Receta para tiempos aciagos

“No dejes apagar el entusiasmo, virtud tan valiosa como necesaria; trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura.” (Rubén Darío)

A pesar de haberla visto hace más de treinta años recuerdo bien su cara y sus palabras. Era una mujer muy mayor, firmemente agarrada a su bastón, con ojos claros y mirada plácida. Como a otros tantos estaba siendo entrevistaba en la calle por un periodista a los pocos días de que el general Jaruzelski, último presidente de la Polonia comunista, renunciase a su mandato en 1990. El año anterior, el Movimiento Solidaridad había ganado las primeras elecciones libres y los polacos vivían lo que apenas unos años antes ni imaginaban; la terrible losa comunista impuesta desde Moscú bajo la cual habían malvivido décadas en un estado policial se desintegraba.

La pregunta del periodista era a la par compleja y sencilla; ¿cómo habían soportado más de cuarenta años el yugo comunista? La anciana respondió sin vacilar, dijo algo así: «Cada uno lo hizo como pudo, muchos se sometieron y la mayoría sobrevivió tristemente, yo siempre mantuve la esperanza y la alegría». Sorprendido el reportero le preguntó cuál había sido la receta, a lo cual ella contestó: «Primero mi fe, soy católica, y luego con gestos y cosas pequeñas tratando cada día que los que tienes más cerca sean más felices y no pierdan el entusiasmo».   

En estos días tan aciagos la receta de la anciana polaca puede parecer un mero placebo para el cáncer que se ha apoderado de España, pero no lo es. Al contrario, resulta ser un magnífico antídoto para evitar que ambiente tan tóxico acabe por envenenarnos la sangre.  Ser humilde y manso, algo harto difícil en estos tiempos, nada tiene que ver con ser sumiso y someterse. Como tampoco mantenerse alegre, siendo complicado en momentos tan tristes, debe interpretarse como síntoma de frivolidad. Esforzarse en el día a día en procurar ser mejores prójimos para con nuestros familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo ayuda tanto a mantener el ánimo de los que tenemos cerca como a sobrellevar con esperanza la desdicha.

Ocuparse en gestos y cosas pequeñas con los demás no supone evadirse de la realidad, menos aún negarla, como tampoco es incompatible con llevar a cabo o apoyar acciones más contundentes. Al contrario, es fuente de entusiasmo para afrontar los retos con energía sin dejar que su gravedad nos abrume y deprima. Ejercer cotidianamente el bien aunque sea en pequeñas dosis, propagar alegría especialmente cuando abunda tanto mal, es vigorizante; evita contagiarse de pesimismo y frustración  aportando las fuerzas anímicas que la situación requiere. San Francisco de Asís decía que el diablo se alegra, sobre todo, cuando logra arrebatar la alegría porque, cuando está viva, la serpiente derrama en vano su veneno mortal.

Siendo pues que el mal se desenvuelve más y mejor cuando abunda la tristeza y el desánimo, procurar sembrar en nuestro entorno felicidad con pequeños gestos y detalles puede no aparentar ser una estrategia muy potente, pero es mucho más efectiva de lo que parece. No hay que olvidar que toda lucha comienza siempre con el individuo y que un ingrediente esencial para ganar batallas es el entusiasmo. Como dijo Churchill, cuando todo parecía perdido “El coraje es ir de fracaso en fracaso sin pérdida de entusiasmo”. Ese ingrediente tan vital, contagiar entusiasmo, es el secreto de la receta de la anciana polaca para tiempos aciagos .

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