Todo plan puede tener puntos aceptables y rechazables, pero lo que hace que la Agenda 2030 sea inasumible son algunos de sus principales supuestos.
Leyendo los informes más recientes del Banco Mundial sobre la pobreza en el mundo y de Naciones Unidas sobre los avances de la Agenda 2030, aparte de constatar que, a medio camino de su fecha límite, los objetivos no se están cumpliendo, me ha dado por repensar porqué me genera rechazo.
Siendo el objetivo principal de la Agenda que en 2030 se haya erradicado la pobreza extrema, según el Banco en los últimos años el multimillonario número de personas que viven en este estado ha repuntado y, al ritmo actual, el objetivo no se alcanzará. Por su parte la ONU indica que, de las metas evaluables, 140 de 169, el 50% presentan desviaciones moderadas o graves y más del 30 % no han avanzado o han retrocedido respecto 2015.
A priori, las aspiraciones de la Agenda 2030 pueden resultar loables y sugestivas. Hace falta ser muy innoble para oponerse a reducir las privaciones, sufrimientos, injusticias y desigualdades o a que una humanidad más sana y educada viva en armonía con la naturaleza. No obstante, un análisis detenido revela que sus benéficos objetivos contienen puntos oscuros y que la urdimbre que los sustenta es dañina por estar ideológicamente sesgada. Cuestión que cobra suma importancia por tratarse de una estrategia que busca regir los cambios que conformen el mundo y por haber sido asumida mayoritariamente por los poderes públicos y privados que dirigen las políticas económica, social y ambiental.
No dando el espacio para analizar los 17 objetivos y 169 metas, sí cabe señalar algunos fundamentos inasumibles cuya relevancia radica en ser orientadores de todos los aspectos de la Agenda y, por ende, afectan negativamente a nuestra vida cotidiana.
Comenzando por su lenguaje, siendo propio de la posverdad imperante, la Agenda alienta la confusión. Prolija en términos atrayentes, políticamente correctos, ambiguos y moldeables, es rica en medias verdades y omisiones intencionadas. Mientras las voces sostenible, inclusivo, equitativo y género afloran por doquier, las palabras libertad, familia, espiritualidad y religión apenas figuran y siempre diluidas. Este desprecio de valores vertebrales del orden social no parece casual; la inclinación de la Agenda a anular la libertad individual, la familia, y la religión es manifiesta.
Difuminada la dimensión personal y trascendente, queda sustituida por un mesianismo secularizado en el que, la instancia de juicio moral, reside en la “alianza mundial” para el desarrollo sostenible. A la par el utilitarismo y la ideología de género inspiran toda la Agenda. Si la visión ambiental es una ambigua simbiosis entre utilitaria y conservacionista con una percepción depredadora del ser humano, la desvinculación del género de su soporte biológico natural licua el concepto hasta reducirlo al ejercicio subjetivo de una potencialidad en aras de un bienestar indefinido.
Obviamente, siendo la perspectiva de género principio inspirador de la Agenda, todo lo concerniente a la salud reproductiva y la igualdad lleva impresa esa huella. Muestra de ello son las proactivas referencias a la planificación familiar, la omisión del derecho a la vida del no nacido, llamativa en estrategia tan preocupado por la vida del planeta, y el displicente trato dado a la figura paterna y a los varones como peaje para el empoderamiento de la mujer.
Fiel a su ideología intervencionista, la Agenda 2030 rezuma estatismo. Los agentes protagonistas del cambio son los estados en el marco de la “alianza mundial”. La responsabilidad individual apenas cuenta. Corresponde al poder interpretar los anhelos personales y sociales, priorizar retos y respuestas, decidir qué y quién es necesario, bueno o malo, lo justo e injusto, cual es la educación que debe impartirse, la cultura que ha de promoverse, la orientación de la investigación, de la comunicación y, a la postre, cómo se ha de vivir para ser sostenibles.
Que tan sibilina Agenda tenga tan buena acogida popular cabe entenderse; su apariencia sugerente engaña. Lo increíble es que, organizaciones que dicen defender valores y principios allanados por la Agenda expresen adhesión o callen. Contando con medios para desenmascararla su responsabilidad social es muy grave.
La noticia menos mala es que la Agenda 2030 lleva dentro la semilla de su fracaso. Amén de sus deficiencias operativas, sus utópicas promesas inalcanzables tienden a generar frustración y sus ideologizadas prescripciones prepotentes rechazo. Lo peor es que, en su caminar, causa graves daños, especialmente promoviendo, desde su lado más oscuro, la sumisión de personas y sociedades. ¿Acaso no será este su oculto objetivo prioritario?
Confiemos en que los brotes de insurgencia no tarden demasiado en arraigar y crecer.
