Hay libros que, llegadas ciertas fechas, apetece volver a releerlos. Son como esos viejos amigos que deseamos reencontrar en algunos lugares y épocas sin más motivo que compartir y saborear recuerdos. Se les busca porque, sin pretenderlo, pasaron a formar parte de las imágenes que nos hemos ido haciendo de cada tiempo que, como las estaciones, vamos recorriendo cada año.
En mi caso la muy concurrida estampa navideña no estaría completa sin la presencia de Charles Dickens y sus criaturas literarias. Junto a Scrooge y sus fantasmas, a los que siempre vuelvo a saludar, este año el azar ha querido que me acompañe el muchacho cuya historia es narrada en la genial novela “Grandes Esperanzas”. Y digo que fue por ventura que tomé este libro pues no medió más razón que estar al lado de “Canciones de Navidad” en el estante, aunque en ocasiones la fortuna parece tener sus razones.
Entre las bondades que ofrece releer un libro, al placer de volver a disfrutar de todo lo que la obra nos aportó en su día se suman los nuevos descubrimientos. Sea porque lo leemos con mayor reposo o con ojos distintos moldeados por la edad, difícil es no descubrir detalles que pasaron desapercibidos o hallarnos ante interpretaciones e ideas nuevas. Y así me ha sucedido al retomar la lectura de “Grandes Esperanzas”, una de las mejores obras del inolvidable Dickens.
Revivir la historia del joven protagonista apodado Pip me ha llevado a reflexionar sobre el título de la obra y el mensaje que encierra; supongo que por venir muy a cuento de estas fechas. Pues si la Navidad invita a releer a ciertos autores, es cosa sabida que la proximidad del Año Nuevo induce a tener buenos deseos y hacer buenos propósitos. Nuevos planes y retos que si bien acostumbran a desvanecerse con el paso de los días no dejan de alentar “Greate Expectations” como tituló su novela Dickens o “Grandes Esperanzas” como se tradujo en la edición española.
De la mano de Pip, un huérfano aprendiz de herrero que aspira a convertirse en caballero para ser digno de su amada Estella, Dickens no sólo nos adentra en una aventura romántica y misteriosa. Fiel a sus ideas, dibujando magistralmente estampas victorianas, perfila su acostumbrada crítica social. Una crítica tan exenta de rencor proletario como rica en ecuanimidad que muestra cómo tanto en humildes como en privilegiados anidan por igual virtudes, vicios y sentimientos comunes a todas las clases y entre estos, singularmente, aspiraciones y deseos. Con la mirada de Pip, que nos relata sus andanzas desde la víspera de Navidad en que contaba siete años hasta cumplir los veintiocho, Dickens, con las vivencias de cada personaje, va tejiendo una trama tan vital como pedagógica sobre las expectativas y esperanzas humanas.
Desconociendo a qué se debió el traducir “expectations” por “esperanzas” en la versión española, tan sutil diferencia me llevó a pensar que lo cierto es que, tanto en Pip como en cada uno de nosotros la víspera de Año Nuevo, se entremezclan ambos sentimientos: La esperanza que brota de un deseo que se presume alcanzable, y la expectativa que surge cuando el deseo resulta factible. Pero por no ser sentimientos idénticos aunque acostumbren a viajar parejos, y a pesar de que las esperanzas fallidas puedan llevar a la decepción y las expectativas insatisfechas provocar frustración, la verdad es que no hay vida sin ambos como le sucedió a nuestro protagonista. Por ello, aún en un mundo tan pragmático, cambiante y agitado, con sus incertidumbres, tribulaciones, desengaños, sueños y grandezas, o precisamente por ello, como le sucedió a Pip, nunca a nadie se le debería privar de tener grandes esperanzas y grandes expectativas.
¡Feliz Año Nuevo!
