Ejercer el escapismo sin ser mago profesional siempre acaba mal. Hacerlo en política es la manera más irresponsable de gobernar; de hecho, es lo opuesto al buen gobierno.
Ante las dificultades, algunas personas optan por la huida hacia adelante. Ignorando todas las señales de alarma se niegan a detenerse y deciden seguir avanzando. Y a medida que los problemas se multiplican, para no tener que reconocer y afrontar errores, en vez de replantearse el rumbo, pedir ayuda o renunciar, persisten obstinadamente en su empeño. Los más ingenuos buscan aplazar un desenlace inevitable con la falsa esperanza de que, de alguna forma, las cosas se solucionen. Otros, dominados por su codicia y vanidad, sólo persiguen mantenerse a flote a toda costa sin mirar más allá del hoy, despreciando el daño que puedan causar. Entre estos torcidos “supervivientes” los más nocivos suelen ser aquellos cegados por el dinero o el poder.
Lamentablemente, los españoles venimos sufriendo un gobierno que optó por sobrevivir embarcándose en una huida hacia adelante. No niego que algunas de sus acciones respondan a iniciativas con una u otra finalidad concreta más allá de la mera conservación del poder. Sin duda las habrá, cosa distinta es que sean acertadas o erróneas. Pero lo que refleja el historial de su hacer gubernativo es lo contrario; sus iniciativas, lejos de serlo, son puras brazadas para mantenerse a flote. Reacciones espasmódicas, obligadas a ser cada vez más agónicas y desesperadas ante la incertidumbre de si podrá continuar por mucho tiempo sin hundirse.
Quizás hubo un tiempo en el que había un plan con unos objetivos y unas estrategias; es posible. Y aunque la carga ideológica del mismo pudiese contrariar la razón y generar resultados indeseables, no dejaría de ser algo planificado y previsible. Incluso el actuar de manera tan resolutiva y activa en tantos frentes pudiera hacer pensar que respondía a un propósito bien medido y calculado, ajeno a toda improvisación. Pero si alguna vez hubo tal plan, hace tiempo que el devenir lo arrolló y quedó en papel mojado. Los hechos demuestran que los únicos que tenían un plan eran los aliados del gobierno y que el suyo era simplente tomar el poder y aferrase a el.
En estos días, a medida que la huida gubernativa hacia adelante se acelera, sus mimbres se hacen más patentes y sus vergüenzas son ya imposibles de tapar. La mentira, vendida como táctica, siempre fue vicio, ahora convertido en adicción para poder digerir tanta incoherencia y contradicción. Lo mismo que la presumida actitud resolutiva nunca fue seña de claridad de ideas, sino mera respuesta precipitada a demandas imperativas de los aliados y de quienes dictan el pensamiento único. Las mismas demandas que imponen tan alardeada frenética actividad que raramente ha servido para cumplir lo prometido. Al contrario, tanta dedicación en tantos frentes es la letra a pagar por un nuevo plazo de supervivencia cuyo precio es ejecutar lo que prometieron nunca hacer para satisfacer las urgencias de unos socios que ven que el tiempo se acaba.
Llegado a este punto, el único plan es conservar el poder, no hundirse, aferrándose a cada salvavidas que les vendan al coste que exijan. No importa quien sea el pagano, ni las señales de alarma. Es indiferente que las dificultades y conflictos lejos de resolverse se agudicen y extiendan. Si es preciso desarbolar la nave para sobrevivir entre sus restos, como desean quienes quieren que se vaya a pique, se desarbola. Mientras dispongan de los recursos que permitan mantener anestesiado al pasaje para que no sienta el crujir del barco, aún acosta de seguir aumentando las deudas de sus nietos, persistirán en su huida hacia adelante.
