Para disipar tinieblas, aliviar penas y espantar miedos han llegado las luces del tiempo de meditación, alegría y esperanza.
A pesar de que soplan vientos recios de preocupación, incertidumbre y desasosiego, no cabe desfallecer. Cuando la vileza parece cotizar más que la virtud y lo mucho bueno, que también abunda, aunque en demasía silenciado, queda ensombrecido, se hace más necesaria que nunca la luz que disipa las tinieblas. Porque siendo humano sentir impotencia y creerse derrotado frente a la adversidad, sucumbir, optando por la indolencia para afrontar una vida sin horizonte, sólo lleva a la melancolía. Allanarse frente a la sinrazón, rendirse al miedo que tanto agorero pregona no es alternativa para gentes libres. Como dijo el poeta Goethe “La libertad es como la vida, sólo la merece quien sabe conquistarla todos los días.”
En este afán cotidiano que tantas veces cuesta sostener, cuando las fuerzas flaquean y se piensa que ya nada puede hacerse por uno mismo, siempre queda la esperanza. Sí, ese bello sentimiento que la negra turba con tanto empeño trata de desacreditar, mofándose de ella, tildándola de vano sueño por temer su poder que es tan grande como cierto. Porque la esperanza es lo que hace que nos pongamos en pie y luchemos para lograr lo que deseamos. Es la confianza que nos impulsa a creer que más allá de nuestras energías lo que parece imposible puede hacerse realidad. Y además de darnos alas, la esperanza nos permite contemplar la cruda realidad tal y como es sin desfallecer, sin caer en un triste pesimismo. Mirar la vida de frente y sonreír a la adversidad no es ingenuidad ni locura, tampoco optimismo ciego ni frivolidad, es simplemente tener esperanza.
Quienes dicen que no existe, que la esperanza es sólo una bonita idea, o son esclavos de una ciega soberbia o nunca han vivido lo suficiente para sentirse impotentes. Raro, muy raro es aquel que, vencido por el desánimo, invadido por la desazón y el miedo no ha buscado fuera de su flaqueza una luz a la que agarrarse. Cada cual podrá pensar que el íntimo sentimiento de esperanza que abrigó cuando caminaba entre tinieblas brotó de uno u otro lugar, pero todos los que la han experimentado conocen su verdad.
A Dios gracias los creyentes sabemos hacia dónde elevar la mirada cuando nos sentimos frustrados, débiles, inseguros, vulnerables y abatidos. La fe que nuestros mayores nos transmitieron junto a otras tantos buenos legados, hoy en día tan denostados, nos brinda el maravilloso regalo de la esperanza y la posibilidad de compartirla con generosidad. Pues mientras los resentidos sólo siembran odio como los revanchistas venganza y los cenizos males y desgracias, los esperanzados comparten entusiasmo y alegría de vivir. De ahí que, en estos días, fieles a la tradición, los cristianos de todo el mundo estemos de enhorabuena por tener la dicha de poder celebrar, un año más, el Adviento para preparar el nacimiento de Jesús e iluminar nuestro camino y el de toda la humanidad por la llegada de Dios.
Desde el pasado domingo, durante las cuatro semanas que preceden a la Navidad, en medio de tanta negra noticia, ajetreo, consumismo y felicidad enlatada, muchos más de los que aparentan o nos quieren hacer creer reservan un tiempo para renovar las velas que iluminan sus vidas. Orando, meditando, haciendo examen de conciencia, buscando el perdón, confiando en la infinita misericordia de Dios, viven con alegría la esperanza que trajo el nacimiento del Salvador y se preparan para la nueva y definitiva venida del Señor. Es un tiempo de esperanza vigilante que invita a la reflexión sobre quienes somos, donde vamos y cuales son nuestras metas. Una experiencia digna de ser vivida y compartida que no debe desaprovecharse porque quienes la han gozado saben que para combatir los males la mejor cura es el Adviento.

Bien escrito!!!
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Muchas gracias Don Javier. Me alegra saber que te ha gustado. Abrazo
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