Razones tenía el porquero

Cuántas veces goza de mayor credibilidad un necio con dinero, poder o fama que un sabio. ¡Así estamos!

Enrique Jardiel Poncela, autor a quien tantos buenos ratos debo, dice en sus Máximas mínimas que “la casualidad es la décima musa”. No sé si será la décima, pero inspirar, inspira. Véase sino cómo la concurrencia de lecturas tan dispares en una semana me ha llevado a escribir estas líneas. Sólo la casualidad explica que la muerte de un papa, un faraón, un escritor francés, la parábola de un filósofo y las enseñanzas de un profesor apócrifo me hayan traido hasta aquí.

Comenzándo por el principio diré que todo arranca con un regalo de Reyes; la obra del egiptólogo Tito Vivas titulada Tutankhamon, Howard y yo: Cien años del descubrimiento de la tumba. Ojeándola encuentro en el epígrafe una cita del Premio Nobel de Literatura francés André Gide que me llama la atención: “Todo lo que necesita decirse ya se ha dicho. Pero como nadie estaba escuchando, todo tiene que decirse de nuevo.” Volví a leerla y aquello de que “nadie estaba escuchando” me dio que pensar. No acabé de comprender bien qué llevó a Vitas a citar a Gide, igual lo entenderé cuando acabe el libro, pero lo que sí me evocó fue algo que había leido unos días antes tras la muerte del papa Benedicto XVI.

Se trataba de un escrito del profesor Ratzinger La fe en el mundo de hoy de 1968 en el que, para ilustrar lo difícil que resulta hablar de la fe a personas ajenas a la Iglesia, recurre a la famosa parábola del payaso del filósofo protestante Soren Kierkegaard. Escrita en el siglo XIX, con la misma intención con la que la cita Ratzinger, cuenta lo siguiente: En un circo ambulante montado cerca de una aldea se declara un incendio que amenaza con extenderse. El director, al percatarse del peligro, envía al pueblo a pedir ayuda a un payaso que ya estaba disfrazado para su actuación. Pero los habitantes, viendo al payaso corriendo y dando voces de auxilio, creyendo que se trataba de una estratagema para anunciar la representación, riéndose no le escuchaban. Cuando vieron el fuego, ya era demasiado tarde. El circo y la aldea fueron pasto de las llamas.

Releyendo la parábola, las ideas que encierra sobre el papel del emisario en la transmisión del mensaje me hicieron recordar la primera lección que Antonio Machado pone en boca de Juan de Mairena, su ficticio profesor de retórica. El heterónimo del poeta hablando a sus alumnos dice: “La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Agamenón. Conforme. El porquero. No me convence.” Aunque la parte más renombrada es el aforismo inicial, sin los comentarios de Agamenón y su porquero la enseñanza quedaría coja.

En el fondo, comparto la opinión del rey de Micenas; efectivamente la verdad, es decir, la conformidad de las cosas o hechos con lo que se dice o piensa, es independiente de quien la exprese. No obstante, a la vista del mundo que nos rodea, creo que la negativa del porquero no sólo no merece ser descartada, sino que tiene bastante fundamento. Cabe pensar que sus razones para rechazar el aforismo no se debiesen tanto a negar que las verdades existan, sino a la desconfianza que le merecía su  jefe Agamenón. Haber escuchado muchas veces a sus superiores proclamar verdades inciertas, interesadas y mudables le hacían ser cauto.

Hoy en día las razones del porquero para no fiarse están más justificadas que nunca. Si buscar la verdad siempre ha sido afán ambicioso, en estos tiempos distinguirla de la mentira cada vez resulta más dificil. Y no sólo porque la raíz del recelo del porquero, la difusión de falsas verdades para lograr influencia y poder, haya alcanzado cotas insospechadas. El relativismo imperante, además de inducir que se acepten como verdades opiniones subjetivas hechas a la medida de quien las proclama, ha provocado con ello que la veracidad de un enunciado no dependa de su grado de conformidad con la realidad sino de quién lo diga.

Volviendo a la cita de Gide no es complicado entender porqué “nadie estaba escuchando”. Las razones del porquero, la escasa confianza en el mensajero, pueden ser un motivo, pero hoy en día quizás sea mayor el descrédito de quienes osan decir la verdad. ¡Cuántos sabios no son escuchados por no encajar en los estándares de prestigio al uso! Aunque digan verdades como templos, sea por su sexo, credo, color o ideología, máxime si su mensaje contradice lo políticamente correcto, no se les presta atención. En cambio cualquier necedad espetada por alguien de la cuerda, famosillo, con dinero o poder goza de gran credibilidad. Como decía, ¡así nos va!

Deja un comentario