De árboles y raíces hispanas

Tan dados somos a admirar lo ajeno por desconocer lo propio que nunca está de más recordar la raíces hispanas de algunas efemérides que dicen ser seña de modernidad.

Celebrándose el 21 de marzo el Día Internacional de los Bosques me ha dado por traer algún apunte de cómo, en nuestros lares, el interés por los árboles y el ecologismo no es cosa de hoy. La FAO proclamó la celebración en 1971 escogiendo la fecha por coincidir con la entrada de la primavera en el Hemisferio Boreal y la del otoño en el Austral. No obstante, si bien la mayoría lo festejan en el día señalado, hay excepciones; destaca la de la “Fiesta del Árbol” más antigua de España que los vecinos cacereños de Villanueva de la Sierra vienen celebrando desde hace más de 200 años cada martes de carnaval. Por ser la más longeva de España y quizás de Europa, como por sus singulares raíces ilustradas, agrarias y ecologistas merece ser recordada.

La iniciativa nació un 26 de febrero de 1805 con una plantación de álamos a cargo de los escolares del lugar. Promovida por el párroco don Ramón Bacas Roxo, con el apoyo de los alcaldes Pedro Barquero y Andrés Hernández, contó con el entusiasmo de autoridades y vecinos que lo festejaron con bailes y comida. Hasta aquí el hecho. Lo que ahora cabe preguntarse es ¿qué llevó al párroco de un pueblo a tomar semejante iniciativa?

Para algunos, por llamar el padre Bacas a uno de los álamos plantados “Árbol Libertad”, lo que pretendió celebrar fue una fiesta del Árbol de la Libertad al estilo de las originadas durante la Guerra de la Independencia estadounidense e imitadas en la Revolución Francesa. Pero, que el párroco pudiese ser ilustrado y afrancesado, no justifica que su motivación se limitase a un acto simbólico liberal. Sus palabras y las fuentes de las que bebía reflejan inquietudes que hoy llamarían ecologistas. Así, en la convocatoria de la Fiesta, el páter escribe: «Nuestra desidia y una culpable indulgencia con los que sacrifican la utilidad pública a sus intereses, han arruinado los antiguos árboles, que tantas veces repararon nuestro cansancio, nos defendieron de la inclemencia del sol y de las lluvias y dieron a nuestra respiración un ambiente fresco y saludable. Nosotros debemos reparar esa pérdida, imitando el celo de nuestros ascendientes.»

Se trata de una llamada a la acción de sus parroquianos que responde a un encargo que venían recibiendo los párrocos desde 1797. Año en el que nació una publicación singular; el Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los Párrocos para afrontar tiempos críticos en los que el crecimiento demográfico y la baja productividad agraria generaban graves problemas sociales. Tantos que llevarían al pastor anglicano Thomas Malthus a enunciar sus muy negativas e influyentes teorías sobre el control de la población. Frente a estas, ilustrados franceses y españoles, preconizaban aumentar la capacidad de oferta para asegurar el abastecimiento, entre ellos Godoy. Con esta visión, el primer ministro de Carlos IV encargaría un Plan de Educación Económico Política para llevar a los agricultores los adelantos técnicos y científicos que mejorasen el rendimiento agrario. Y a tal fin nacería el Semanario dirigido a los párrocos para que, sirviéndoles de fuente de conocimiento y estímulo, siendo letrados y cercanos a los labradores, mayormente analfabetos, transmitiesen a su feligresía «los adelantamientos, las mejoras, industrias e invenciones».  

Tras once años de notable éxito en España y en las Indias en los que circularon decenas de miles de ejemplares de sus 600 números, serían paradójicamente los tumultos de la invasión napoleónica de 1808 los que acabarían con el Semanario; uno de los más claros exponentes de la ilustración española. En el llegarían a escribir los más relevantes científicos e ingenieros españoles y extranjeros demostrando ser medio muy propicio para la extensión cultural en todo el ámbito rural llevando nuevas luces. Alumbrado, entre otros muchos campos, mayor sensibilidad por el entorno natural, particularmente el cuidado de aguas, árboles y bosques.

Sin duda estas luces también inspirarían al párroco don Ramón inmerso en un ambiente que bien puede intuirse leyendo la Noticia de un plantío de árboles en Villa-nueva de la Sierra publicada por el director del Semanario en su número 460. Comienza así: «La desolación de los árboles cambia enteramente la faz del más delicioso país: destierra la alegría y la salubridad; tiene un influjo maligno en el carácter y en las ideas del pueblo; el clima se altera, se empobrecen los ríos conductores de la prosperidad, y la tierra se hace cruel y el cielo inexorable. (…) Un solo árbol que plante alguno, y lo preserve de esta devastación endémica, le adquiere un derecho incontestable a la gratitud pública, hace precioso su nombre, y los amantes del bien universal se complacerán en anunciarlo con entusiasmo y repetirlo con veneración (…)». Y, haciendo alarde de clara intuición, añade: «(…) me parece que tendrá algún día su lugar en la historia». Seguidamente presenta los «…nombres, dignos de alabanza, al reconocimiento de la patria…», de quienes, junto al párroco, participaron en la celebración de esa primera Fiesta del Árbol de 1805.

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