Observando el discurrir de días tan aciagos de la política española, resuena en la memoria aquello que Fiodor Dostoievski puso en boca de uno de los hermanos Karamazov: “Si Dios no existe, todo está permitido”.
Intentar comprender cómo hemos llegado al punto en el que está el panorama sociopolítico español, no es tarea fácil. Expertos habrá que, con más información y la debida distancia, podrán desentrañar los pormenores que han propiciado deriva tan torcida. No obstante, mirando un poco más allá de ese día a día que impide ver el deterioro con perspectiva y acostumbra a ir asimilando cada paso decadente, es posible y necesario ahondar hoy en las causas que han promovido su principal fuerza impulsora; el “todo vale”.
Para empezar, cabe tomar nota de que llevamos demasiado tiempo sometidos a un proceso de reeducación envuelto en relatos artificiosos que se superponen y retroalimentan. Promoviendo un ambiente crecientemente ideologizado, asentado en un relativismo interesado y oportunista, se ha ido implantando una filosofía subjetivista en el que el yo es fuente de verdad. Este clima, en el que el hombre es la medida de las cosas, a priori no deja de resultar atractivo en tanto que cada cual puede acomodar a su conveniencia lo bueno, lo malo, lo verdadero y lo falso. No existen las evidencias ni las certezas, todo es relativo, la realidad es tal y como cada uno la percibe, de ahí que sea un clima tan seductor, pues, en apariencia, derrocha libertad. Pero en lo que no caen los fascinados por este subjetivismo individualista tan liberador es que quienes se hacen con el poder no sólo pueden también concebir la realidad a su antojo, sino adaptar el relato de esta a sus deseos e imponer dicho relato a los demás.
«Esa es tu verdad» se escucha con harta frecuencia como si todo fuese opinable y cómo última justificación para hacer cada cual lo que le parezca. A medida que el subjetivismo se ha extendido los principios y valores se han ido difuminando hasta licuarse. Poco a poco ha ido calando eso que llaman “pensamiento líquido”, aquel que se diluye en un corto espacio de tiempo sustituyendo una idea por otra conforme convenga en cada momento. Obviamente, la asimilación social de semejante actitud además de ser el mejor caldo de cultivo para que prolifere la mentira, da alas al “todo vale”.
Si lo que ayer estaba mal y era reprochable hoy, si conviene, puede resultar aceptable, incluso loable. Los hechos, la realidad, en tanto que subjetivos son maleables. Así lo atestigua, y de qué manera, lo que estamos viviendo estos días en la arena política. Dándole una nueva vuelta de tuerca al “pensamiento líquido” ahora resulta que la inmensa mayoría estábamos equivocados. Si hasta hace poco lo cierto y acorde a derecho era calificar unos actos como gravemente delictivos y actuar en consecuencia con los delincuentes, hoy, quienes ansían conservar el poder a toda costa pretenden hacer creer que aquello no fue delito y que lo más correcto es pasar página. Para lograr imponer su nueva versión de la realidad cuentan con que a sus adeptos y a tantos subyugados por el subjetivismo relativista les basta con un buen relato para aceptar que lo que vivieron realmente no fue así. Y, ya dispuestos a retorcer la realidad, si para que el relato se materialice es necesario renegar de la verdad, hacerle un traje a los principios y corromper el estado de derecho, se hace, porque, pudiendo, “todo vale”.
Sumidos en esta peligrosísima deriva cuyos siniestros derroteros los marca únicamente el ansia de poder, no cabe esperar a que sesudos investigadores nos cuenten lo que nos pasó, toca ahondar más hasta la raíz del «todo vale». Hubo días en que se podía flotar en la corriente, pero hoy la corriente se ha tornado en negro sumidero. Es tiempo de tomar posición, de afirmar sin miedo y con convicción que Dios es fundamento de los preceptos morales, jurídicos y políticos. Que el apego a la proclama nihilista de Friedrich Nietzsche, «Dios ha muerto”, que tan hondo ha calado en buena parte de la sociedad occidental, es tan falsa como letal. Es hora de subrayar sin ambages que negando la existencia de Dios la moral se queda sin fundamento, lo que es bueno o malo, correcto o incorrecto queda al arbitrio de cada cual, sobreviene el amoralismo, el “todo vale” o, como dijo Iván Karamazov: el “todo está permitido”.
