Tolerar ideologías irracionales pensando que sólo afectarían a cuestiones secundarias como la persona, la familia, la libertad, la justicia o el estado, pero no a lo importante, la economía, es viejo error; estos días tocó escuchar lamentos desde dos sectores básicos.
Leer que, en un foro empresarial, el presidente de Repsol ha sido muy crítico con el modelo de transición energética por primar la ideología frente a la tecnología, da que pensar. Lamentar que lo científico sea tan poco respetado por los políticos y avisar de los daños que ocasionará a la industria y a los consumidores está bien. Lo que no aclara es si pensaba que su sector quedaría a salvo de políticas ajenas a la ciencia y la razón inspiradas en profundas corrientes ideológicas nocivas que afectan a toda la sociedad.
Igual sucede con los colectivos rurales que anuncian una gran manifestación para el próximo 14 de mayo. Estos días se les oye denunciar el desconocimiento de los gobernantes de la realidad del campo y protestar contra las normas radicales y erróneas que están haciendo peligrar al sector primario. Dándoles la razón, cabe preguntarse si son conscientes de que lo que están sufriendo, como el resto de la ciudadanía, son los efectos de la reconstrucción ideológica de una nueva realidad irracional.
Que existan personas y grupos promotores de ideologías que buscan transformar la realidad sin más criterio que diseñarla conforme sus deseos e intereses no es novedoso. Siempre hubo iluminados que, poseídos por sus fantasías quiméricas y renegando de la razón causaron tanto daño como se les toleró. Lo llamativo es que esas ideologías tóxicas hayan alcanzado el poder del que gozan en el racional y cultivado Occidente. Como inaudito es observar cuantos, de los que cabría esperar más, han permanecido impasibles ante el fenómeno, cuando no han colaborado a su impulso, a pesar de las múltiples evidencias de su capacidad destructora.
Denunciar perjuicios económicos, como se lleva haciendo desde hace tiempo, es loable, pero esperar a que el fuego amenace tu predio contemplando la proliferación de pirómanos henchidos de adanismo, es para hacérselo mirar. Ya no digamos de quienes han contemporizado con ellos y aplaudido sus disparates. Porque, no cabe obviar que las políticas y leyes aberrantes inspiradas por ideologías preñadas de negacionismo de todo criterio técnico o científico que las contraríe, ni han surgido ayer ni han dejado de contar con el seguidismo oportunista de una parte sustancial del mundo político y económico. Es legítimo que cada cual se preocupe de lo suyo, pero egoísta e irresponsable necedad no oponerse a ideologías que dañan los pilares de la sociedad por no significarse y en la creencia de que no afectarían a la realidad económica.
Ciertamente, el grado de arraigo de estas nefastas ideologías creacionistas de realidades sin más fundamento que el deseo, es enorme, tanto que son dominantes. No obstante, si en vez de correr alarmados tras cada fuego arrasador que generan se prestase mayor atención a combatir sus raíces, igual cabría evitar acabar malviviendo en una suerte de “posrealidad” enloquecida. Para ello, siendo imperativa la disposición a la autocrítica, resulta esencial reconocer las causas que han permitido prosperar a tales ideologías; primero para dejar de asumirlas y tolerarlas y seguidamente procurar erradicarlas.
Es el caso de la dilución, cuando no repudio, de los valores morales y éticos que conformaron la cultura Occidental, actitud que ha servido de caldo de cultivo propicio. O, el del falso empoderamiento, producto de avances científicos y tecnológicos mal digeridos, que han llevado a creer que el ser humano puede ser su propio constructor. Sin menospreciar ni ese enfermizo apego al bienestar individualista que ha generado tanto utilitarismo materialista y degradación de la educación, ni mucho menos sus coaligados; la posverdad y la autocracia de la mayoría. La primera por inducir una distorsión deliberada de la realidad, suplantando la racionalidad por la manipulación de sentimientos y emociones, para influir en la opinión pública y posibilitar la segunda; la aceptación de una democracia desnaturalizada que concibe la mayoría como única fuente autorizada para dictar la verdad e imponerla, subrogando los hechos reales a la ideología creadora de una nueva realidad.
Estas, entre otras, son las cuestiones que deberían ocupar y preocupar prioritariamente pues, quien se crea estar a salvo de sus efectos, comete un gravísimo error de juicio.
