Alerta alarmista

Una cosa es informar a la población de posibles riesgos y otra mantener a las personas en vilo.  Ante el imperante abuso de alarmismo mediático, tan cargante como dañino, sólo cabe desconectar.

Muchos piensan que, en el fondo, lo que se persigue es amedrentar a las gentes para mantenerlas en un estado de abatimiento y confusión que facilite pastorearlas cual borregos. Tanto esfuerzo dedicado a generar alarmismo y tan bien orquestado parece avalar esta opinión. Pero no menos cierto es que el periodismo del peligro vende y a muy bajo coste. Con cuatro datos, imágenes reiterativas y mensajes simplones se fabrica un enorme caudal de noticias de fácil consumo cuando no adictivas. Así, inmersos en una carrera de haber quién da más, la espiral plúmbea de alarmismo no hace sino crecer con nefastas consecuencias.

Desde las señales de alarma por la crisis inmobiliaria y financiera hasta hoy, las dosis de noticias inquietantes, cuando no catastrofistas, han crecido exponencialmente.  El Covid fue un punto de inflexión que disparó a cotas insospechadas el potencial para implantar una “nueva normalidad” del miedo en el cuerpo. Ahora bien, siendo la pandemia factor suficiente para acrecentar la sensación de peligro, el terreno de la inquietud ya había sido abonado con la “emergencia climática”; fuente inagotable de un sinfín de alarmas cuando no de discursos apocalípticos. Pero como quiera que el negocio del alarmismo exige ser alimentado sin tregua, rara es la ocasión que desaprovecha. Cuando no son los incendios, cumplen la función las lluvias torrenciales, un posible apagón por falta de energía, la sequía o las olas de frío o de calor y si faltan peligros se tira de escasez de hielo o de papel higiénico que, para el caso, todo vale.

Que el mundo es un lugar convulso y la vida está llena de peligros acechantes no es nada nuevo. Lo novedoso es lo sobrevalorada que esta la seguridad en una sociedad que parece ignorar el precio que paga por ello. Si comprar supuestas seguridades a costa de libertad ya es un elevado peaje, el alarmismo es un lastre para perseguir la felicidad cuando no causa de males mayores.  

Dejando a un lado, que es mucho dejar, lo insoportablemente cansinos y tediosos que resultan los heraldos del peligro, vivir en un estado de alarma permanente beneficia únicamente a quienes obtienen un lucro ya sea ideológico, económico o político. Al resto de los ciudadanos sólo les perjudica. Les priva del derecho a ser informados con rigor, sin exageraciones, para que, alertados, no alarmados, tomen las precauciones debidas sin sentirse amenazados. Además el alarmismo socava el indispensable sosiego y tranquilidad que toda persona necesita para su propia estabilidad. Desconozco en qué medida este fenómeno alarmista influye en el creciente número de suicidios en España, que siendo ya la principal causa de mortalidad no natural es tema tabú del que apenas se habla, pero sin duda no contribuye a su mitigación. Lo mismo cabría decir de la atmósfera de ansiedad provocada y el hecho de que en España se tomen tantas benzodiacepinas encabezando las estadísticas europeas de consumo de ansiolíticos y sedantes por habitante.

Pero, por si fuesen pocos los costes de quitar el sueño, alterar, preocupar y atemorizar, lo paradójico es que el alarmismo resulta contraproducente. Claro está que me refiero a su capacidad para lograr los objetivos teóricamente positivos aducidos por los defensores de las alarmas y no de otros más siniestros para los cuales seguramente es muy eficaz. Exagerar, incluso asustar puede ser útil de vez en cuando para inducir ciertos comportamientos o cambios de hábitos, pero, como la mentira, cuando se convierte en costumbre primero deja de surtir el efecto deseado y si se insiste provoca la reacción contraria. A los niños esto se les explica con el conocido cuento de Pedro y el Lobo y lo entienden muy bien. Lo sorprendente es que tanto alarmista que se cree tan listo no termine de comprender por qué el lobo acabó comiéndose las ovejas de Pedro. Evidentemente no son tan inteligentes como piensan, lo cual, dado lo mucho que abundan y mandan, es otra razón de peso para estar alerta ante tanto alarmismo.

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