Los confabulados en la inicua amnistía se jactan de su arrojo. Lo que les sobra es indigencia moral. Para arrestos, los de los enfermos de ELA y sus familias.
En días aciagos, envueltos en coimas políticas y dinerarias, unos ciudadanos nos han recordado la enorme distancia que separa el bien del mal. Mientras unos pretenden camuflar sucios negocios a costa de la pandemia y una infame amnistía, apelando a urgencias de salud pública y de convivencia, otros, los enfermos de ELA, son vivo testimonio de la falsedad y miseria que alumbra ambas supuestas urgencias políticas. Ni su terrible dolencia ni sus vidas han sido merecedoras de ninguna de ellas.
Fue premonitorio. Cuando el pasado 20 de febrero un nutrido grupo de enfermos de ELA y familiares, haciendo un extraordinario esfuerzo, fueron al Congreso para reivindicar una Ley que les permita afrontar su padecimiento con dignidad, palparon la soledad. «¿Cuántos diputados hay en la sala? Creo que he contado cinco», dijo su portavoz. Tras una pausa vergonzante añadió «imagino que el resto tendrán algo muy importante que hacer». Efectivamente, les ocupaban otras urgencias. A los pocos días todo era bullicio y prisas; un nuevo escándalo de corrupción y la conclusión de turbias negociaciones para amañar una abyecta ley de amnistía, congregaba el máximo interés de sus señorías. Al bien lo arrumbó el mal.
Hace dos años, el 8 de marzo de 2022, pareció producirse un milagro en el Congreso. A pesar de existir duras divisiones entre grupos, se aprobó por unanimidad tomar en consideración la Proposición de Ley para garantizar el derecho a una vida digna de las personas con esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Una despiadada enfermedad degenerativa, sin cura, que progresa afectando al control de los músculos para moverse, hablar, comer y respirar, dejando una esperanza de vida promedio de entre 2 y 5 años a partir del diagnóstico.
Amparada por tan inusual apoyo, la aprobación de la ley se antojaba rápida y sencilla. No obstante, pronto se evidenciaría que, ni la unidad ni las voluntades, eran reales. El PSOE y Podemos, socios de gobierno, con su mayoría lograron prorrogar, hasta 49 veces, el plazo de enmiendas. Así, quienes alardean de ser los protectores de la gente, fueron perdiendo tiempo; tanto que, al convocarse las elecciones en julio de 2023, concluida la legislatura, la ley se quedó sin tramitar.
Desde entonces varias han sido las iniciativas, para aprobar una ley que sigue pendiente por carencia de voluntad política y exceso de ruindad moral. Muestra de las miserias que subyacen tras tanta dilación es la excusa que dio el Gobierno para rechazar una de las propuestas; generaría una disminución en las cuentas del Estado cifrada en 38 millones de euros. Tamaña inmoralidad no tiene nombre.
La ley ELA costaba mucho, eso sí había dinero a espuertas para financiar y subvencionar todo tipo de actividades e iniciativas multimillonarias más que prescindibles, sin contar con el dinero público que se va por el ingente desagüe de la corrupción, pero no para los enfermos de ELA. Tampoco es materia apremiante. El Gobierno de Sánchez, campeón en procedimientos de urgencia, tiene otras prioridades; indultos, derogación del delito de sedición, rebaja del de malversación, pactos obscenos y ahora amnistiar a todo tipo de delincuentes.
Frente al coraje de los enfermos de ELA y sus familias, el mal, la miseria moral, no tiene límite. Las vilezas se suceden y sus trágicas consecuencias se multiplican. En los dos años transcurridos desde aquel 8 de marzo han fallecido más de 2.200 enfermos en el olvido. A ello se suma el sentimiento cotidiano de abandono que padecen los casi 4000 enfermos diagnosticados y las gravísimas dificultades económicas y de todo tipo que sufren ellos y sus familiares.
Es evidente que la Ley ELA ni da votos ni compra escaños. Salen ufanos proclamando su coraje al pactar una ley de amnistía que antes de ayer rechazaban, como sigue haciendo la mayoría de los españoles, y de paso, su ignominia los lleva a pedir que confiemos en sus razones. Son trileros sin alma dispuestos a todo por aferrase al poder, incluso a dejar a personas tan vulnerables a su suerte o, mejor dicho, a tener que escoger entre vivir o morir en función de su capacidad económica.
En medio de esta tragedia, a los enfermos de ELA y sus familias, además de apoyo les debemos agradecimiento. Con su coraje no sólo evidencian la miseria moral que se ha instalado en nuestro país, nos enseñan que nada debe darse por perdido. Su sufrimiento, tenacidad y valentía son ejemplo para quienes aún tienen dudas de la diferencia entre el bien y el mal. Confiando en que su lucha por una vida digna acabe pronto en victoria, mientras tanto han de saber que nos dignifican a todos.

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