Ejercer la libertad de conservar y proclamar la fe en Cristo es hoy en día contrarrevolucionario. Por ello el cristianismo es la religión más perseguida del mundo y miles de creyentes lo sufren a diario; nunca debemos olvidarles.
Por ser ajenos a la mayoría de los medios de comunicación, sirvan estas líneas para aportar un grano de arena al reconocimiento de tantos que a diario padecen discriminación, persecución y hasta tortura y muerte por seguir a Cristo. Son “guardianes de la fe” afirma la Fundación Pontificia “Ayuda a la Iglesia Necesitada”, de cuyo último boletín tomo hechos y datos para hacerme eco de esta terrible realidad tan ignorada. Porque a quienes son “vanguardia de nuestra Iglesia” conviene tenerles muy presentes como ejemplo, no dejando que la distancia o el silencio, cuando no intereses políticos y mercantiles, favorezcan su olvido; son demasiado importantes.
Chesterton con su fino humor, refiriéndose al proceso de conversión, decía que la fe es tan grande que hacerla caminar lleva mucho tiempo. Así es, pero conocer las vidas y testimonios de tantos creyentes vejados, acosados y amenazados, ayuda a acortar plazos y enseña que, justo por ser tan grande, la fe lo soporta todo. De lo contrario sería incomprensible que tantos seres humanos, de tan diverso origen y condición, sean capaces de aferrarse a sus creencias en entornos tan hostiles y peligrosos. Datos recientes indican que más de 646 millones de cristianos, o lo que es lo mismo, uno de cada cuatro vive en países donde no se respeta la libertad religiosa, estimándose que, de cada cuatro personas que sufren persecución o discriminación por su fe en el mundo, tres son cristianos.
Gobiernos dictatoriales y autoritarios, principalmente comunistas, fundamentalistas islámicos y nacionalistas étnico-religiosos son los que ejercen la persecución de manera más evidente. Ya sea con prohibiciones expresas de culto, penas y sanciones o mediante leyes que limitan la libertad y marginan, impidiendo optar a determinados puestos o recibir educación, condenando a los cristianos al maltrato físico y psicológico, al aislamiento social y la pobreza.
Junto a regímenes extremos, más cerca, en occidente, han proliferado los que sufren ataques, ofensas y actos de cristianofobia de un secularismo y laicismo agresivo. Por no mencionar formas de opresión más sutiles que han ido extendiéndose y permeando en la sociedad, generando un ambiente de temores y vergüenzas ante el posible desprestigio que puede acarrear proclamar la fe en entornos laborales, educativos y sociales. Sólo promover que el ejercicio de la libertad religiosa y las prácticas que ello conlleva sea algo tolerable si se circunscribe a la intimidad, como tantas veces se proclama, es en sí mismo un acto de opresión que busca limitar un aspecto esencial de la fe cristiana como es vivirla de manera abierta y compartida.
Frente a tanta persecución y odio, los cristianos perseguidos responden de diversas maneras; unos viven su fe abiertamente asumiendo las consecuencias, otros, debido al riesgo que corren sus vidas se ven obligados a huir o vivirla clandestinamente, pero raros son los que renuncian a ella. Son así ejemplo para quienes en occidente podamos sentir desánimo. Testigos de una fe valiente, no se avergüenzan de ser discípulos de Jesucristo ni caen en la tentación de amoldarse. Sus vidas son toda una lección; como tantas veces sucede, ellos, tan necesitados de bienes materiales y apoyo, pueden ayudarnos más a nosotros en lo esencial.
Pensando en esto recordé unas palabras del papa Benedicto XVI pronunciadas un “lunes del Ángel” así conocido el siguiente al domingo de Resurrección. Al profundizar en esta referencia al «ángel», decía el Papa, el pensamiento se dirige inmediatamente a los relatos evangélicos en los que aparece la figura de un mensajero del Señor. Pero, añadía, el ángel de la resurrección tiene también otro significado, el de anunciador, que denota un oficio, no su naturaleza y recordaba lo que Jesús dijo a los Apóstoles: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20,21), lo que implica que nosotros también somos llamados a ser mensajeros de su resurrección. Seguimos siendo por naturaleza hombres y mujeres, pero recibimos la misión de «ángeles».
No me cabe duda de que los cristianos perseguidos son ángeles heroicos, portadores del mensaje que Jesús reiteró a sus discípulos: ¡No tengáis miedo!
