Sufrimiento y actitud

Bebiendo a diario de la copa de la amargura y el dolor, siguen adelante preocupándose de los demás; son personas admirables. ¿Cómo lo hacen?

Leyendo una crónica del terremoto que ha asolado el sur de Turquía y noroeste de Siria me dio por reflexionar sobre el misterio del sufrimiento. Formando parte inexorable de la vida, es tan difícil de aceptar como de comprender. Pese a todos los avances, ante el sufrimiento el hombre sigue experimentando su impotencia y sus límites.

Aunque lo hacemos con frecuencia, hablar del sufrimiento no es sencillo. Siendo la experiencia humana más difícil de soportar, a poco que profundicemos en sus misterios resulta cuestión insondable. ¿Por qué a mí?, ¿de dónde viene?, ¿si Dios existe, por qué lo permite?, son preguntas recurrentes. Interrogantes que, habiendo sido objeto de innumerables respuestas, siguen sin ser esclarecidos pues aun sabiendo que muchos sufrimientos se deben a la maldad de las personas, a su libre decisión de no hacer el bien, ¿cómo explicar aquellos causados por desastres naturales o enfermedades?

Llegados al punto en el que la única certeza es que estamos obligados a convivir con tan ineludible sentimiento, la cuestión es cómo hacerlo. Históricamente las sociedades han afrontado el sufrimiento de diversas maneras, conforme a sus creencias y capacidades, reflejando con ello su grado de civilización. Pues si algo determina la auténtica grandeza de una sociedad es su relación con el sufrimiento; su disposición a aceptarlo, compartirlo y sobrellevarlo solidariamente marca la diferencia entre sociedades más o menos humanizadas.

Hoy en día, en las llamadas sociedades desarrolladas, concebido por muchos como un sentimiento estéril, enemigo de una felicidad entendida como placer, están muy extendidas maneras de afrontar el sufrimiento que renuncian a buscarle sentido alguno. Las más comunes son evasivas, huyendo del mismo o arrumbándolo y, cuando es inevitable, tratando de mitigarlo con todo tipo de medios y drogas llegando incluso a pretender eliminarlo de raíz ofreciendo como solución la eutanasia. No diré que el sufrimiento no deba ser prevenido y tratado para mitigar su daño, pero intentar obviarlo y prescindir de darle un sentido es grave error. Sólo aceptando la realidad y esforzándose por darle un sentido es como los seres racionales hallan las mejores respuestas. 

Claro está que encontrarle sentido al sufrimiento no es fácil, máxime para quienes lo padecen viéndose doblegados y superados por el dolor que causa. Aunque nos hayan enseñado que las personas crecen y maduran en el sufrimiento, que todo lo templa y enriquece, lo cual es bien cierto, no lo es menos que, del dicho al hecho, el trecho puede resultar inabordable. De ahí que la genuina solidaridad del entorno social y su actitud frente al sufrimiento sea tan relevante para lograr que quien sufre sea capaz de asumir su situación y tener la actitud que le permita darle algún sentido. Sí la actitud, esa llave maestra que habilita a las personas para alcanzar las metas que se proponen. Como señaló Viktor Frank, superviviente de varios campos de concentración nazis, referente de la psicología del siglo XX y autor de El hombre en busca de sentido, “si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.

Aceptando el sufrimiento, buscando un sentido que sea mayor y más profundo que el sufrimiento mismo, es la actitud que permite afrontarlo sin desesperación, sin angustia y sin temor, mantenerse en pie y además ayudar a otros. Esa actitud es la que hallé en la crónica del terremoto que me ha inspirado estas líneas. Tras doce años de guerra, destrucción, crisis económica, pandemia y ahora el terremoto, relata el testigo, los jóvenes sirios, sobreponiéndose a tanto sufrimiento, entretienen a los más pequeños para evitar que sean presa del pánico.

Leyendo el artículo constaté que, con su actitud, estas mujeres y hombres adolescentes habían hallado en la felicidad de los niños un sentido a su sufrimiento mayor que el que ellos mismos padecen.  ¡Admirable! De paso, pensé, nos han enseñado a los demás que aquello de que donde abunda el mal sobreabunda la gracia, se cumple.

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