Los españoles que con sus votos han propiciado la elección de la presidencia del Congreso pactada con toda suerte de ventajistas antisistema no son ni ignorantes ni desmemoriados, conocían bien a quienes votaron y a sus aliados.
Se consumó lo previsible; el pasado jueves las minorías tan insaciables como contrarias al orden constitucional volvieron a cobrar sus peajes gracias a sus compadres progres. Nada nuevo bajo el sol, llevamos así décadas, cuando no ceden unos lo hacen otros. Nos dijeron que las concesiones de la amnistía del 77 y de la Constitución del 78 servirían para unir a los españoles y aplacar las ansias de autodeterminación izquierdista y nacionalista. Ambas previsiones no sólo han fallado, la deriva de dilución de valores comunes y de sometimiento a minorías antisistema no parece tener límite. Al contrario, muchos españoles aparentan estar dispuestos a seguir su marcha triunfal hacia eso que el historiador Arnold Toynbee denominaba el colapso de una sociedad provocado por la disolución de su unidad como un todo.
Como enseña la historia, todo cuerpo social antes o después tiende a enfermar. Es inevitable que los abusos afloren, lo importante es tener la fortaleza para combatirlos con firmeza. De lo contrario si, como viene aconteciendo en España, una sociedad debilitada por sus fantasmas opta por adaptarse, aceptando los abusos como usos normales, su desintegración está servida. Así, avanzamos hacia un horizonte impredecible cuya única clave cierta es que las minorías diluyentes del viejo orden marcan el camino de una aventura a lo desconocido, auspiciada y financiada por una mayoría adaptada a su sometimiento.
Ante los resultados de las elecciones del pasado 23 de julio, no pocos analistas, sorprendidos de que el llamado “Gobierno Frankenstein” hubiese sufrido tan escaso castigo, insistieron en una explicación recurrente. A su entender la cuestión estriba en que una parte muy importante de la población aceptó el blanqueamiento socialista de los socios filoetarras, golpistas y secesionistas por ignorancia o desmemoria. Me temo que yerran. Sin duda los habrá ignorantes y desmemoriados, pero la inmensa mayoría sabe muy bien a quien ha votado y conoce a sus aliados. Precisamente ni los filoetarras ni los secesionistas han dejado de airear y jactarse de sus fechorías ni los socialistas de sus concesiones. Cosa distinta es que se tienda a creer lo que conviene hasta aceptar que es lo mismo mentir que cambiar de opinión. No, basta de ingenuidades, no hay ni ignorantes ni desmemoriados, lo que abunda son los adaptados.
Podrá resultar poco grato, incluso triste, constatar que tantos compatriotas, los suficientes para inclinar la balanza del poder, hayan decidido mirar para otro lado y pasar página respecto de hechos y actores despreciables, pero me temo que es lo que hay. A impulso de sus filias y sus fobias, han optado por seguir adaptándose a las circunstancias y tolerando la mentira. Y digo seguir porque el lodazal acomodaticio en el que chapoteamos deviene de viejos polvos.
Aquella pacífica Transición no fue fruto de una milagrosa conversión generalizada a la democracia de millones de españoles sojuzgados por el franquismo. Más bien los millones que habían vivido plácidamente aclimatados al Régimen, acabado este, decidieron pasar página y adaptarse a los nuevos vientos. Y si para integrarse era preciso renegar de lo que habían sido, se renegaba. Lo importante era encontrar acomodo, obtener el carné de demócrata dispensado graciosamente por la izquierda y el nacionalismo separatista y, sobre todo, evitar a toda costa ser tachado de facha. Así, mientras las ideas comunistas, socialistas o nacionalistas fueron siendo asumidas por el cuerpo social como señas de progreso, libertad e intelectualidad, todo síntoma conservador se denostaba por casposo, inculto, reaccionario y peligroso. España había iniciado una intensa deriva adaptativa hacia eso que eufemísticamente llaman centro izquierda y que nadie sabe muy bien lo que es.
En este clima viciado los adaptados, a costa de tanto amoldarse, se han ido asimilando, cada uno a su ritmo e intensidad, pero siempre a la izquierda. No sólo han seguido pagando su cuota para conservar el carné sino que, sujetos a una permanente reválida de los socios fundadores del club progresista-nacionalista, han ido asumiendo el lenguaje, las ideas y cada línea de su guion. Ahora toca ver cuantas nuevas líneas rojas están dispuestos a comprar los más progresistas sin importarles el monto de la factura que, entre todos, habremos de pagar.
Tirando de cita apócrifa lo que está claro es que, “cosas veremos que harán hablar a las piedras”. No obstante, lo que no cabe es ni adaptarse ni amilanarse. Ante tiempos recios de prueba lo suyo es conservar la dignidad y la ilusión, remar más fuerte y jamás perder la sonrisa.
