Escándalo para unos, locura o necedad para otros, hoy los cristianos renovamos el más grande anuncio hecho a la humanidad; la victoria de Jesús crucificado.
“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí ha resucitado.” (Lc. 24. 5-6) Un año más las palabras del ángel a las mujeres que acudieron muy de mañana al sepulcro resuenan en el orbe cristiano. Son palabras de una promesa cumplida, de esperanza y plenitud; es el núcleo de la fe cristiana. “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (1 Cor. 15,14), afirmó San Pablo.
Cuando todo parecía haber acabado con el triunfo del mal y la injusticia, cuando la vida de Jesús parecía tocar a su fin en clamoroso fracaso, todo renació. “Y dijo el que estaba sentado en el trono: Mira hago nuevas todas las cosas.» (Apoc. 21.5) La muerte fue vencida; removida la piedra del sepulcro quedaba expedito el camino de la salvación eterna para todo aquél que quisise seguir su angosto sendero. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn. 12,23-24). Es en la prueba, en la oscura soledad donde, al morir la semilla, brota la vida.
«La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo». (El Señor, Romano Guardini). Por ello, festejar la “Pascua de Resurrección” empleando la arraigada locución de la tradición española, “Feliz Pascua Florida”, expresa magníficamente lo que anuncia la resurrección de Cristo; su victoria definitiva sobre la muerte invitándonos a ser, en Él, hombres nuevos en una feliz y eterna primavera. Lo nuevo y extraordinario es que la victoria brote de una cruz.
Que la cruz sea señal de victoria, de alegría, no deja de chocar con el sistema de valores mundano. Sucedió desde el inicio como lo expresa san Pablo: “Pues los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.” (1 Co 1,22-25) Hoy, en un mundo dominado por el éxito y el bienestar físico no es fácil que triunfe lo que a priori parece reflejar la cruz; el signo de un perdedor cubierto de heridas.
Sin embargo, una mirada menos altiva lo que revela es la Caridad suprema. Pues si palabras, gestos y apoyos pueden ser muestras de amor, no hay señal más inequívoca de amor que sufrir el dolor extremo hasta la muerte por aquel a quien se ama. Por ello, para conocer a Dios basta mirar a Cristo crucificado. De ahí que la clave de nuestra fe esté en esa cruz que, mostrando el altísimo precio pagado por la redención de nuestros pecados, revela el valor que tiene la vida de cada uno de nosotros para Dios.
No debe por tanto sorprender que, tras los días de duelo por la humillación e ignominia que padeció Jesucristo por cada uno de nosotros, llegado el momento de su resurrección, la cruz inspire esperanza y alegría. Esa alegría que sienten todos aquellos que son redimidos y salvados; como reza el himno a san Francisco Javier, es en la cruz “donde expira y gime Dios, donde Cristo da a los hombres un abrazo de perdón”.
Por tanto, en este mundo de tantas falsas promesas, para saber si el camino que se nos ofrece es aquél que nos reconoce más valor como seres humanos, debemos fijarnos si lleva el sello de la cruz. Si es camino cómodo y espacioso no conviene; el que lleva a la vida auténtica es estrecho y pasa por la cruz.
Lo expresa mucho mejor la oración a la reliquia del Lignum Crucis del Monasterio de Santo Toribio de Liébana: «Tu cruz, Señor, adoramos, tu resurrección cantamos. Que vino por el madero, la alegría al mundo entero. Ésta es la cruz del Señor y en su sangre está teñida. Si en la cruz está el dolor, en la cruz está el amor, en la cruz está la vida. Hermano, abraza tu cruz; en ella hallarás consuelo; y sigue en pos de Jesús, que Él es tu guía y tu luz por el camino del cielo.»
En este día en que reforzamos la fe y celebramos con gozo la victoria de la luz de Cristo sobre las tinieblas del mundo. ¡Feliz Pascua Florida!
