica alguna, de lo que se conoce como clima social, entorno o simplemente ambiente en el que se desenvuelve la vida de las personas.

El clima social no es una variable menor en la forma de actuar de las personas. Al contrario, dada su relevancia para cambiar formas de pensar o relaciones interpersonales, es recurrente dedicar medios y esfuerzos a modificar el entorno. Generar climas sociales en los que cuajen más  unas ideas que otras, roles y normas sociales, es tan viejo como preparar un terreno, cultivarlo y abonarlo para que de determinados frutos.

Que el ambiente condiciona la conducta humana es innegable. Cosa distinta es acertar a medir cuanto llega a pesar en el origen y evolución de los comportamientos sociales. No obstante, aunque calibrar su influencia siempre tiene un componente subjetivo, en algunos casos, tan evidente es su influjo, que identificarlo y valorarlo no es tan complicado.

El  frentismo imperante en la política es un claro ejemplo de cómo el clima social ha sido determinante en su consolidación. Sin irnos a tiempos remotos, que sí habría que considerar en análisis más rigurosos, para el caso de esta reflexión basta retrotraernos unas décadas. Echando la vista atrás sin prejuicios, no es difícil detectar que, en los años transcurridos, junto a lo bueno además de la cizaña que ha brotado espontáneamente se ha cosechado mucha más sembrada y cultivada intencionadamente en terreno previamente preparado.

Por premonitoria, tomemos como referente aquella canción “Libertad sin ira” que, en 1976, el grupo Jarcha convirtió paradójicamente en icono musical de la transición. Y digo que es paradójico pues si bien su letra reivindica un nuevo tiempo de libertad sin ira, de paz, sin miedo ni mentiras, a la par sitúa a los viejos en el otro frente, en el del bando de los  inmovilistas opuestos a todo cambio. Además de la falsedad e injusticia que supone atribuir semejante papel a los mayores, resulta que serían las viejas Cortes franquistas las que al aprobar la Ley de 1977 para la Reforma Política abrirían la puerta a la democracia.

Lamentablemente, la necesidad de buscar culpables de nuestros males, la incapacidad de progresar sin desacreditar a otros y de tener que segregar cuando no expulsar a quienes no comparten ideas, son conductas muy arraigadas gracias a un entorno que lo ha propiciado. Intereses ideológicos y políticos junto a la pasividad de demasiados ciudadanos, han ido creando en las últimas décadas un clima en el que actitudes tan nocivas en vez de ser rechazadas con firmeza se han alentado.  De hecho la capacidad de la sociedad para ir asumiendo una escalada constante de resentimientos y frentismos sería impensable en un ambiente social algo menos envilecido y éticamente más exigente.

Más que subrayar lo que une a los españoles se ha hecho de la diferencia la principal bandera, del localismo el bastión a defender y de supuestos derechos históricos, deudas impagadas y culpas pendientes, armas arrojadizas. Los daños causados han sido banalizados, de las decenas de miles de exiliados interiores no se habla y tras pactos de poder que dicen pasar página, los agravios y las cuentas pendientes no se olvidan, sólo se guardan para buscar la ganancia del siguiente capítulo de enfrentamientos. 

Hoy en día muchos españoles han sido ubicados en un bando por exclusión. Son otros los que les hacen frentistas, aquellos  que tornan al adversario en enemigo y a quienes discrepan en gentes peligrosas. En este clima, donde más que libertad sin ira se respira odio, resentimiento, miedo y autocensura, para conservar la dignidad y el respeto por uno mismo, debe evitarse mutar en uno de ellos. Puede resultar muy difícil, pero que la ira y sus hijas, el odio y el ánimo de venganza, se apoderen de nuestra voluntad es un peaje demasiado oneroso.

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