Asumiendo los imprevistos

Lo previsible no suele ser lo que marca nuestro destino, la clave está en cómo afrontamos lo inesperado.

No hace falta darle muchas vueltas para llegar a la conclusión de que nuestro devenir está empedrado de eventos impensados. Más aún, es casi seguro que las cosas más importantes que nos hayan ocurrido tengan mucho que ver con un imprevisto. Y no es que se deba a la carencia de planes o de la voluntad necesaria para llevarlos a cabo, sino sencillamente a que la vida es fuente incesante de aconteceres insospechados. Quien diga tener todo previsto o aún no se ha enterado de cómo ha llegado hasta aquí, o su desmedida autosuficiencia le engaña.

Amores, amistades, enfermedades, muertes, alegrías y desgracias, éxitos y fracasos acostumbran a llegar con el sello de lo inesperado. ¡Qué sería la vida si no fuese así!; sin duda monótona y aburrida. Lo que tiene de extraordinario es que a cada momento puede suceder lo imprevisible. Aunque creamos que todo lo tenemos bajo control, que lo importante se puede prever, no alcanzamos a imaginar que, justamente eso, lo más esencial, es lo más susceptible de verse alterado por lo inesperado. De hecho, no son pocos ni menores, los giros que da el rumbo vital de las personas a causa de imprevistos.

Por fortuna, más allá de nuestras ideas para avanzar por los caminos de la vida, ésta siempre nos depara cosas distintas; situaciones imprevisibles que muchas veces encierran lo profundo y verdadero. Y digo que es afortunado que así sea porque, si todo dependiese de nuestras limitadas capacidades de planificación, nuestro viaje seguramente tendería a discurrir de manera anodina, uniforme, y cansina. Con sus imprevistos, la vida, como buena maestra, aunque a veces dura y hasta cruel, no cesa de estimularnos, ponernos a prueba, instarnos a replantearnos opciones, opiniones y actitudes cuando no a tomar decisiones que no hubiésemos ni tan siquiera imaginado.

Los imprevistos tan pronto abren nuevas puertas como cierran otras, alteran planes, dan al traste con ideas en las que nos habíamos empeñado y, en ocasiones, cambian radicalmente el rumbo de nuestras vidas. Más a menudo, quizás de manera menos perceptible, van moldeando nuestro devenir. Obviamente lo inesperado no siempre es motivo de felicidad, al contrario, no pocas veces resulta incómodo, incluso muy ingrato. Al igual que a la par es bueno y saludable disfrutar de temporadas sin sobresaltos. Pero también es verdad que las situaciones imprevisibles muchas veces encierran grandes oportunidades y que, dependiendo de cómo se afronten, pueden ayudar a crecer como seres humanos.

Dicen que, en sus reacciones ante lo inesperado, se conoce realmente a las personas. No sé si da para tanto pues son muchos y cambiantes los factores y circunstancias que influyen en cómo se comporta alguien ante un imprevisto. “Nadie es tan valiente que no sea perturbado por algo inesperado.” (Julio César) Lo que sí tengo por más certero es que, dado que nunca se sabe lo que nos deparará el futuro, es bueno ejercitar nuestra innata capacidad de adaptación. No se trata de ser veletas renegando de principios y valores. Para sacar el mayor provecho posible de lo inesperado basta con tener la mente abierta, un espíritu positivo, evitar prejuicios y no vivir dominados por la comodidad.

Claro está que, previamente debe asumirse, cuanto antes y sin angustias, que los imprevistos están ahí y surgen cuando menos se les espera.

Deja un comentario