Peajes del aborto

Una sociedad que acepta que el derecho a la vida humana dependa de la edad es una sociedad enferma condenada a sufrir las consecuencias de su propia iniquidad.

Tan ignominiosos han sido los hechos acaecidos estos días que, nuevamente, me veo obligado a hablar del aborto y la espiral de iniquidad que lleva años alimentando. Porque no es casual que, en el tiempo que va desde su reconocimiento como “derecho” hasta su reciente reforma consolidándolo, la sociedad española se haya instalado en un círculo vicioso  en el que, repitiendo patrones, a medida que ha ido cediendo en sus escalas de valores diluyéndolos, ha venido degradándose aprobando toda suerte de disparates.

Corría el año 2010 cuando el Partido Popular (PP) recurrió ante el TC  la  conocida como “ley de plazos” y el tribunal acordaba darle carácter prioritario. Sí, prioritario. Trece años después, mediando oscuras dilaciones, un TC recién renovado, tras opacas maniobras y con parte de sus miembros bajo sospecha de incompatibilidad, ha despachado el asunto en dos días dando por válida la ley de plazos sin argumentarlo; pequeño trámite que dicen cumplirán en breve.

Habrá que ver cómo órgano tan diligente y juicioso invierte los fundamentos jurídicos que expuso en 1985 en su sentencia sobre el recurso contra la “ley de supuestos”. Porque si ahora dictaminan que es constitucional el aborto libre hasta las catorce semanas, cómo explicar que en 1985 el TC declarase que los derechos de la mujer no pueden tener primacía absoluta sobre la vida del nasciturus por ser un bien constitucionalmente protegido que encarna un valor central del ordenamiento constitucional.

Por si no fuese suficiente, entre tanto turbio politiqueo y magia jurídica, va el grupo político que interpuso ambos recursos, se supone que defendiendo firmes principios, y afirma mostrarse satisfecho con el resultado. De no ser porque hablamos de la vida de cientos de miles de seres humanos y de los dramas que sufren otras tantas mujeres y no pocos hombres, estos trece años de iniquidad darían para una serie tragicómica surrealista. Pero no es ficción, son negras páginas de nuestra historia en la que una parte significativa de la sociedad, de la que cabría esperar algo más, egoísta y aburguesada, ha decidido ponerse de perfil sin tomar siquiera conciencia de las nefastas repercusiones para ella misma.

Aldous Huxley, cuya distopía, expuesta en su obra Un mundo feliz, ya no resulta tan ficticia, gustaba decir: “La gente siempre obtiene lo que pide. El único problema es que antes de obtenerlo, nunca sabe lo que de hecho pidió”. Lúcidas palabras que ilustran con claridad a quienes, movidos por un interesado individualismo, resumen su opinión sobre el aborto en expresiones tales como: «Yo, partidario no soy, pero hay que respetar la libertad de las mujeres.» Sólo les falta añadir «no es mi problema”.»

Atrincherados tras posición tan ruin se olvidan obscenamente del protagonista cuya vida es la que está en juego y abandonan a su suerte a la mujer, ofreciéndole como solución una solitaria y dramática salida. Además, renegando de esa conciencia social propia de seres civilizados que prioriza proteger al más débil, ignoran las consecuencias sociales derivadas de asumir tan graves iniquidades. Desconocen que, tolerando tamaños agravios, están avocados a convivir con la sinrazón y la injusticia. Igual, a pesar de las evidencias, creen que, en las sociedades  que aceptan el mal como solución, tan cómoda receta no prolifera o, peor aún, que ellos quedarán a salvo cuando reclamen justicia. Probablemente ni lo piensen porque, como señala Huxley, no saben lo que quieren.

Tanto les ciega su pragmático egoísmo a los tolerantes del aborto que no alcanzan a ver que el fin nunca puede justificar los medios. Porque, a la postre, son los medios empleados, como el aborto, los que determinan los fines. Debería bastarles contemplar  cómo, en pocos años, han proliferado políticas y legislaciones perniciosas de las que tanto se lamentan. La politización de la justicia y la educación,  la eutanasia, los indultos, la ley del sí es sí, la supresión de la sedición y el apaño de la malversación entre otras,  responden al mismo patrón; anteponer el fin al medio. Da igual que la maldad que encierre el medio sea cada vez mayor; véanse las últimas aberraciones aprobadas, ley trans y reforma de la ley del aborto. Son los peajes que las sociedades pagan al irse acomodando, diluyendo sus principios, banalizando el mal y aceptando iniquidades como que la vida humana dependa de la edad.  Más tarde o más temprano muchos lo lamentarán, pero el daño está hecho.

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