Si raro es el día que no nos aleccionan sobre lo nocivos que son unos u otros hábitos y productos para la salud o el entorno, más raro aun es que alerten sobre ciertas impurezas mucho más tóxicas.
Uno de los indicadores más evidentes del grado de materialismo alcanzado en la sociedad en la que vivimos es la enorme diferencia existente entre los recursos y el tiempo destinado a promover distintos tipos de valores. Mientras es masiva y constante la información relativa al bienestar físico de las personas y del medio ambiente, apenas se presta atención al bienestar intelectual o mental y no digamos a su fundamento, la salud moral.
A diario, autoridades, empresas y medios nos bombardean con mensajes destinados a orientar nuestros hábitos de vida. Vivimos inmersos en un mundo de prohibiciones, indicaciones y campañas publicitarias para evitar que consumamos productos o tengamos comportamientos considerados nocivos. Aseguran que es por nuestro bien, el de la sociedad y el del planeta, para que estemos más sanos, contaminemos menos o alcancemos otras gracias, desde conservar la juventud a tener éxito.
A priori, descartando excesos en que incurren muchas de estas prescripciones y su frecuente carga ideológica o mercantil, cabría considerarlas positivas. No obstante, dado que en la visión imperante de los problemas humanos y ambientales priman los aspectos materiales, los mensajes utilitaristas con los que nos aleccionan resultan parciales e ineficaces. Otros ingredientes esenciales del bienestar, tan o más trascendentes que los publicitados, apenas son tratados cuando no obviados u ocultados y los efectos están a la vista. Mientras gran parte de la llamada “sociedad del bienestar” se afana en evitar males físicos y prosperar materialmente, esta se desenvuelve en una creciente precariedad de valores intelectuales y éticos que se evidencia en una deriva hacia su aletargamiento racional y espiritual.
Tanta atención se presta, y de manera tan exclusiva, a promover “vidas sanas” y “comportamientos sostenibles” que queda en el olvido ocuparse de la fuente de nuestros actos; la capacidad para discernir cultivando el conocimiento guiados por la luz de valores éticos y morales. Cierto es que se habla mucho de educación, responsabilidad, tolerancia y solidaridad. Pero no lo es menos que casi siempre desde un enfoque utilitarista y que, raramente, se atienden y menos aún se combaten, algunos incluso se fomentan, vicios humanos que contaminan el espíritu y la mente deviniendo en actos perniciosos con nefastas consecuencias para la famosa sostenibilidad y el bienestar personal y social.
Tan es así la situación, y tan reglamentadas parecen estar las contaminaciones a las que debemos prestar atención y cuales no que, pensando en ello, me evocó el pasaje de los Evangelios relativo a aquellos rigoristas fariseos de hace dos mil años que imponían sus normas sobre lo que se podía o no comer conforme fuese el alimento puro o impuro según la ley. Dada su vigencia y la sabiduría que entraña la lección que da el Maestro al respecto no he podido evitar transcribirla.
En aquel tiempo, llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre». Cuando dejó a la gente y entró en casa, le pidieron sus discípulos que les explicara la parábola. Él les dijo: «¿También vosotros seguís sin entender? ¿No comprendéis? Nada que entre de fuera puede hacer impuro al hombre, porque no entra en el corazón sino en el vientre y se echa en la letrina». (Con esto declaraba puros todos los alimentos). Y siguió: «Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro». (Marcos 7,14-23)
Vistas las “fuentes de contaminación” enumeradas surgen muchas preguntas, entre ellas dos que vienen muy al caso: ¿Cuántas de ellas son objeto de mensajes y campañas para combatirlas? ¿Cómo serían los comportamientos y el estado de nuestro bienestar y el del entorno si se les dedicase más y mejor atención?

Como siempre Javier, muy acertado tu artículo y muy bien expresado
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Muchas gracias María.
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