Peajes del aborto 2

El Tribunal Constitucional al validar el sistema de plazos del aborto no sólo ha dejado desprotegido al nasciturus, también a todos los españoles al quebrantar su soberanía legislativa, sometiéndoles a un nuevo orden en el que el tribunal se arroga la facultad soberana de crear derechos.

En febrero, la votación del TC favorable a la ley de plazos del aborto de 2010, me llevó a escribir Peajes del aborto. Me preguntaba qué argumentos emplearía para invertir su propia doctrina, asentada en sucesivas sentencias desde 1985, según la cual los derechos de la mujer no pueden tener primacía absoluta sobre la vida del nasciturus por ser éste un bien constitucionalmente protegido que encarna un valor central del ordenamiento constitucional. Pues bien, ya tenemos la respuesta y menuda ha sido; tan radical es, que no han dudado en apropiarse de la potestad del poder constituyente ninguneado la soberanía legislativa de los españoles.

Tras trece años de turbias dilaciones, la mayoría de sus miembros ha aprobado un disparate que va mucho más allá del debate en torno al aborto. Siendo que la Constitución, por mucha “interpertación evolutiva” que se quiera hacer, no es infinitamente elástica, para encajar el sistema de plazos sólo cabía enmendarla y eso es lo que han hecho. Respondiendo a  una ciega pulsión ideológica, sin pararse en barras, transmutados en órgano legislativo, han creado un nuevo derecho fundamental. Así la sentencia reconoce a la mujer embarazada el derecho a disponer de un “ámbito razonable de autodeterminación” en el que “pueda adoptar razonablemente, de forma autónoma y sin coerción de ningún tipo, la decisión que considere más adecuada en cuanto a la continuación o no de la gestación.”

Obviamente, a la luz de este  “derecho de autodeterminación” diseñado a la medida, se eluden todas las garantías que la doctrina del TC exigía para asegurar la debida protección del nasciturus en el conflicto de intereses entre este y su madre.  Durante las primeras 14 semanas de gestación los derechos de la mujer priman de manera absoluta sobre los del no nacido quedando los suyos suspendidos. Con esta sentencia el estado no sólo renuncia a cumplir su obligación de establecer un sistema legal que proteja la vida de todos, como exige la Constitución, directamente abandona a su suerte a los no nacidos dejando su vida al arbitrio de la mujer.

Supongo que todos aquellos que, en febrero, se felicitaron por la decisión del tribunal y quienes se sintieron aliviados por haberse despachado un asunto incomodo, estarán encantados. Al fin y a la postre, como tantos alegan, el sistema de plazos ya estaba normalizado en la sociedad y hay otros asuntos más urgentes de los que ocuparse. Lo dijo Demóstenes: “Nada hay más fácil que el autoengaño pues lo que desea cada hombre es lo primero que cree”. Y cuanta razón tenía, porque aceptar una cruel injusticia, aduciendo la falaz excusa de que está normalizada, no es sino autoengañarse para satisfacer un deseo. ¿Acaso a lo largo de la historia no han estado normalizadas conductas hoy del todo inaceptables? El derecho de pernada, la esclavitud, la tortura o las ejecuciones públicas, entre otras barbaridades, estuvieron en su día normalizadas durante siglos y ello no les confiere mérito alguno.

La mentira no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo la crea. Al contrario, el engaño es por naturaleza destructivo y tiene larga sombra. Volviendo al artículo citado, de acuerdo con su título subrayé las graves consecuencias sociales que se derivan de asumir que el fin puede justificar los medios, señalando algunos de los carísimos peajes que ya han pagado los españoles. El que no incluí, porque aún no nos lo habían pasado al cobro, era el de la perdida de soberanía que nos ha facturado la sentencia del TC y, que me huele, pagaremos a plazos, pues no hay peor hedor que el del engaño.

Difícil, muy difícil, es no pensar que, quienes se han extralimitado atreviéndose a crear un ambiguo derecho para laminar el más primordial, el derecho a la vida, fundamento y sostén de todos los demás, no recurran al mismo para aplicarlo en otros “conflictos” si a su ideología conviene. Entre otros, pongamos el caso de posibles referendos a cuyos promotores les viene como anillo al dedo poder reclamar su derecho a un “ámbito razonable de autodeterminación” para hacer efectivo su derecho a la dignidad.

Aquellos que tan frívola e interesadamente avalaron en febrero la decisión del TC sobre el aborto deberían reflexionar; abandonando a los más débiles, los no nacidos, han contribuido a abrir la caja de pandora.

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